Diario de León
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enrique vázquez
León

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La senadora —en realidad ex senadora, pues fue inhabilitada por la autoridad competente hace un par de años— previó en junio del 2010 que «dijera lo que dijera, el presidente Santos terminaría negociando con las FARC». Por lo que se va sabiendo, eso empezó a hacer en cuanto se sentó en el despacho en agosto de ese mismo año el jefe del Estado, salido en su día del viejo tronco del Partido Liberal y del ‘uribismo’ (por el presidente saliente, Álvaro Uribe). Pero sus maneras y el hecho de que tal cosa no estuviera formalmente prometida en su programa ni contara con el aval del propio Uribe hicieron de su decisión un cambio radical que remite a explicaciones diversas y promete ser polémica en el país y políticamente arriesgada para él.

La hipótesis de que comenzó en seguida a preparar una vía negociadora se sostiene porque ahora parece claro que cuando Santos anunció el 27 de agosto la apertura del diálogo con la guerrilla la había descubierto y denunciado semanas antes su antecesor y cordial enemigo, el propio Uribe quien, muy bien informado, precisó que los contactos se desarrollaban en La Habana. De modo que se trató de un anuncio-confirmación y el único mérito en la adivinación fue el de Piedad Córdoba.

El proceso se abrió formalmente el jueves en Noruega, que actúa como primer intermediario y ‘facilitador’, y se trasladará muy pronto a La Habana donde empezará la negociación a fondo y en detalle. ¿Empezará o ha empezado ya? La pregunta no es ociosa porque ha trascendido que gracias al esfuerzo discreto de Venezuela y Chile, además del papel noruego, hace meses que las partes están hablando. El programa está servido y cada parte conoce sus límites: la guerrilla debe autodisolverse como tal, el Gobierno hacer sacrificios pro-paz y las fuerzas del orden seguir combatiendo el tráfico de cocaína, que, con FARC o sin ellas, va a continuar.

Lo que nos importa subrayar hoy aquí es que Santos, si consigue algo tangible será triunfalmente reelegido y señalar que lo que él ha emprendido es también un combate a espada desenvainada contra otro enemigo poderoso: el ‘uribismo’. El presidente se juega la presidencia pero el envite vale la pena.

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