Diario de León

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La vehemencia del fanático

MAÑANA SE CUMPLEN 30 AÑOS DE LA MUER- TE DE ERNESTO GIMÉ- NEZ CABALLERO (1899-1988), ESCRITOR VANGUARDISTA Y PROFETA DEL FASCIS- MO, CUYOS REITERA- DOS TRASTORNOS ENTURBIAN SU SILUE- TA DE PIONERO CULTURAL.. divergente

Brindis nazi con Goebels y Vivanco en 1941

Brindis nazi con Goebels y Vivanco en 1941

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ERNESTO ESCAPA
León

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H asta la quiebra de la Compañía iberoamericana de publicaciones, que se liquidó en 1932 con grave quebranto de los autores que recibían un sueldo mensual, como Valle-Inclán, no deja ver Giménez Caballero la dimensión de su avería, aunque ya había mostrado atisbos. La CIAP editaba desde 1929 la revista quincenal La gaceta literaria (1927-1932), fundada por Giménez Caballero con Guillermo de Torre, el cuñado de Borges vinculado con el valle leonés de Gordón, como secretario, una labor en la que lo sustituye desde 1928 el comunista César Arconada. La gaceta fue la gran revista española de vanguardia, estrechamente vinculada a la generación de plata. Puso en marcha el primer cine-club español, dirigido por Buñuel, y en sus postrimerías tuvo otras iniciativas originales, como la Galería de la plaza de Callao, con su atención a la arquitectura funcional, al mueble metálico y a la artesanía.

Pero Giménez Caballero no sólo enredaba. De hecho, supo mantener siempre a salvo los negocios familiares: tanto la papelera de Cegama, como la imprenta de la calle Canarias, cerca de Atocha. Allí empezó a imprimir la Gaceta hasta que se la endosó a CIAP, y después de la guerra imprimió en exclusiva las cartillas de racionamiento desde 1943 a 1952, en cantidad superior a los veintiocho millones de ejemplares. El delirio de Gecé durante la posguerra tuvo mucho que ver con los desdenes de Franco, cuyo cinismo le llevó a plantearle «por qué no había sido ni era ministro», un rango disfrutado con indolencia por su rival Sánchez Mazas, «una de esas brujas que le sorbían el alma a José Antonio y a Franco».

Después de estudiar Letras, con apenas veinte años y gracias a Américo Castro, marcha como lector de español a Estrasburgo, de donde regresa para hacer un servicio militar rebajado de tres meses en Marruecos, al pagar su padre la cuota liberadora. Pero quiso el infortunio que le alcanzaran los efectos del desastre de Annual, donde perecieron diez mil soldados españoles masacrados por los rebeldes del Rif, y tuvo que estar allí más de un año. De regreso, publicó su primer libro: Notas marruecas de un soldado (1923), donde exalta el colonialismo del ‘hombre superior’ y despedaza a políticos y diplomáticos cretinos. «Nosotros hemos sido siempre el pueblo de los frailes, de los interventores evangélicos en las costumbres de los bárbaros». Impreso en el taller familiar, recibió buenas críticas, resultando encarcelado por insultos al ejército y sedición.

Salió de la trena con el golpe de Primo de Rivera y volvió al lectorado de Estrasburgo, viajó por Europa y conoció a la que desde 1925 sería su esposa, Edith Sironi Negri, hermana del cónsul mussoliniano en Estrasburgo. En enero de 1927 pone en marcha la Gaceta literaria, recibida con entusiasmo. Aquel periódico de las letras contó con respaldo de Ortega y financiación de empresarios relacionados con su familia, lo que le permitió extender sus actividades, publicando libros, organizando conferencias y premios literarios, poniendo en marcha el cine-club y la galería de arte. Semejante panoplia determina la vida intelectual de España en el remate de la década nuclear de su Edad de Plata. Sobre esa ola, don Ernesto se erigió como empresario y contratista de asuntos poéticos, dispuesto a ejercer como líder intelectual.

Entre 1927 y 1930, aprovecha el clamor para lanzar el desafío de sus obras vanguardistas: Carteles (1927), firmado por Gecé, supone una atrevida propuesta de crítica literaria visual, que yuxtapone diferentes artes. Los toros, las castañuelas y la virgen (1927), dedicado a Ortega, plasma la alianza entre el tirón de lo nuevo y el sustrato nacionalista, proponiendo, frente al desdén del 98, una renovación deportiva del toreo, que lo convierta en exquisito, sin sangre y parecido a los rodeos americanos. Hecha para epatar, provocó el rechazo virulento de la derecha y el elogio entusiasta de Gómez de la Serna. Yo, inspector de alcantarillas (1927) fue el más valioso y radical de sus libros de vanguardia, que tuvo un lector entusiasta en Dalí. Julepe de menta (1928) propone una visión de Castilla opuesta a la angustiada del 98, gracias al automóvil: «Es imposible seguir considerando el ancho cabezal de la Meseta con criterio tan roñoso».

Hércules jugando a los dados (1928) celebra la masculinidad y orienta la interpretación cultural hacia la política. El boxeo, entonces de moda, supone «la dignificación del puño»; y «la nueva libertad es viril y erige su brazo en pura vertical». En cambio, desdeña el alpinismo, derivado de «predicaciones profesorales pedagógicas». Tener la imprenta en casa a su disposición, provoca un revuelo de publicaciones que lo conduce al delirio: Circuito imperial (1929) declara su admiración sin límites por la Italia fascista, antes de pasar de los experimentos a los grandes temas nacionales: Genio de España ((1932) es una profesión de fe fascista opuesta al 98. Después, publica Manuel Azaña (1932), con textos elogiosos, que pretenden orientar la república hacia el fascismo: «Cantar épico del primer rey natural de la revolución española».

La profusión de textos sucesivos jalona las estaciones del vil derrumbe. Desde el turbio manejo de Baroja en Comunistas, judíos y demás ralea (1938), al publicismo grandilocuente y desmandado de la Hispanidad (embajador en Paraguay durante 14 años), para concluir en la morralla autobiográfica de sus Memorias de un dictador (1979), imaginando emparejar a Hitler con Pilar Primo o su supuesto romance con Magda Goebels. Puro delirio.

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