Diario de León

comarca histórica

Un paseo por la valdueza

el sur de la región berciana es una de las zonas más pintorescas de la provincia, que hoy duerme en el sueño de su antigua grandeza debido al despoblamiento de los núcleos rurales

Publicado por
ENRIQUE ALONSO pÉREZ
León

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Al sur de la región berciana, en una de las zonas más abruptas y pintorescas de la provincia de León, duermen el sueño de su antigua grandeza una docena de pueblos marcados hoy por el inexorable despoblamiento de los núcleos rurales. El río Oza, que les dio vida y nombre, contempla desde su dolorosa impotencia, la desaparición paulatina de las gentes del valle. Santa Lucía, San Adrián, Ferradillo... son ya esqueletos de la arquitectura rural invadidos por la maleza, que a duras penas permite arribar al curioso viajero para dar fe del silencio y vacío que reina en sus calles, antes bulliciosas y transitadas.

El valle de Oza, conocido vulgarmente por el nombre de Valdueza, hunde sus raíces históricas en la Alta Edad Media, y aparece documentado en las fundaciones del omnipresente berciano, San Fructuoso. La configuración geográfica de su relieve está magníficamente reflejada en el Diccionario Geográfico de Pascual Madof, que en el año 1845 describía el territorio de esta manera: «Valle, en la provincia de León, Partido Judicial de Ponferrada: se compone del principal en unas cinco leguas de extensión, por donde en estrecho cauce se precipita el Oza. Y de otros varios vallecitos formados por arroyuelos y afluentes tributarios de aquél. Las frutas son excelentes, aunque tardías. El país está variado de accidentes a cada paso; tan pronto abierto y risueño, como árido y sombrío; aquí un trecho delicioso de magnífico y encantador aspecto, allá un desfiladero peligroso del que se desprenden continuamente enormes peñascos, acullá un horroroso precipicio cuya vista espanta, luego una plácida pradera esmaltada de flores y cubierta de árboles frutales, y el todo encerrado entre las cumbres Aquilianas y las sierras».

Hacia Peñalba de Santiago

Como hitos más importantes, en la referencia histórica y espiritual de estas tierras, es obligado reseñar la presencia testimonial de dos monumentos, que aunque en precario, conservan aún el empaque de su factura artística y el dato puntual que dio origen a las primeras comunidades monacales, precursoras de un inusitado florecimiento que desembocó en las mil y una fundaciones depositarias de la fe popular, en una región que mereció el calificativo de Tebaida Berciana.

El monasterio de San Pedro, ubicado en el pueblo de Montes de Valdueza, fue el que dio vida a este núcleo que surgió en torno al beneficio y explotación de las tierras afectas al patrimonio fundacional. Nuestro primer rey leonés, Ordoño II, fue el que a principios del siglo X cede al cenobio de San Pedro el dominio territorial del valle de Oza o Valdueza, acompañado también del poder jurisdiccional, que aseguraba de esta manera el régimen feudal que distinguió en la Alta Edad Media la subordinación del pueblo llano a los intereses de los grandes monasterios y abadías. Pronto se extendió este dominio a las vecinas provincias de Orense y Zamora, llegando a tener posesiones plenas en 56 localidades.

Presenta hoy este monasterio un aspecto desolador. De su primitiva construcción, en tiempos de San Fructuoso, se conserva tan sólo la memoria reflejada en una lápida mozárabe esculpida primorosamente en el año 895, cuya leyenda remite al lector a la época fundacional, resumiendo la acción benefactora de los santos varones, Fructuoso, Valerio y Genadio, a favor de la proyección espiritual de este vetusto cenobio. Los reiterados arruinamientos y reconstrucciones hicieron de este lugar un mosaico variopinto de culturas amalgamadas, y la última y definitiva planificación del siglo XVIII, quedó dañada mortalmente en el incendio ocurrido en el año 1842 en plena indefensión ante el irreversible cáncer desamortizador.

El otro hito esbozado, el del cercano pueblo de Peñalba, encierra uno de los más espectaculares atractivos artísticos de toda España: la iglesia de Santiago, fundada, junto a su correspondiente apoyo monacal, por el inefable San Genadio a principios del siglo X, cuando regía la silla episcopal astorgana. Cautiva todavía y atrae a múltiples estudiosos de arte mozárabe, su impecable diseño visigótico con los clásicos elementos islámicos incorporados a su conjunto, aunque modernamente, las tesis de numerosos eruditos del arte alto medieval, apuntan a la consideración autónoma de estas construcciones calificándolas de Arte de Repoblación.

La virgen de la «Guiana»

Como escolta de honor, para un territorio cuajado de encantos naturales, se encuentran las altas cumbres de los montes Aquilianos, con su exponente más característico en la Aquiana. Forman parte, estos montes, del conjunto de los Montes de León, y constituyen un ramal con su cota más elevada en Cabeza de la Yegua a 2.135 metros de altitud.

Pero como venimos diciendo, la Aquiana, con sus 1850 metros de altura, tiene el carisma propio de los montes sagrados en esta región berciana. Se debe esta particularidad al hecho contrastado y documentado fehacientemente, de haber sido hasta principios del siglo pasado, lugar de encuentro y romería espiritual de toda la comarca, pues en su cumbre se mantuvo, desde siglos, una ermita con doble capilla para albergar en primavera y verano la doble titularidad de la Virgencita de La Guiana, cuyas imágenes se veneran desde tiempos inmemoriales en la iglesia de San Pedro de Montes y en la parroquial de Villanueva de Valdueza.

Parece ser, y así lo atestiguan los más viejos del valle, que llegando el buen tiempo se ponían de acuerdo los titulares de ambas iglesias para subir procesionalmente las imágenes hasta la cima de la Aquiana, mientras que la devoción popular, con su monótona cantinela, repetía una y mil veces estrofas como la siguiente: ‘La Virgen de La Guiana/ está en el teso mayor/ le da el aire, le da el viento/ le dan los rayos del sol’.

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