Diario de León

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El fundador de Macondo

MAÑANA LUNES HUBIERA ALCANZADO SU CONDICIÓN DE NONAGENARIO GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (1927-2014), AUTOR DE ‘CIEN AÑOS DE SOLEDAD’ (1967), UNA DE LAS GRANDES NOVELAS DEL SIGLO XX, CUYA URDIMBRE MÍTICA DESCIFRÓ COMO NADIE EL MAESTRO RICARDO GULLÓN EN ‘EL ARTE DE CONTAR’ (1970). . divergente

El escritor Gabriel García Márquez, en una imagen de juventud

El escritor Gabriel García Márquez, en una imagen de juventud

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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A partir de la irrupción volcánica de Rubén Darío, los escritores americanos siempre miraron con altiva superioridad a sus colegas peninsulares. Por Madrid pasaron después Huidobro y un huidizo Borges, «en busca de las estrellas del suburbio». Más tarde, llegaron Neruda y Vallejo, también un precoz Octavio Paz, ahuyentados por la furia de la contienda. Con el primer franquismo, se rescató el vínculo oxidado con el errático Larreta o el nazi Hugo Wast, mientras algunos jóvenes poetas acudían complacientes al alpiste de Cultura Hispánica.

A la vez, nuestros exiliados en América iban tejiendo conexiones tan sugestivas y fascinantes, como la desconocida del paramés de Ardoncino Roberto Fernández Balbuena con Rulfo. Su mujer, la pintora Elvira Gascón, ilustró la aparición de Pedro Páramo (1955), empadronado para siempre en nuestra comarca de secano, «una tierra en que todo se da con acidez». Traigo a colación a Rulfo, porque su descubrimiento fue clave en la expresión madura de Macondo, que alcanza su cumbre en Cien años de soledad (1967), después de varios y ya deslumbrantes anticipos. García Márquez colabora con Mutis y Carlos Fuentes, a comienzos de los sesenta, en los guiones para el cine de El gallo de oro y Pedro Páramo.

MEDIO SIGLO DE UN CLÁSICO

La novela nuclear del boom apareció lejos de Barcelona, desdeñada por Carlos Barral, quien atribuye su descuido «a la falta de respuesta puntual a un telegrama, y no por error editorial ni a consecuencia de una torpe lectura del manuscrito —que nunca vi—, como maliciosamente se ha pretendido». Luego, trata de arreglar el patinazo señalando que «otra cosa es que a mí no me parezca esa la mejor novela de su tiempo». Allá cada cual con sus pesadillas. Lo cierto es que sin otro lanzamiento que el boca a boca, la novela de García Márquez se convirtió en paradigma de la expresión americana, un paso más allá por la senda que habían ido abriendo Asturias y Carpentier.

El editor más atento del momento, que era Carlos Barral, había incorporado a su catálogo, a través del portillo de los premios Biblioteca Breve, La ciudad y los perros (1962), de Mario Vargas Llosa; Tres tristes tigres (1964), de Cabrera Infante; y Cambio de piel (1967), de Carlos Fuentes, además de un par de novelas irrelevantes del mexicano Leñero y del venezolano González León. En medio, con la resaca de un año en blanco, quedó la pugna de 1965 entre Manuel Puig, que iba para ganador, y Juan Marsé, que volvió del verano en Nava de la Asunción con sus Últimas tardes con Teresa revisadas y pulidas por su anfitrión Gil de Biedma. Los sucesos de aquel alboroto los menudea Luis Goytisolo en Cosas que pasan . El Biblioteca Breve de Barral expiró en 1970, sin fallar su galardón a Donoso, por El obsceno pájaro de la noche . Otros catálogos de aquel tiempo andaban más extraviados.

Gabriel García Márquez vivió en Barcelona siete años, entre fines de 1967 y mediados de 1974, en la misma calle Caponata que Vargas Llosa. Allí escribió El otoño del patriarca (1975), mientras Vargas Llosa enhebraba su tesis doctoral, que publicará Barral: García Márquez. Historia de un deicidio (1971). En ese tiempo los visitan con frecuencia Cortázar y Fuentes, desde París. Su obra previa a Cien años de soledad , se resumía en las novelas La hojarasca (1955), dedicada a Julio Calderón Hermida, «el profesor ideal de Literatura», El coronel no tiene quién le escriba (1961) y La mala hora (1966), además de los relatos reunidos en Los funerales de la Mamá Grande (1962). Como este mayo se cumplirá el medio siglo de Cien años de soledad , prefiero repartir esta evocación entre el resto de su obra anterior y posterior.

LA ESTELA DEL NOBEL

En 1970 rescata su reportaje de los cincuenta Relato de un náufrago ; en 1973, los siete relatos de La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada , y en 1975 El otoño del patriarca , sobre la soledad del poder. Quizá el texto depositario de un mayor esfuerzo experimental, que consigue una de sus mejores novelas. En 1981 ve la luz Crónica de una muerte anunciada , que muchos lectores consideran como su segunda obra maestra, después de Cien años . Ya en México, recibe en 1982 el Premio Nobel, que relega entonces a Graham Greene y a Gunter Grass, y es aplaudido con entusiasmo por Rulfo. Acudió a la ceremonia vestido con un liquilique de lino blanco, que es el traje de etiqueta del Caribe continental, y pronunció un discurso memorable de compromiso con Latinoamérica. Además de la recopilación en cuatro volúmenes de su obra periodística (Textos costeños , Entre Cachacos , De Europa y América ), en 1985 ve la luz su novela de pasiones folletinescas El amor en los tiempos del cólera , y en 1989, El general en su laberinto , sobre los últimos días del libertador Bolívar.

En 1992, Doce cuentos peregrinos incluye la evocación mítica de nuestro Buenaventura Durruti por su personaje María dos Praceres. Diez años después, vio la luz Vivir para contarla primera parte de sus memorias, que evoca su vida hasta los treinta años.

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