Diario de León

Las voces debidas de los escritores

l Las dedicatorias son un género en sí mismo y revelan de manera certera la personalidad del autor. Filandó n un recorrido a través de las personas a las que novelistas y poetas dedican sus obras revela a veces más información sobre ellos que el espíritu o el estilo de sus creaciones literarias. esta es una muestra Destaca Úrsula que Pereira sólo le dedicó un libro. «Supongo que por cumplir», dice. Exupéry dedicó también a Leon Werth ‘Carta a un rehén’ y se refirió a él, además, en otros tres más

UNA TRISTE COINCIDENCIA. Luis Mateo Díez comenzó su primer libro con un sansirolés de su amigo Agustín Delgado. «Mil años después», dedicó su última novela, ‘La soledad de los perdidos’ a su colega fallecido.

UNA TRISTE COINCIDENCIA. Luis Mateo Díez comenzó su primer libro con un sansirolés de su amigo Agustín Delgado. «Mil años después», dedicó su última novela, ‘La soledad de los perdidos’ a su colega fallecido.

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Una dedicatoria siempre es mucho más que un nombre precedido de una preposición. A veces, es la razón del libro, otras expresa parte de lo que no pudimos agradecer, aquello que permitió que lucháramos contra nosotros mismos... en algunas ocasiones expresa lo que perdimos y es capaz de revelar el afán que nos mueve, nuestro rostro real. Camilo José Cela dedicó la primera edición de La familia de Pascual Duarte al dramaturgo Víctor Ruiz Iriarte. Sin embargo, en la edición de 1973, el Nobel se desataba con toda una declaración de intenciones y escribía: «Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera». Camilo se había convertido en Cela.

Sin duda alguna, la dedicatoria más conocida, la más repetida y celebrada es la que Antoine de Saint Exupéry escribió a León Werth en El Principito. No fue la única vez que el escritor francés se acordó de su amigo. También le dedicó Carta a un rehén y se refirió a él en tres más. Al final de la segunda guerra mundial, cuando Exupéry ya no estaba vivo, Léon Werth dijo: «la paz, sin Tonio (Exupéry) no es enteramente la paz»...

Juan Ramón Jiménez se acordó en Platero y yo de uno de los personajes que más iluminan los recuerdos: Aguedilla, «la pobre loca de la calle del sol, que me mandaba moras y claveles» y el contemporáneo Julian Barnes convirtió a su mujer en la destinataria de todas sus novelas. ‘Para Pat’ es el mantra con el que comienzan todas sus obras, Patricia Olive Kavanagh. Pat murió el año pasado y, como siempre, Barnes le acaba de dedicar Levels of life, su último libro aún por traducir al español. En él, escribe: «Estuvimos juntos durante 30 años. Yo tenía 32 cuando nos conocimos, 62 cuando ella murió. El corazón de mi vida, la vida de mi corazón».

Destaca Luis Mateo Díez que determinó no dedicar a nadie su primera novela, Las estaciones provinciales. Sin embargo, inició el libro con una referencia de un poema, «uno de esos sansirolés de Agustín Delgado que utilicé como cita y dedicatoria», recuerda el escritor, que recita de memoria el breve poema: Pelo de ceniza/tu ciudad raposa/con la luz degollada/y metida en un saco. «Creí que era como una metáfora de la novela», asegura Luis Mateo Díez, que recuerda a Delgado como uno de «esos amigos que siempre tienes a mano».

No fue hasta «mil años después» que el creador de Celama volvió a su compañero en Claraboya para hacerle partícipe de un nuevo libro. Habían pasado 32 años de aquel thriller provinciano cuando Luis Mateo Díez publica La soledad de los perdidos, que coincide con la muerte de Agustín Delgado. «Se lo dediqué In Memoriam. Curiosamente, no fui consciente hasta algún tiempo después de que el sansirolés podía haberse recuperado para esta novela. Es perfecto para ella, por su atmósfera de noche y niebla y por el saco que lleva el protagonista... todo está en un punto de extraño misterio».

Juan Carlos Mestre confiesa que tan sólo en una ocasión dedicó un poemario. Fue en La visita de Safo, que dedicó ‘A ese lector que espera tras la página’. «Era un momento especial. Yo vivía en América Latina y quería acordarme de todos los que me esperaban, a todos los afectos que había dejado en España». Mestre es más partidario de que esta comunión se realice en cada uno de los poemas. Así, por ejemplo, cuenta que dedicó Cavalo morto a Antonio Pereira y Úrsula Rodríguez, su mujer y que muchos de sus versos tienen un recuerdo para poetas amigos, como Antonio Gamoneda o José Miguel Ullán.

