Diario de León

Farmacias de pueblo

Antídotos rurales

Estas pequeñas alacenas de fármacos no viven su mejor momento. El Envejecimiento de la población y la actual situación económica son algunas de las causas

María Belén lleva quince años dirigiendo su farmacia de Puente Almuhey. La edad media de sus clientes es de 75 años.

María Belén lleva quince años dirigiendo su farmacia de Puente Almuhey. La edad media de sus clientes es de 75 años.

Publicado por
Lucía Diez
León

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Son lugares de confidencias y consejos, donde se obsequia con salud o se intenta no mermar la poca que queda. Son espacios llenos de remedios para todo en una aldea pequeña, a veces aislada y lejana del barullo de la gran ciudad. Son emplazamientos aptos para cualquier edad, aunque en este caso sus clientes superan los 70 años. Son farmacias rurales.

En León, una de las provincias españolas más extensas, abundan estas boticas. De las más de 330 que hay, unas 220 operan en el ámbito rural. Una población muy dispersa obliga a situarlas de tal forma que nadie quede desabastecido, por muy lejos que se encuentren de todo. «Es un servicio que no da nadie», cuenta Antonio Carrasco, el presidente del Colegio de Farmacéuticos de León. «Cualquier paciente puede obtener su medicación a las 16:00 horas, cuando pasa el servicio de ruta o, si el pueblo está más alejado, a partir de las 17:00».

En estos pueblos, tras el mostrador de una botica no se encuentra simplemente un farmacéutico; también se trata de un confidente, de un asesor e incluso de un psicólogo. Ana Cristina Extremera es una de las boticarias rurales que se encuentra en la provincia leonesa. Madrileña, lleva nueve años regentando la farmacia de Lario, un pequeño pueblo de paisajes idílicos enmarcado en pleno corazón de los Picos de Europa, en el Ayuntamiento de Burón, a la que llegó tras acabar la carrera y buscar farmacias ya que en la capital «son muy caras».

«Nosotros ofrecemos servicio a Burón, Acebedo y Maraña». En definitiva, tres municipios cuya población conjunta es de 774 personas. La ubicación de la farmacia en Lario se debe a motivos estratégicos. «Por aquí pasa la carretera y es más cómodo para las personas». Ana Cristina hace un balance muy positivo de todos su años en la botica. «Una de las ventajas de vivir aquí es que mis hijos están siempre en la calle y con nosotros». Sin embargo, este bello paraje a 110 kilómetros de León también tiene sus inconvenientes. «Es un lugar muy turístico en verano pero los inviernos son bastante duros. Estamos lejos de todo, de cursos, de conferencias... se resiste el invierno con lo que se hace en verano».

Los habituales clientes de la farmacia rural no suelen comprar productos de parafarmacia. «La gente no está acostumbrada a ellos», relata Ana Cristina. «Quizás algún despistado, pero poco más». Y es que la población rural suele ser bastante reacia al consumo de productos de cuidado de la piel debido a su poca exposición a estos fármacos. Sin embargo, esta farmacéutica reconoce el trato cercano que tiene que con sus pacientes. «En muchas ocasiones soy la única que puedo proporcionar algún servicio, como el fax».

Guardias de nadie

Otro de los casos de una profesión dominada en un 75% por mujeres es el de María Isabel García, que llegó a Truchas para construir su gran sueño de contar con una farmacia propia. Esta madrileña dejó su trabajo en la capital para adquirir su propia botica en una zona rural. «Cogí esta porque era la que más se acercaba a mi capacidad monetaria, ya que al hacer números, cuadraba». Dicho y hecho. María Isabel desembarcó en una región que no conocía pero llena de ilusión. «Al principio todo era de color de rosa, pero a medida que pasa el tiempo te das cuenta de algunas cosas. Eso sí, a nivel personal, ha sido muy positivo». El municipio de Truchas, a 90 kilómetros al oeste de la capital leonesa, es el cabeza de comarca de otras 13 pedanías, en las cuales viven aproximadamente unas 500 personas, los principales clientes de María Isabel.

Con una edad media de 70 años, desfilan por la botica de esta farmacéutica en busca de remedios, de consejos, pero también de una confidente. «Mucha gente viene con ganas de hablar y a como a mí me gusta también...». Los medicamentos vendidos para paliar problemas relacionados con la tensión, los huesos o la glucosa son los más vendidos y consumidos en su botica.

El lugar, un paraje enmarcado en la Cabrera Alta, le ha aportado mucha calidad de vida y ventajas, «sobre todo en el entorno familiar, además de un ritmo de trabajo compatible». No obstante, no hace mucho esta madrileña no opinaba igual de su horario de trabajo, ya que su farmacia contaba con un servicio de guardia diaria permanente, esto es, «24 horas, 365 días a la semana, inviable para una sola persona».

Y es que María Isabel realizaba las guardias de toda la zona de la Cabrera, una situación insostenible que la obligaba a vivir pegada a su pequeña botica, contando con el problema de que «nadie quiere hacerse con el puesto». «En una población rural como esta, una guardia permanente no tiene viabilidad económica». Una medida «injusta» en una situación donde por la noche solo pasaba «una persona al año». Tras varios años quejándose al Colegio de Farmacéuticos de la ciudad, María Isabel logró su objetivo. Ahora, esta madrileña alterna guardias con otra farmacia de la comarca y puede disponer de un horario mejor.

La particularidad de trabajar en entornos más reducido obliga a este profesional a no desprenderse de su famosa bata blanca cuando su turno finaliza. «Llaman las 24 horas», asegura María Isabel. Además, a veces hay servicios a domicilio para aquellas personas que no disponen de medios para recoger los medicamentos. «Hay gente que no puede bajar y vive sola, así que se lo llevamos», comenta Ana Cristina.

Un futuro negro

La pervivencia de estos ultramarinos de fármacos está ligada a la gente del lugar. «Su futuro es el mismo que el de la población rural», estipula Antonio Carrasco. «Cuando una persona muere, no se repone», asegura María Isabel. El saldo de estas pequeñas regiones rurales es negativo, ya que apenas hay nacimientos frente al número de fallecimientos.

«Muy chungo, muy duro», opina María Belén Peinador, que dirige su propia farmacia en Puente Almuhey desde hace 15 años. Perteneciente a su familia, compró la botica y su resumen de estos tres lustros es «muy positivo». «Se conoce mucho mejor a la gente». Puente Almuhey está integrado dentro del municipio de Valderrueda, que cuenta con casi mil habitantes. «La edad media ronda los 75 años», estipula esta leonesa. Su establecimiento, situado a 72 kilómetros de la capital, sufre los mismos embates económicos que el resto de sus compañeros de profesión situados en pequeñas poblaciones aisladas. «No estamos en una región tan turística y no siempre hay gente».

Así, el futuro se presenta de muchos colores, pero todos ellos cercanos al negro. De momento no se perciben soluciones a un problema tan acuciante como es el éxodo rural en la provincia leonesa, que no sólo afecta a las boticas rurales, sino a todo tipo de establecimientos. Para este tipo de dolencias no se ha encontrado un antídoto definitivo, ni siquiera con receta.

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