Diario de León
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No fue Francisco Franco Bahamonde un buen orador. Más bien al contrario, las dotes oratorias del dictador eran pésimas. Así lo sostiene Paul Preston, un excepcional conocedor de la retórica franquista y de como evolucionó su oratoria desde sus tempranas arengas militares a sus grandilocuentes discursos en los que se servía indefectiblemente del comodín «españoles todos» y sus alusiones a la «conspiración judeomasónica» que amenazaba la construcción de la España franquista y el bienestar de sus muy católicos ciudadanos.

«Si escuchamos las grabaciones que han sobrevivido de los discursos de Franco es más que evidente que, por razones físicas, Franco no era en absoluto un buen orador», explica Preston. Para el historiador británico y biógrafo del dictador de picuda voz y escasas dotes para los idiomas, «la retórica franquista exageraba los triunfos del régimen y los sacrificios personales de Franco». Tampoco se caracterizaba el Caudillo por sus dotes de escritor ni por una vasta cultura, de modo que confiaba en parte a terceros la redacción de su parlamentos y alocuciones. «Siempre hubo contribuciones de otros en sus discursos, aunque creo que el mismo Franco siempre añadía su toque personal», señala Preston. Precisa cómo «en cada época las contribuciones de terceros eran diferentes y variaban según el tema». Así, «en la Guerra Civil española y en los primeros años de la segunda guerra mundial, por ejemplo, había elementos de Fermín Izurdiaga, de Ramón Serrano Suñer, de Dionisio Ridruejo y de José Antonio de Sangróniz», detalla el hispanista. Las cosas cambian a partir de 1942 y hasta los último días del longevo dictador.

«Durante años y hasta poco antes de su muerte, hubo una colaboración constante del almirante Luis Carrero Blanco», apunta Preston, destacando el relevante papel del marino, segundo del régimen franquista hasta su asesinato por ETA en un brutal atentado en 1973 «En los últimos años la contribución de los funcionarios y los tecnócratas era cada vez más intensa, pero siempre se oía la voz de Franco, frecuentemente lamentando el grado del sacrificio que supuestamente hizo para los españoles», aclara Preston.

Aficionado a la caza y a la pesca, más proclive a navegar en el Azor que a repantigarse en un sillón con un buen libro, no se puede afirmar que el dictador fuera un inculto, «pero no hay constancia de que Franco tuviera una gran cultura literaria o musical». «Se sabe poco de sus lecturas, salvo un supuesto interés en las biografías de Napoleón». «Si hablamos de música, parece ser que le gustaban las marchas militares y alguna zarzuela, como Marina, de Emilio Arrieta. En cine las películas del Oeste, pero lo que más veía era su propia obra, Raza », concluye el historiador británico. Alude a la película que sintetiza el ideario del buen español bajo el prisma franquista a través de las vicisitudes de tres hermanos durante la fratricida contienda. José Luis Sáenz de Heredia dirigió la épica película que se estrenó en 1941 y cuyo guión se basaba un argumento de Jaime de Andrade, seudónimo de Franco.

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