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La vida en verso

EL MARTES 4 CUMPLE SESENTA AÑOS EL POETA LUIS GARCÍA MONTERO (1958), DIRECTOR DEL INSTITUTO CERVANTES Y RUTILANTE EMBLEMA DE LA POLÉMICA Y A MENUDO MAL ENTENDIDA POESÍA DE LA EXPERIENCIA. DIVERGENTE

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ERNESTO ESCAPA
León

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L os ingredientes de los que Luis García Montero echa mano para construir su poesía, que ha alcanzado a ser la más relevante de las últimas generaciones, ponen de manifiesto los riesgos de su opción por la cotidianidad coloquial y por una reflexión narrativa que disuelve las pulsiones del yo en el regazo de la experiencia colectiva. No obstante, su condición de catedrático universitario avala con copiosas reflexiones ensayísticas unas andanzas poéticas oscilantes entre la parodia y el pastiche, pero marcadas por una voluntad decidida de conectar su poesía con la precedente de Gil de Biedma y, a su través o por libre, con Cernuda, Lorca, Alberti, Machado y aún más allá, con Bécquer.

Los primeros pasos de su itinerario los agrupó García Montero en las prosas poéticas de Y ahora ya eres dueño del Puente de Brooklyn (1980), galardonado con el premio García Lorca, donde recrea el universo de la novela negra americana tanteando incertidumbres. Prendido de su cuelga monumental en los versos precedentes de Juan Ramón, Lorca y José Hierro. Años más tarde, clausurará su volumen ensayístico Inquietudes bárbaras (2008) desvelando aquella ambición primera de entregarse a la aventura moderna con el papanatismo de quien codicia poseer siluetas de la nada y acaba comprando el Puente de Brooklyn al primer estafador audaz que se lo venda. Las cuatro secciones de su estreno poético vinculan a García Montero con el Cernuda de Ocnos, al mostrar su desamparo mientras transita «diciembre por las sábanas».

Aquel 1980 concluye sus estudios Luis García Montero, que enlaza con sus primeros pasos como profesor universitario en la órbita de Juan Carlos Rodríguez, maestro que supo conjugar la severidad dialéctica con la seducción a veces canalla del tango. Un par de años después, escribe a dos manos con Álvaro Salvador Tristia (1982), que firman como Álvaro Montero y obtiene un accésit en el Ciudad de Melilla. Las invocaciones al destierro de Ovidio , por mediación de Graves, se expresan en un lenguaje poético heredero de Blas de Otero, que incorpora el humor como disolvente de la solemnidad: «Date por muerta, / amor, / es un atraco. / Tus labios o la vida». Para concluir con Envés de la trama: «Nosotros los Montero, tuvimos en común / el lento amanecer de la calle Lepanto / y algunos pocos mitos que ocuparon / lugar en nuestra mesa».

Ya en la lanzadera de su tesis doctoral sobre la poesía de Rafael Alberti, cuyas Obras completas (1988) para Aguilar verían la luz en tres volúmenes, García Montero firma con Javier Egea (1952-1999) un Manifiesto albertista, que revive el bonaerense de 1932, en homenaje a Rubén Darío, de Pablo Neruda y Lorca. Alberti está de vuelta desde 1977 y son frecuentes los homenajes como réplica a décadas de exilio y desarraigo. Los ochenta van a conocer la eclosión de los poetas granadinos de la experiencia. De 1980 databa la escritura de Troppo Mare, en la Isleta del Moro almeriense, por parte de Javier Egea, en uno de sus alejamientos del pedregoso fondo de derrota que proclamaban sus versos.

El gran Javier Egea obtuvo con este libro nuestro González de Lama 1984, quince años antes de suicidarse abatido por las resacas y después de fijar con Paseo de los tristes (1982) y Raro de luna (1990) la intensidad de su mordiente desesperación. 1982 fue también el año de lanzamiento de García Montero, al obtener su Adonais con El jardín extranjero (1983), donde conjuga esperas inútiles y melancolía. Precisamente aquel verano aborda, junto a Egea y Álvaro Salvador, el opúsculo La otra sentimentalidad, pronunciamiento estético en la estela machadiana de Mairena, quien advirtió la determinación del horizonte ideológico en la deriva sentimental.

El jardín extranjero muestra la influencia determinante del neorrealista Pasolini y adopta el jardín lejano como trinchera donde proteger una identidad vapuleada. Aquel año lo arropan en el Adonais el asturiano Beltrán y la levantina Amorós. Tanto en aquel libro, como en los sucesivos Diario cómplice (1987) y Las flores del frío (1991) se hace recurrente la intertextualidad con poetas de los cincuenta, a los que empieza a conocer y frecuentar. Para Mainer, sin embargo, el decir matizado de Diario cómplice se acompasa a la pauta de La voz a ti debida (1933), de Salinas. Las flores del frío recoge poemas de largo reposo, en los que la torsión surreal y alucinada muestra el envés de la lírica neopopularista. A veces, añadiendo trascendencia a las anécdotas cotidianas.

Habitaciones separadas (1994) recibe distintos reconocimientos de los que otorgan esplendor al joven poeta y logran que descuelle en el panorama generacional: premio Loewe, y después Nacional de Poesía. Su tono elegíaco discurre entre meandros ocasionados por el desengaño. Soledad, amor y libertad oscilan entre lo personal y colectivo hasta alcanzar su culmen en El insomnio de Jovellanos, prisionero en Bellver. Aquel 1994 fue el de su unión con la novelista Almudena Grandes, desencadenante de frecuentes parodias chocarreras, como variantes de su endecasílabo «Tú me llamas amor, yo cojo un taxi». El mismo husmeo patoso se reitera con las llamadas telefónicas de Completamente viernes (1998), antes de cambiar de tono en La intimidad de la serpiente (2003), distinguido con el premio de la Crítica como mejor libro del año, y amansar reflexiones con Vista cansada (2009), que marca otro de los hitos de contrastada madurez de Luis García Montero. Su novela Mañana no será lo que Dios quiera (2009) sigue la estela biográfica del poeta Ángel González (1925-2008) en sus días de Primout y Páramo del Sil.

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