Diario de León

La desolación tiene cara

La convulsión que vive Haití desde hace casi un año, desde el objetivo de un leonés «¿Una solución aquí? No. Es un país que sobrevive a base de parches. Aquí no se piensa en el mañana, se vive al día y lo que venga, ya se verá». Andrés Martíne

Una mujer yace muerta en su cama tras sucumbir al cólera.

Una mujer yace muerta en su cama tras sucumbir al cólera.

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«Es imposible que con toda la mierda que ves a diario y todas las desgracias que ocurren aquí, no se te escape en algún momento una lágrima». Es la reflexión de Andrés Martínez Casares sobre la situación que se vive en Haití desde hace ya un año. Andrés es leonés, fotoperiodista y un apasionado de su trabajo. El 14 de enero metió lo justo en su maleta y puso rumbo al país de las Antillas para cubrir el terremoto que destrozó todo a su paso hace casi doce meses. No había tiempo para más y el reloj marca el ritmo de trabajo de un freelance. Allí sigue y allí le sorprendieron, como al resto del mundo, otras desgracias que hicieron que su estancia se prolongara.

Ahora cubre la información gráfica para la agencia Efe del día a día en esa tierra devastada primero por la madre naturaleza, luego por el cólera y ahora por la violencia desatada tras las elecciones que muchos califican de fraudulentas. Haití, pasto de la pobreza, vive uno de los momentos más convulsos de su historia, con más de dos mil muertos a causa de la epidemia y cientos de miles de personas que se han quedado sin nada, literalmente.

Este panorama desolador es el medio que se mueve Andrés para buscar historias que contar a la gente que vive al otro lado del mundo, algo impactada por la situación, si, pero que observa lo que ocurre desde el punto de mira que da la distancia, cuando la catástrofe no te toca ni de lejos.

Acaba de cumplir 28 años hace unos días y ya lleva mucho camino andado. Salió de León para estudiar periodismo en Segovia, pero fue en Madrid donde se licenció y consiguió una beca de fotoperiodismo en Aarhus, Dinamarca. A partir de entonces, su cámara ha sido su fiel compañera por varios rincones del mundo, entre ellos, Palestina, México, Honduras o Guatemala. Hasta llegar a Haití. Allí los acontecimientos han sucedido rápido, muy rápido. Cuando los haitianos no se habían recuperado del desvastador seísmo, llegó el cólera y arrasó la poca esperanza que les quedaba a los habitantes de esta isla caribeña que comparte con la República Dominicana. Muchos han sido los que han muerto en plena calle por la escasez de infraestructuras sanitarias, otros tantos los que han sido pisoteados en el suelo por quienes les daban por muertos. Es lo que pasa cuando convives tanto tiempo con la muerte.

«La epidemia de cólera ha sido una de esas sorpresas que ha dado este país. De repente, y tras un par de meses en los que el trabajo escaseaba, llegó el brote, que nos mantuvo ocupados el mes anterior a las elecciones y que acaparó toda la atención durante la campaña», explica. Tiene claro lo que más le ha impactado: «Ver como los haitianos van plantando cara a todos los problemas que les van surgiendo y su capacidad de adaptación». Allí sortear la adversidad es una forma de vida.

Las elecciones aún colean estos días y esta misma semana, el Consejo Electoral ha anunciado que revisará los resultados de la primera vuelta, celebrada el 28 de noviembre, y que tanto candidatos al Gobierno como organismos de observación calificaron de fraudulentas. «Ayer amanecimos con barricadas en las principales calles que unen el centro de Puerto Príncipe con Petion Ville. Ya la noche anterior habían comenzado los disturbios en esta zona cuando anunciaron los resultados. Se temía que hubiese problemas con las votaciones, pucherazo, irregularidades... Al final todo va siguiendo el guión esperado: unas elecciones nada claras», relata.

Cuando vives en un lugar como Haití es difícil saber qué es lo que más te gusta de esa experiencia y lo que menos. «Ves tantas cosas, buenas y malas, que no sabría decirte».

