Diario de León

poesía

Mientras pueda decir, no moriré

antología poética José Ángel Valente Selección e introducción de T. Sánchez Santiago, Alianza, Madrid, 2014. 294 pp.

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josé enrique martínez
León

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D ecir Valente es hablar del carácter insobornable de su poesía, opuesta a cualquier intento de reducción, asimilación o normalización. Abarca su lírica casi veinte libros, razón por la que valoramos positivamente esta antología del poeta orensano de la que se ha encargado otro poeta, este zamorano-leonés, Tomás Sánchez Santiago, otro disidente de la palabra convenida. No intento en esta reseña descubrir la poesía de Valente, leída con mayor fervor a medida que pasa el tiempo, y poderosamente presente en una de las vías esenciales de la poesía contemporánea. Pretendo, en cambio, ceñirme a la visión que del poeta Valente da otro poeta, Sánchez Santiago, el cual traza en el prólogo las líneas de disidencia del primero, que comienzan con los versos iniciales de su libro inaugural, A modo de esperanza: «Cruzo un desierto y su secreta / desolación sin nombre». Son versos de 1954 y «hablan ya de una extrema aventura radical, de una vastedad disuelta sin adscripciones y sin plazo temporal». Emprendía así un camino cuyos ejes traza el poeta leonés: la itinerancia, el lenguaje inquisitivo, la búsqueda de la Unidad, el anonadamiento y un movimiento retráctil hacia sí mismo. Se añade el alejamiento de Valente de cualquier gregarismo que pudiera incautarse de su identidad individual. Es la primera disidencia de un poeta que buscó decididamente el extrañamiento; la segunda supuso la búsqueda de una respuesta posible a sus condicionamientos en una tradición ocultada en la literatura piadosa del XVII, los metafísicos ingleses y autores como Unamuno y Cernuda.

Se detuvo en Unamuno, el cual se propuso «abrir para el verso español la posibilidad de alojar un pensamiento poético»; y en Cernuda, por «la sumisión de la palabra al pensamiento poético y el equilibrio entre el lenguaje escrito y el hablado». Son palabras de Valente, que diseñó para su poesía una pauta meditativa en una lengua que huyó de la frondosidad en aras de la fluidez expresiva. Desde La memoria y los signos (1966), la palabra de Valente fue ya inconfundible y exigente, una palabra tangente con el silencio, pero entendido no del modo habitual, sino como «hálito» tal como lo expresa Sánchez Santiago: «transición inmediata y fugaz, indescifrable, entre el no-decir y la palabra». «Mientras pueda decir / no moriré», escribió el poeta orensano. Y esas palabras cumplen la voluntad de sobrevivir a la muerte para seguir diciendo.

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