Diario de León

el territorio del nómada |

Un Páramo literario

HACE SESENTA AÑOS, JUAN RULFO DIO EL PRIMER BAUTIZO LITERARIO A LA DESOLADA COMARCA LEONESA («UNA TIERRA EN QUE TODO SE DA CON ACIDEZ»), INDUCIDO POR SU CÓMPLICE DE ARDONCINO, EL ARQUITECTO Y PINTOR ROBERTO F. BALBUENA. EN 1977, JUAN BENET SITUÓ EN AQUELLA LLANURA LAS TURRAS DE HERVÁS A LA SEÑORA SOMER QUE ANIMAN SU NOVELA ‘EN EL ESTADO’ . divergente

El escritor y académico leonés Luis Mateo Díez

El escritor y académico leonés Luis Mateo Díez

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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A l cabo de otros veinte años, entre 1996 y 2002, Luis Mateo Díez fundó Celama, donde palpita sin tregua el espíritu áspero, poniendo el broche a un fecundo viaje a de ida y vuelta: de Comala, a Celama; del pago lacustre de Ardoncino, a la vallonada del Valle de Fontecha, donde estuvo el oteadero paramés de Luis Mateo, en San Esteban de Villacalbiel.

DE COMALA A CELAMA

Letras que dibujan un espacio yermo por las ausencias, donde transitan los espectros de Villalpando, Sedano, Zamora o Páramo, y donde se aprende que «las ranas son buenas para hacer de comer con ellas». Como aquí: más preciada la salsa que las ancas. «Pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido». Ahora la pesquisa literaria de Celama se agrupa de nuevo en un volumen de la colección de clásicos de Cátedra, introducido y anotado por la profesora Asunción Castro Díez. Es el Páramo literario, un territorio baldío cuyos estratos acumulan cuantiosas dosis de infortunio. Los pioneros de su redención, aquellos repobladores traídos de Luna, pudieron evocar el paraíso perdido ante la primera desolación: «Allá, de donde venimos, al menos te entretenías mirando el nacimiento de las cosas: nubes y pájaros, el musgo, ¿te acuerdas? Aquí, en cambio, no sentirás sino ese olor amarillo y ácido que parece destilar por tardes partes». Así en Celama como en Comala.

EL LEGADO DE RULFO

Roberto Fernández Balbuena (1891-1966) murió en el exilio mejicano. Casado con la pintora Elvira Gascón (1911-2000), había dirigido la Junta de Salvamento del Tesoro Artístico que evacuó en camiones durante la guerra civil los cuadros del Museo del Prado. Los documentos y fotografías de aquel episodio los donó su hija Guadalupe (casada con un sobrino de Azaña) al Ministerio de Cultura. El suicidio de su hermano Gustavo, en 1931, distanció a Roberto de la arquitectura, para entregarse a la fascinación del arte. Sus cuadros de preguerra transpiran una figuración cubista, mientras la obra mejicana se inscribe en la atmósfera del realismo mágico, influido por su amigo Rulfo. Sólo las necesidades del exilio obligaron a Roberto a volver sobre los tableros y esta vez con todas las consecuencias. Junto al ingeniero Botella, organizador del paso del Ebro para las tropas republicanas, fundó Tasa, una empresa constructora dedicada a la realización de obras públicas en Méjico. Son los años en que Elvira multiplica su actividad como ilustradora, colaborando en prensa, en las editoriales de los exiliados y firmando sus primeros murales. La editorial Siglo XXI publicó una antología de su obra gráfica, en la que aparecen las portadas de las primeras ediciones de El llano en llamas (1953) y de Pedro Páramo (1955). También los retratos de Rulfo que ilustran los libros. La confidencia de la viuda de Rulfo reconoce la garlopa y el laboreo de Roberto en la catarsis de Pedro Páramo. Un proceso doloroso y fecundo de poda y encaje. El retrato de Roberto en su enjuta madurez, con traje de rayas en el campo, es una de las fotografías canónicas de Rulfo. En otra apresa el contraste de la nítida ingenuidad de su hija Guadalupe vestida de blanco en un bosque de troncos atormentados por torsiones de pesadilla.

EL REINO DE CELAMA

El reino de Celama (2003 y 2015) agrupa las tres novelas del Páramo en torno a La ruina del cielo (1999, premio de la Crítica y Nacional de Literatura), que contiene el oratorio espectral de una cultura vencida. En sus páginas asistimos a la polifonía fúnebre de la derrota, al desolado inventario de la melancolía. Una vez más, la maestría del narrador nos embauca tras el rastro de un tropel de visionarios con su salmodia coloquial aliviada por giros líricos. Luis Mateo Díez levanta en sus novelas un mundo literario singular, que descuella entre los más sugestivos de la narrativa española contemporánea. Entre 1963 y 1968, participó en la aventura de la revista poética Claraboya, con Agustín Delgado, Llamas y Fierro. En sus páginas publicó los primeros poemas, reunidos más tarde en Señales de humo (1972). Esta vertiente lírica es efímera, aunque su estela fertiliza los vericuetos de su prosa. Las novelas de Luis Mateo combinan textos de diseño más convencional con periódicas vueltas de tuerca, cuya audacia sirve para clausurar ciclos narrativos, abriendo nuevos horizontes a su literatura. El hilo conductor, en cualquier caso, es una escritura singular y magnífica, que al cabo de tantas invenciones se convierte en su baza decisiva. Sea cual sea la peripecia de cada relato o su despliegue, la prosa de Luis Mateo dibuja la deriva con maestría. Después de una veintena de relatos novelescos, Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) dispone de un universo literario singular y exclusivo. Sus personajes, de factura y nombres peculiares, se desenvuelven en escenarios grises, que parecen predispuestos para alojar la rendición de la derrota o la doma de los sueños. Son tipos de una audacia resignada, que resultan tiernos y a menudo extravagantes. Su peripecia sombría se clarea con el disolvente del humor, contrapunto eficaz para evitar el acecho del costumbrismo. Ese orbe literario, que conjuga lances indecisos y tiempos menesterosos, se asienta en una prosa de apresto tectónico. Ahí radica el timbre de calidad de este autor irrepetible. Su escritura disuelve en humor la herencia de la memoria rural y somete el legado de los relatos orales y su prosodia de frases hechas al quiebro irónico de los esguinces líricos.

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