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EL HALLAZGO DE SUS MEMORIAS INCONCLUSAS REFRESCA EL LEGADO EXCEPCIONAL DE RICARDO GULLÓN (1908-1991) A LOS 110 AÑOS DE SU NACIMIENTO EN ASTORGA. OCASIÓN OBLIGADA PARA PONDERAR SU PAPEL DECISIVO EN LA CULTURA ESPAÑOLA DEL PASADO SIGLO. divergente

El crítico, escritor y ensayista astorgano, en una imagen de 1946

El crítico, escritor y ensayista astorgano, en una imagen de 1946

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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P orque en una tradición cultural tan encofrada como la nuestra, un personaje como Gullón resulta llamativamente insólito, casi imposible de imaginar. Quizá esa singularidad explique su doble protagonismo en la apertura artística de posguerra y en la ordenación del canon literario, ventilando con talento la oxidada crítica literaria española. Bachiller precoz, compartió los estudios de derecho con su afición literaria. En 1933 aprueba las oposiciones de fiscal y su padre, como premio, le paga la edición de la revista Literatura , que aparece un año más tarde. Hay una edición facsimilar (1993) de sus seis números, hecha por el gobierno de Aragón, porque compartió con Ricardo su dirección el zaragozano Ildefonso-Manuel Gil. Cela, en San Camilo (1969), la convierte en termómetro de la efervescencia de los jóvenes escritores.

Pero aquella de Madrid no había sido su primera empresa literaria. En la década de los veinte y en Astorga, junto a los hermanos Panero y Luis Alonso Luengo, había participado en el lanzamiento de las revistas La Saeta (1925) y Humo (1928), así como de una Guía artística y sentimental de Astorga (1929). Solía pasear entonces la muralla leyendo versos de Rubén, tutelado por Félix Cuquerella, el poeta modernista extraviado en el olvido. Ya en Madrid de estudiante de Derecho, tramó nuevas aventuras, como las revistas Brújula (1932) y Boletín último (1932), cuyo único suscriptor fue Juan Ramón Jiménez. Su cómplice astorgano más próximo entonces era Lorenzo Martínez Juárez, que firmaba como Azael para proteger al hermano canónigo que le financiaba la estancia en Madrid y no quería verse salpicado por sus audacias.

En 1933 se casa con María Luisa Pintueles, heredera de los cafeteros de Ciales, en Puerto Rico, que tenían su residencia de indianos en Asturias: La Venta de Miyares, donde reposará vacaciones y fines de semana durante su estancia santanderina. Soria va a ser su primer destino como fiscal. En Soria reside en el hotel Comercio y durante el verano de 1934 recorre a pie con sus amigos el historiador Maravall e Ildefonso-Manuel Gil la ruta del Cid desde Vivar, siguiendo la huella de Ezra Pound. Publica Fin de semana (1934), su primera novela inscrita en la estela deshumanizada de Ortega, que revela la voluntad de distanciarse del costumbrismo circulante. La atmósfera de esta historia de amor entre un burócrata sombrío y una mecanógrafa primaveral incluye el desdoblamiento de Elsa en Marlene, prosa vanguardista de cuño renovador y un prisma freudiano para descifrar las turbias y complejas relaciones de pareja.

Con el avance de la guerra, Gullón va destinado a la Audiencia de Alicante y a su final acaba preso en el castillo de Santa Bárbara. Después de un proceso de depuración que dura hasta 1941, se incorpora a la fiscalía de Santander, donde permanece hasta su primer viaje a Puerto Rico, en 1953. Regresa en 1955 y tres años después se despide de España hasta su jubilación. En los años santanderinos publica Vida de Pereda (1944); Novelistas ingleses contemporáneos (1945); su segunda novela, El destello (1948, en edición reducida de 206 ejemplares), que es un relato tradicional, con ingredientes policíacos y de pasión rosa; La poesía de Jorge Guillén (1949), en colaboración con José Manuel Blecua; y Cisne sin lago (1951), la biografía de Gil y Carrasco (1815-1846), que dedica a sus amigos los Panero y Luis Alonso Luengo.

Desde Santander, colabora intensamente en revistas españolas (Ínsula y Espadaña , entre otras) y americanas, dando testimonio al exterior de cómo había quedado «roto y mutilado el cuerpo literario de nuestro país». Pero, sobre todo, inspira Proel (1944-1950), que en su segunda etapa convierte en ambiciosa publicación cultural, y participa desde la Escuela de Altamira en la renovación del arte español. En aquellas jornadas de Santillana, en torno al pintor alemán Matías Goeritz, coincide con Ciorán, buen amigo del boticario de la villa. Poco después, publica De Goya al arte abstracto (1952) y diversos estudios sobre artistas de vanguardia. También, en la colección Tito Hombre de Santander, su estudio pionero sobre La poesía de Luis Cernuda (1952), que nunca pudo llegar a distribuirse, bloqueado por la obsesión de su censor, el novelista de Abc Pedro de Lorenzo.

En agosto de 1953, invitado desde la universidad por Francisco Ayala y con una excedencia como fiscal, viaja a Puerto Rico, donde lo espera Juan Ramón Jiménez en el aeropuerto. Da clases de Leyes en la universidad y ordena el archivo del poeta. Esta estancia boricua la recoge en Conversaciones con Juan Ramón (1958), un testimonio delicioso de su relación con el poeta y con Zenobia, del descubrimiento de los cafetales donde nació su mujer, a cuyos familiares visita, y del encuentro con su paisano de Astorga Gabriel Franco (1897-1972), ministro de Hacienda republicano, que ejercía como catedrático exiliado de Ciencias Empresariales. Precisamente el poeta Juan Panero (1908-1937) había sido agente electoral de Gabriel Franco, quien lo colocó en el banco de España. La importancia del libro Conversaciones con Juan Ramón hace aún más dolorosa la pérdida de sus memorias, cuya redacción abandonó a causa de un robo de documentos en Austin, que lo dejó sin las cartas, documentos y notas que había ido ordenando durante años con ese fin. Al cumplir el medio siglo, en 1958, Ricardo Gullón abandonó la fiscalía y regresó a Puerto Rico para dar clases de literatura. Ahí emprende una nueva etapa muy fecunda, que le valió, a su regreso, el Príncipe de Asturias en 1989 y el ingreso un año después en la Academia.

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