Algo parecido puede decirse de Juan Pedro Aparicio, que tan sólo ha dedicado dos: El primero, El origen del mono, a su madre, y el segundo, Lo que es del César, a su mujer. «Ahora, acabo de dedicar uno de los cuentos de London calling a José María Merino. «Se trata de una historia muy relacionada con Brigadum, un cuento que nos fascina a los dos y otro a Michael Jacobs, un escritor que tradujo al inglés El Transcantábrico y que, desgraciadamente, falleció este año», explica.

El autor de El año del francés confiesa que es muy «discreto» a la hora de mostrar su intimidad. Tal vez por eso es parco a la hora de escribir dedicatorias. «En el primer libro, quise reconocer la tolerancia de mi madre, que fue capaz de entender que me pasara horas aporreando la máquina de escribir en lugar de estudiar Derecho mercantil», recuerda. Juan Pedro Aparicio destaca asimismo la influencia que su madre tuvo en sus preferencias lectoras.

Antonio Colinas revela que él tan sólo mantiene las dedicatorias en las primeras ediciones. «Para mí se trata de una cuestión de mucha importancia porque a la vez que algo afectivo es un texto ajeno al texto poético», reflexiona. El poeta bañezano dedicó Poemas de la tierra a Antonio Pereira. «Ni siquiera le conocía por entonces, pero formó parte del jurado que me premió», destaca, al tiempo que recuerda que su mujer fue la destinataria de Preludios, «un libro de amor emocionado en las riberas del Órbigo», describe. Vicente Aleixandre figura en la primera página de una de sus obras fundamentales, Sepulcro en Tarquinia, que este año celebra medio siglo de historia. «Fue uno de mis grandes maestros y este libro está muy unido, además, a la estética de los novísimos». Para Antonio Colinas las dedicatorias más importantes son aquellas que se hacen a las personas que admiramos «con sentido especial y entrañable». «Siempre tiene que haber una sintonía», explica el poeta, que es más partidario de invocar esta modalidad en los poemas por separado. En Los silencios del fuego, son sus amigos de Ibiza los que protagonizan la línea anterior al verso. «Yo les llamo los amigos del círculo pitagórico», revela Colinas, que añade que dedicó a sus padres El crujido de la luz, las memorias sobre su vida infantil: «En realidad, la esencia de aquella mañana pura de la infancia no era la nieve, sino el crujido de los pasos del médico sobre la nieve. O, para ser aún más precisos, el crujido que producía la luz de la nieve. Más adelante habría de haber en la vida de Jano otras luces —luces fogosas, luces de oro, luces blancas y espesas, luces verdosas o hasta terribles luces negras—, pero la esencia de su vida estaba en ese crujido de la luz blanca de la nieve». La esencia de la vida... los padres y la filosofía. Fue de María Zambrano de quién se acordó cuando escribió uno de los cantos de Noche más allá de la noche y eso que ella misma le aseguró que habría preferido el que dedicó a Gil Albert, ese en el que logra convertir en palabra la plenitud del despertar.

Úrsula Rodríguez, viuda de Antonio Pereira, asegura que el autor de Obdulia, un cuento cruel, era muy parco en sus dedicatorias. «Supongo que pensaba eso de que, a nadie citado, a nadie olvidado», destaca. Recuerda que a ella tan sólo le dedicó una de sus obras, «supongo que para cumplir», dice con humor, y añade que Pereira era un hombre al que le gustaba desmitificar y que huía de los compromisos. «Le dedicó sendos libros a sus médicos: César Llamazares y Luis Hernando Avendaño, a sus padres, claro y a Juan Carlos Mestre».

Aurelio Loureiro dedica los libros (que dedica) a su madre, «máxime ahora que su memoria ha dejado de expresarse, aunque todavía me conoce». El escritor se refiere también a su hijo, «mi vida y argumento principa», y a su mujer, «la luz que ha aparecido cuando el túnel más se estrechaba: la luz que no ciega». «Los monstruos buenos me protegían desde el fondo de la tierra; ahora lo hacen desde el cielo. Ellos saben quienes son. Yo no lo olvido».

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