Diario de León

La novela leonesa de Umbral cumple medio siglo

‘Días sin escuela’ le valió al escritor el Premio Provincia, al que concurrió bajo el título ‘Bernesga’.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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12 de septiembre de 1965. En un abarrotado cine Muxiven, de Villablino, Francisco Umbral recoge el Premio Provincia de León, dotado con 10.000 pesetas, por la novela Días sin escuela, que había concurrido bajo el lema Bernesga. El Jurado estuvo compuesto por Maximino González Morán (Vicepresidente de la Diputación), Eladio Cabañero (Poeta y escritor), Luis Alonso Luengo (Escritor) y Justiniano Rodríguez Fernández (Escritor). En la revista Tierras de León de ese mismo mes hay una reseña del acto –foto incluida en el momento en que Umbral recibe el galardón- y de todos los que conformaron el V Día Provincial de las Comarcas Leonesas. También aparece publicada Días sin escuela, con ilustraciones de Llamas Gil.

La reciente publicación de Diario de un noctámbulo, que recoge las colaboraciones del escritor durante su estancia en la ciudad ante los micrófonos de La Voz de León, olvidadas durante más de medio siglo y ahora prologadas por Luis Mateo Díez, ha vuelto a poner en la mirada de la actualidad la etapa leonesa (1958-1961) de Francisco Umbral. Es verdad que se ha escrito bastante sobre este período, sustento, sin duda, de «una prosa lírica y melancólica por la que transitan la infancia, el erotismo y la provincia como espacios iniciáticos de revelación y descubrimientos». Aquí fue donde descubrió la fuerza de la escritura, empezó a utilizar el seudónimo Umbral (el registro civil habla de Francisco Alejandro Pérez Martínez) y, al parecer, a abrigarse con la inseparable bufanda que lo identificaba, dado el frío característico de la tierra.

«La ciudad –escribe en Días sin escuela- tiene unos inviernos largos y claros que se pueblan de pronto con la presencia de la nieve. La nieve es una muerta que gana batallas todos los años». Fuera de lo anecdótico, el amor de Umbral por León –«una ciudad a la que ya ama sin saberlo», leemos en la obra de esta referencia- se fortalece paulatinamente, aunque sin alharacas. Y «a León dirige una mirada crítica y constructiva –escribe Darío Prieto-, tratando de despertar la conciencia de las autoridades locales, a comprometerse con la cultura y de progreso, para no quedar estancados en el pasado». La historia se repite una y otra vez. El encontronazo con los mandarines del momento abortó su recién estrenada colaboración en el Diario de León. Parece que esta circunstancia fue la razón del traslado de Umbral y Esperanza, su pareja, a Madrid, pasaje sobre el que arroja luz el reportaje de Verónica Viñas en este periódico (2 de marzo de 2014): «El alcalde que echó a Umbral de León».

León, escenario literario

No sé si Días sin escuela, la novela cuya publicación cumple este año el medio siglo, fue escrita durante la estancia del autor en León o ya en Madrid. Todo parece apuntar a esta segunda posibilidad, lo que hace evidente, por esta y otras razones, que la capital leonesa se convirtió en verdadero nutriente literario de Francisco Umbral.

León, España profunda

En un artículo muy interesante, León como escenario literario en la novelística española actual (Tierras de León, número 23, 1983), José Enrique Martínez dice que «lo curioso, de todas formas, es que, con pocos meses de diferencia, aparezcan ante el lector cuatro libros de notable mérito literario, entre cuyas páginas León muestra sus entretelas y las de quienes lo habitan. Se trata de El Caldero de oro (1981), de José María Merino; Cuentos del reino secreto (1982), del mismo autor; Las estaciones provinciales(1982), de Luis Mateo Díez y El hijo de Greta Garbo (1982), de Francisco Umbral». En esta última escribe el autor: «León es para mí un nudo crucial de la España profunda». Además de hablar del «fondo miserable de una ciudad con nieblas políticas, silencios y requisas», J. E. Martínez afirma: «El autobiografismo es propio de la novelística de Umbral y nada extraño tiene el que unos mismos elementos biográficos aparezcan en unas y otras novelas».

