Diario de León

EL ÚLTIMO VIAJE

«Tragabas el humo para el catarro»

LA ESTACIÓN ES UNA FUENTE INACABABLE DE historias. Y ASÍ LA RECUERDAN LOS VIEJOS FERROVIARIOS

De izquierda a derecha, Miguel García, Durruti y Moisés Delgado, esta pasada semana.

De izquierda a derecha, Miguel García, Durruti y Moisés Delgado, esta pasada semana.

Publicado por
TEXTO: manuel c. cachafeiro
León

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Buenaventura Durruti, santo y seña del León ferroviario, ha residido gran parte de su vida en la zona de la estación, aunque estuviera más tiempo en las locomotoras que en los andenes de un sitio para otro. No está muy de acuerdo con lo que se está haciendo. Las grandes ciudades europeas como París, Oslo o Amberes, dice, integran el ferrocarril como una parte más de la trama urbana. «No lo sacan fuera, como pasa aquí».

El trasval, una palabra leonesa que no está reconocida por la Real Academia de la Lengua (le pasa lo mismo a papón con la acepción de Semana Santa), era todo lo quedaba al otro lado del río. «En el barrio siempre te preguntaban, qué vas, a León».

Sentado con otros dos viejos ferroviarios en la sede de la Asociación Leonesa de Amigos del Ferrocarril, Moisés Delgado y Miguel García, los recuerdos se acumulan a la hora de hablar de una estación que está a punto de cerrar después de más de un siglo de vida. «Si tuviera que hablar de un personaje, me quedaría con el tío León, que ha sido el guardaagujas más famoso de León», añade Miguel, al hablar del León de la estación del último medio siglo. Muchos niños de León como él pasaban tardes enteras con sus madres en la vieja pasarela de la calle Astorga a Gómez de Salazar. Iban allí para algo tan sorprendente como tragar el humo de las viejas locomotoras de vapor. «Decían que era bueno para la tosferina», asegura. Aquella vieja pasarela no era tan cómoda como la actual. Tenía 28 empinados escalones y fue derribada después de que se la llevara por delante un mercancías cargado de coches.

La estación tenía gran vida con la cantina y también era uno de los puntos álgidos de León con el estraperlo. El tren más famoso que cruzaba la capital leonesa era el expreso de Vigo a Barcelona, el Sanghai, con la mítica locomotora Santa Fe. Aquel viaje duraba 22 horas entre ambas puntas de España y León era parada obligada para cenar. O recuerdos como aquella máquina de maniobras que tenía un freno tan fuerte que el ruido era ensordecedor.

Entonces, después de la guerra, no había taxis. Los viajeros eran trasladados a los hoteles en el Coche Genaro, que tenía los asientos a los lados. Recuerda Durruti también una de las primeras taxistas que hubo en León, la Penina, y los presos que llegaban en tren y que llevaban hasta la cárcel de Santo Martino esposados de dos en dos. «Era tremendo ver a aquellos hombres», recuerda. O los maleteros, o el quiosco de Lorenzo el manco, que tenía ruedas de bicicleta, que fue uno de los primeros lugares de León donde se pudieron intercambiar aquellas novelas del oeste.

El barrio ferroviario fue creciendo y también creó su cofradía, la del Perdón. Moisés se acuerda de verles pasar por el paso a nivel y cantar saetas a los presos en Santo Martino.

Y cómo no hablar de las fondas, de los bares. La barra, que sigue abierto, y que se llamaba así porque en la barra había un tubo de agua caliente para que diera calor en invierno. La Zamorana, El Norte, El Ferroviario, El Maragato...

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