Estos días, Puerto Príncipe, la capital, amanece paralizada por las revueltas. «La gente está muy cansada de la situación. Se quejan de que no ven nada del dinero prometido. Once meses después del terremoto, más de un millón de personas sigue viviendo en tiendas de campaña o en chabolas hechas con plásticos. Algunos han podido reparar sus casas, pero otros las han perdido. Muchos edificios están siendo demolidos a golpe de mazo porque no hay maquinaria desescombrando».

Y es que el mundo entero se movilizó para ayudar a Haití en cuanto se supo de las consecuencias del terremoto. La ayuda internacional se anunció a bombo y platillo. Pero, al parecer, ha quedado en poco más que eso, un anuncio. Apenas un mes después, el mundo ponía su atención en otas partes del planeta, en otras noticias. Lo que ahora es interesante, deja de serlo en cuestión de semanas. Y Haití sigue tocado y hundido.

«¿Una solución aquí? No. Es un país que sobrevive a base de parches, donde no se piensa en el mañana. Los haitianos viven al día, lo que venga mañana, ya se verá», contesta Andrés Martínez.

La rutina no existe como tal. Cada día es diferente y nunca se sabe lo que te va a deparar la jornada. «Cuando no hay ningún tema concreto que requiera cobertura, me levanto a las 4.30 o 5.00; salgo con los primeros rayos de sol a ver cómo está la ciudad y buscar alguna historia; luego vuelvo a casa, edito mi trabajo y lo envío». Es el cometido de Andrés un día cualquiera en Puerto Príncipe.

Allí, los problemas son algo normal. Están acostumbrados a lidiar con ellos». Le pregunto cual es la principal dificultad a la que se enfrenta el país. «Ojalá fuese sólo una. Vayas por donde vayas encuentras problemas. Las ONG y los organismos internacionales ayudan a esta gente, pero a su manera. Y no es suficiente. No hay trabajo y sí mucha corrupción».

Pero, ¿De verdad está ayudando la comunidad internacional? -"le pregunto-". «Pues la verdad es que no se nota mucho».

Ellos se amarran a sus creencias con todas sus fuerzas. En Haití, la religión juega un papel muy importante para la inmensa mayoría de la población. «Los domingos, para muchos haitianos todo se paraliza. Perfectamente arreglados, ves como van a sus iglesias, bien sea en las calles o en los campos, a celebrar largos ritos de varias horas. En los vehículos colectivos y en los particulares hay pegatinas y pintadas alusivas a Dios». Después del terremoto, muchos de ellos recuperaron la fe. «Querían encontrar una respuesta para semejante desastre y, de hecho, se llegó a culpar a las prácticas de vudú de lo que había sucedido».

Toda esta adversidad hace que la gente que vive en ella tenga un trato mucho más estrecho. Martínez Casares lo confirma. «Paso la mayor parte del tiempo con mi fixer -"ayudante-", Polanco, que es medio dominicano, medio haitiano. Y, en la calle, mi trabajo no sólo consiste en llegar, hacer fotos e irme; sino que muchas veces paso más tiempo hablando con la gente que fotografiándola». Por eso muchas veces no hace falta explicación cuando se ve una imagen que ya lo dice todo.

Las calles están plagadas. Los cientos de miles de personas que se quedaron sin techo en Puerto Príncipe ocuparon prácticamente todo el espacio abierto de la capital pocos días después del terremoto. Algunos han vuelto a casa, pero otros siguen deambulando. En un panorama así, es difícil no encontrarte con nadie con quien hablar o intercambiar experiencias.

Sobrevivir entre tanta penuria no es pan comido. «Yo lo hago como puedo, aunque no es fácil -"explica el leonés-", pero, por supuesto, muchos haitianos lo tienen infinitamente más jodido».

La necesidad hace que se agudice la pillería y que los productos básicos se conviertan, de la noche a la mañana, en algo extraordinario. «En los supermercados, los precios son el doble de lo que pueden ser en España. Los alquileres, carísimos...Aquí las comodidades como el agua corriente y la electricidad son un lujo, y toca pagarlos», relata Andrés.

Todo ha cambiado en Haití en los últimos meses, pero para mal. La pobreza de un país ya de por sí pobrísimo se agudiza con grandes dosis de desgracia. Menos mal que aún queda esperanza.

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