Diario de León

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La memoria comprometida

EL MIÉRCOLES 25 SE CUMPLIERON DOS DÉCADAS DEL FALLECIMIENTO DE MANUEL TUÑÓN DE LARA (1915-1997), EL HISTORIADOR CONTEMPORÁNEO QUE VIVIÓ EN LA POSGUERRA EN LEÓN COMO PANADERO Y CRONISTA DE LA REPRESIÓN. divergente

Imagen del escritor Manuel Tuñón de Lara

Imagen del escritor Manuel Tuñón de Lara

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ERNESTO ESCAPA
León

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M anuel Tuñón de Lara había sido uno de los pioneros del baloncesto madrileño en sus años universitarios, en los que estudió Derecho, militando en la FUE y más tarde en las Juventudes Comunistas. En el sindicato estudiantil se hizo amigo de Jorge Renales (1916-1983), el escritor conocido por su seudónimo de Jorge Campos, con quien volverá a encontrarse en el campo de concentración y después de la contienda en la Unión de Intelectuales Libres. Tuñón pasa la guerra en Madrid, donde muere su madre en 1937, y antes de huir hacia Alicante deja a su mujer embarazada en casa de las antiguas sirvientes de los Azcárate. Detenido con la muchedumbre del puerto alicantino, sufre encierro los primeros siete meses en el campo alicantino de Albatera, cuya peripecia llevará a sus relatos Campos, y un mes en la prisión de Valencia, antes de recalar en el centro de clasificación de prisioneros del madrileño barrio de Comillas, donde trabaja como albañil hasta el verano de 1940. El campo de Albatera, situado entre Elche y Orihuela, se instaló en un saladar insalubre, que aquel abril todavía conservaba su aspecto de ciénaga y llegó a albergar veinte mil prisioneros. Allí estuvieron un tiempo los anarquistas leoneses Lisandro Llamazares (de Villafruela del Condado) y Jacinto Rueda. Pero no fue el único almacén levantino de detenidos. Las mujeres y los niños quedaron recluidos en el campo de los Almendros, que novelaría Max Aub. Otros fueron conducidos a la plaza de toros o al castillo de Santa Bárbara, como el académico leonés Ricardo Gullón, entonces fiscal en Alicante. Tuñón estuvo en Albatera hasta su traslado en vagones de ganado a la prisión madrileña de Porta Coeli. Aquel viaje lo compartió con Fernando Claudín (1915-1990) y con Manuel García Pelayo (1911-1991), amigo en la clandestinidad, más tarde exiliado y presidente del Constitucional en la recuperada democracia.

ETAPA LEONESA

En la primavera de 1942, poco antes de San Juan, llegó a León, para establecerse como panadero, un joven y baqueteado Manuel Tuñón de Lara. Acababa de cumplir un angustioso e interminable servicio militar, repartido entre el barrio madrileño de Campamento y Cádiz, y no quiso permanecer más allá de lo imprescindible en Madrid, ciudad atravesada de peligros y delaciones. Sobre todo, para alguien con sus antecedentes. Urgido por la necesidad y embaucado por un compinche leonés del tramo gaditano de la mili, con quien también compartía secretas inquietudes políticas, malvendió a toda prisa un solar madrileño heredado de su madre, y con aquel dinero emprendió la aventura temeraria de poner en marcha con el socio una tahona en León. Iban a compartir un próspero negocio, capaz de dar sosiego y tranquilidad a la familia, de la que entonces formaban parte su mujer Nieves Arrazola y su hijo Sergio, mientras esperaban la llegada de Helena, que ya nacería en León.

En nuestra ciudad, además de amasar los panes de la supervivencia, entra en contacto con gente del exilio interior y con algunos miembros de la guerrilla. También se adiestra en el oficio de la panadería e incluso se esmera en la elaboración de pastas y exquisitas galletas. La confidencia de los nuevos amigos lo pone al tanto de la represión leonesa, a cuya descripción dedicará un año más tarde uno de los números de Demócrito, el semanario clandestino de la Unión de Intelectuales Libres que imprime en Valencia el filólogo Antonio Rodríguez-Moñino (1910-1970). Moñino había sido responsable de la salvaguarda del patrimonio bibliográfico durante la guerra y vive desterrado de Madrid, como consecuencia de una depuración que lo despojó de la cátedra. Está casado con la bibliotecaria María Brey, prima hermana de la madre de Mariano Rajoy. Una década más tarde, en 1953, pondrá en marcha Revista española, la publicación que va a servir de refugio y plataforma a la generación de escritores del medio siglo, y en los sesenta la colección Clásicos Castalia. Hasta 1966, el gobierno no permite su ingreso en la Academia de la Lengua, vetado antes en repetidas tentativas. La Unión de Intelectuales Libres reúne a maestros y escritores y llega a sumar varios cientos de militantes. Edita, al cuidado de Moñino, Demócrito (1945-1947) y la revista Cuadernos de Estudio (1946), que el futuro académico se preocupa de entregar más tarde en la Hemeroteca de Madrid.

En abril de 1944, Tuñón deja la panadería en manos de su socio y regresa a Madrid, donde da clases particulares, monta una academia de enseñanza, hace trabajos con García Pelayo para opositores al cuerpo diplomático, escribe guiones documentales y una Historia del cine, que nunca llegó a ver la luz. García Pelayo le ayuda a sacar las dos últimas asignaturas en Salamanca, con las que remata Derecho. En 1945, su mujer lo abandona para unirse a Ricardo Muñoz Suay y un año más tarde, en septiembre de 1946, Tuñón parte al exilio, donde se hospeda en casa de Manuel Azcárate. Hasta 1965 no llegará de profesor a la universidad de Pau, donde dirige los coloquios sobre historia de España e influye en los jóvenes historiadores y científicos sociales del interior, volcando su interés hacia la época contemporánea. En el intermedio, convalidó estudios, amplió horizontes y publicó libros decisivos sobre el movimiento obrero. También hizo de negro para la hispanista Dominique Aubier. Sólo con la llegada de la democracia pudo volver a ejercer en España su magisterio de la memoria, la tenaz y persistente «ciega abeja de amargura» juanramoniana. Como catedrático extraordinario de la universidad del País Vasco.

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