Diario de León

josé luis cembranos álvarez

un león en el patio trasero

a principios de los noventa, cientos de chavales y paisanos se acercaron a santovenia del monte a ver a ‘leo’, un león africano que vivía en el bar lusumar. «la de cafés que me vendió aquel animal...», recuerda josé luis cembranos

NORBERTO

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emilio gancedo
León

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Hay toda una generación de guajes nacidos en la capital y riberas de la contorna que guardan en su memoria el preciso y grandioso recuerdo de aquel domingo en el que los llevaron a ver el león de Santovenia del Monte, que se llamaba Leo y vivía en una jaula, en la parte trasera de un barín carretero y rumboso.

Que en León hubiera un león vivo con sus garras y sus colmillos y su cola —aunque estaba gordo y capado y no tenía melena— parecía lógico y a la vez chocante, algo así como cazar en El Perdigón (Zamora), fumar en Cenicero (Álava) o despedirse en Adiós (Navarra). Uno no podía por menos que sentir una cierta extrañeza al ver a aquel bicho procedente de la lejana y calurosa Kenia en un frío escenario de sebes, paleras y robledal que sólo por azares de la toponimia recibe el mismo nombre que el de estos felinos salvajes. Además, al ser muchos de los visitantes críos de corta estatura, la impresión de toparse con aquellos 220 kilos leonados era inmensamente mayor que la recibida por sus padres: marchaban de allí con la idea de haber visto a algún tipo de bestia mitológica o de superhéroe del tebeo o de los dibujos de la tele.

El propietario de aquel chigre era José Luis Cembranos Álvarez, que lo entendía bien y lo alimentaba con cascarones de pollo y tripas de cordero que iba recogiendo por los mataderos y las carnicerías, y algún jato que otro que se les moría a los paisanos del pueblo (en total, entre siete y ocho kilos de carne al día). El negocio debía de ser rentable: «La de cafés que vendió este animal...», suspira.

José Luis nació en Villaobispo de las Regueras en 1948, su padre trabajaba en Antibióticos y también tuvieron bar. Entre los 15 y los 27 años vivió en Suiza, siempre dedicado a la hostelería, y a la vuelta fue sembrando de tabernas Torío y Sobarriba: primero el Ríos; luego el que acogió a Leo, de nombre Lusumar (acrónimo de Luis-Susana-Marcos, sus hijos, el mayor entrena a la Cultu); y el de ahora es el mesón Cembranos, en la carretera de Santander. En lo que respecta al león, su origen está íntimamente ligado a otro paisano mítico de estos viejos reinos, el escultor de agitada vida Ángel Muñiz Alique: su sobrino Pablo lo había comprado en Madrid procedente de Kenia, donde nació en 1977, y como con tres meses el animal se había vuelto algo peligroso, pues lo ‘dio en adopción’ a su tío leonés, muy aficionado a la fauna (tuvo guacamayos y cacatúas, y hasta se paseaba con un lobo por Ordoño). Éste lo crió como a un hijo más en su casa de La Serna y alguna trastada sí le hizo, como tirarle abajo la estatua que estaba preparando sobre Odón Alonso. Los vecinos estaban recelosos y, aunque se barajaron varias opciones —el Ayuntamiento sopesó instalarlo en el parque de Quevedo a modo de mascota de la ciudad, no fructificó la cosa; también lo llevaron a un proyecto de urbanización en Valcabado, de reiterativo nombre Los Leones, al final un completo fiasco—, quien se quedó con él fue Cembranos, compañero de mus de Muñiz Alique. Pero Leo nunca olvidó a quien ejerció de padre. «Cuando doblaba la curva de Santovenia con el coche, a más de un kilómetro de distancia, lo sentía y ya se ponía nervioso el animal», recuerda José Luis, quien resalta que era «muy pacífico y tranquilo —salvo cuando pasaba ganado por el camino de atrás, el instinto no se pierde, o cuando los rapaces, qué mala idea, le metían palos por entre las rejas—, eso sí, había que tener cuidado porque con ese peso te podía hacer un estropicio sólo jugando». De hecho, la jaula la limpiaba pasando al bueno de Leo a otro patio y cerrándolo, pero un día el felino abrió la puerta con una garra y se plantó de nuevo dentro. José Luis, claro, las pasó estrechas. También a su padre le propinó una tan cariñosa palmetada que lo empotró contra una alambrada.

«Una cosa te voy a decir: todo el mundo conocía ese pueblo por Leo, tanto, que algunos le habían ya cambiado hasta el nombre: Santovenia del león».

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