Diario de León
Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Hay obras que, como ésta, y a pesar de haber aparecido en castellano ya hace algunos años -“ahora cambia de colección-, no deberían pasar desapercibidas. Nos sitúa Los hermosos años del castigo en un internado suizo, en Appenzell, pocos años después de la II Guerra Mundial, internado al que llegaban alumnas «de todo el mundo, en especial de Estados Unidos y Holanda». Como la educación de fondo allí recibida era «renunciar a las cosas bellas y temer las buenas noticias», es fácil adivinar la atmósfera de cautiverio y la sensualidad soterrada que allí se respiraba. No es de extrañar que la narradora cuente la atracción -“tenía entonces quince años- por una nueva interna, Frédérique, aunque «ni nos atrevíamos a tocarnos ni a darnos un beso. Horror. Tal vez perturbadas por el deseo, perturbadas porque desentonaba con la imagen que nos habíamos hecho la una de la otra». Incluso la presencia de los celos, intentando acercarse a Micheline, forma parte de este juego amoroso.

Referencia siempre presente la historia apuntada, la narradora recurre al torrente de la memoria, a «los nichos de la memoria», para, ordenado, pasarlo por el tamiz de la palabra: su «vetusta infancia», el aire de tristeza al mirar siempre la vida desde un internado -“recuerda, entre otros, el primero en el que estuvo, religioso, en «los años del castigo, de los hermosos años del castigo»-, los paseos por el campo, los retratos familiares, de la abuela-¦ Pero si la obra está llena de retazos y recuerdos, si nos asoma a un aire de tristeza producido por su estancia en este tipo de centros, si nos habla de la condición humana de una mujer que se ve en los años de niñez y juventud, si nos ofrece una galería de los personajes del Bausler Institut de Appenzell, cerca de Constanza -“compañeras, dirección, profesores-¦-, con la sensación de que las ventanas estaban cerradas al mundo, no es menos cierto que, a través de estos sentimientos y situaciones, Fleur Jaeggy se convierte en una analista de los internados, de sus conductas y reacciones. Pero lo hace con una extraordinaria elegancia literaria, con una prosa fina y precisa que «penetra como una hoja afilada en la zona secreta donde se esconden las sensaciones». Susan Sontag, que admira profundamente a la escritora de Zurich residente en Milán, dice que «es una escritora maravillosa, brillante, salvaje».

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