Es verdad. Solo que de Días sin escuela apenas se ha hablado –no en el trabajo del profesor Martínez, que tiene otra referencia cronológica-, tratándose como se trata de una novela esencialmente leonesa. Estas notas pretenden ser un simple recordatorio cuando cumple medio siglo. «Habíamos llegado a la ciudad en una tarde de calor –escribe al principio de la novela-, en un tren de tercera, por la llanura castellana, hasta que las orillas del paisaje fueron poniéndose verdes, al llegar a la provincia». La razón del viaje, como repite en varias ocasiones, era la convalecencia de su madre, hecho que narrará más tarde en El hijo de Greta Garbo. Y hace una clara alusión temporal que contextúa la narración en el tiempo: «Hablo de la posguerra, de niños y días sin escuela, de una capital que iba creciendo y haciéndose en sus hormigones y hormigueros humanos, sin que nosotros, atareados en nuestras batallas de palo y pedrada, nos diéramos cuenta de nada».

«El delfín de las calles»

Así se define Umbral, especialmente cuando apunta su relación con las niñas y cierto erotismo incipiente. Y es que «la calle y la casa se disputan al niño. Son como madre y madrastra tirando de un tierno infante», dice, porque era aquella «la era de las calles, el reinado de los solares, el delfinado del asfalto y los escombros». A la situación temporal se añade así la espacial, con un dibujo del León de la época visto con ojos de niño, que gira esencialmente en torno a casa-calle. Cuando se habla de la última como espacio, se abren dos mundos: los espacios nombrados y los descritos sin nombre, aunque fácilmente identificables a pesar de que ofrezcan referencias de un León ya desaparecido. Entre los primeros, la narración permite que desfilen por estas páginas los quioscos de Santo Domingo y la Condesa, Guzmán, Ordoño II, Santo Domingo, San Marcelo, las plazas del Grano y Mayor, la Casa de Socorro, Papalaguinda, el colegio de los Agustinos… y, sobre todo, el Bernesga, principal eje de acción: «… la palabra Bernesga no es ya solamente el nombre de un río, sino que tiene dentro de sí todo un bosque de chopos, de álamos y una barraca que habitan húngaros, gitanos, gente rara e itinerante que no tiene nada que ver con la gente de la ciudad».

Los espacios suelen originar nombres, a veces colectivos, como los señalados, o los jugadores «del Atlético de Aviación, con su escudo –que debía ser un balón con dos alitas- a un lado del pecho». O el guardia de Santo Domingo –«el guardia de la porra que tenía un casco blanco y quizá también una guerrera blanca»-, el lechero, doña Patro, la dueña de la casa donde vivían –«tenía una hija que era rubia y la otra que era tonta»-, los personajes, curiosos, con los que compartían la pensión, el «Portu» –«el que nos trajo el baúl desde la estación»-, el ebanista que era novio de la señorita Felisa…, una galería, en fin, dibujada de forma breve pero eficaz.

Los mitos se acaban así

«El delfín perdió la espada –escribe al final de la novela- al mismo tiempo que la aureola. Los mitos se acaban así». Y es que «el jefe se larga». Se larga el niño «que roba burros a los lecheros y se pelea con una espada de madera y recita cada vez más confuso las obras de misericordia…». Así acaba la obra: «Salimos de madrugada hacia la estación. La calle olía hondamente a sal y a esparto. El cielo estaba revuelto. Abandonábamos una ciudad de posguerra que crecía y crecía a mi espalda, que se iba haciendo hermosa, entre la nieve, sin que yo pudiera saberlo».

Se trata, por tanto, de una novela circular, que se abre con la llegada y se cierra con la marcha. En el cuerpo temporal y narrativo intermedio, «la fría posguerra en una ciudad que se iba haciendo grande y hermosa y limpia sin que yo pudiera saberlo por entonces, pues solo vivía la vida cenicienta y mezclada de aquella casa y la aventura de las calles, que empezó siendo algo tímido y casual y acabaría en una hermosa epopeya: olores y sabores, una musiquilla, recuerdos, digo, apenas los elementos imprescindibles…».

Una hermosa novela breve, con algunas descripciones inolvidables, prosa deliciosamente repetitiva en algunos momentos, lírica en no pocos, con notas de humor fino y transparente. Estos sencillos apuntes pretenden ser una simple advertencia. Estamos ante una de las novelas más leonesas que se hayan escrito, sin duda alguna. También ante una de las más desconocidas. Sin ninguna duda.

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