Diario de León

EL FRANCISCO que se vio en BUENOS AIRES

«Su humildad genera confianza»

ALLÁ, CASI EN EL FIN DEL MUNDO, LA LEONESA MARÍA ESTER CONOCIÓ AL HOY PAPA FRANCISCO.

María Ester, a las puertas del colegio de Buenos Aires, acompañada por una profesora y por varios alumnos.

María Ester, a las puertas del colegio de Buenos Aires, acompañada por una profesora y por varios alumnos.

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Francisco saludó al mundo desde el balcón del Vaticano con su singular «han ido a buscar al papa al fin del mundo». Y en aquellas lejanas tierras argentinas vive una leonesa, María Ester Muñoz Merino, desde hace 42 años. Es una religiosa agustina que reside en Buenos Aires, donde tuvo la oportunidad de colaborar con el hasta hace un mes arzobispo de la capital argentina, Jorge Mario Bergoglio. Ahora, tras la sorpresa de su traslado a Roma como nuevo Papa, María Ester recuerda un hombre al que «su humildad y su sencillez» le hacían precisamente ser muy especial.

Su nivel de exigencia, el mismo que ya está exhibiendo desde el Vaticano, estaba presente a diario por su concepto de que la Iglesia tiene que estar siempre junto a los más desfavorecidos: «Aprovechaba todo encuentro para proponer, invitar, pedir: ‘cuiden a los más pequeños, a los niños, a los abuelos, a los más pobres, salgan al encuentro de la gente, no se queden en las parroquias ni en los colegios esperando que llegue la gente, salgan ustedes a buscarlos’».

Aunque han pasado cuatro décadas desde su traslado a Argentina, María Ester mantiene un intenso contacto con su familia leonesa: «Nací en un pequeño pueblo, en Jabares de los Oteros, ahí están mis raíces. Mis padres Manuel y Encarnación, de querida y entrañable memoria, cultivaban la tierra y cuidaron a nueve hijos, seis mujeres y tres varones. Actualmente vivimos 8 hermanos y los otros siete viven ahí, en España, en distintas provincias».

Pero María Ester se fue a ese «fin del mundo» del que vino el papa Francisco: «Tuve la oportunidad de encontrarme por primera vez con monseñor Jorge Mario Bergoglio al ser nombrado arzobispo de Buenos Aires en 1997. En marzo de ese año fuimos convocadas por él todas las religiosas de la Archidiócesis. Fue un gesto que no era habitual en otros pastores. Y nos expresó su deseo de trabajar unidos, pues para esto habíamos sido llamados por Jesús, para cuidar al mismo rebaño, al mismo pueblo de Dios».

Y ya ese día empleó una fórmula que sorprendió en su presentación desde el balcón del Vaticano a quienes no le conocían: «nunca faltó en su saludo de despedida, la constante petición de ‘recen por mí’».

Para esta religiosa es esa calidad humana la que más marca a quienes tienen la ocasión de compartir un rato con el que hoy ya es el papa de toda la Iglesia católica: «Muchas veces coincidimos en encuentros, celebraciones y reuniones de trabajo. En estos espacios participaba como uno más, eso sí, acogiendo con respeto y valoración la opinión de cada uno, tanto de sacerdotes como de laicos y religiosas».

Y es esa humildad en el trato la que le facilita de manera especial el ganarse la confianza de la gente. «Su actitud siempre cercana y sencilla con gestos de mucha familiaridad generaban mucha confianza y admiración. Solía aprovechar las fiestas patronales de cada barrio (Villas de emergencia) para encontrarse con la gente pobre con quienes compartía la religiosidad de las distintas culturas y por lo tanto, las distintas formas y modos de festejar de los bolivianos, paraguayos, peruanos…, saludaba a cada uno con el gesto habitual de dar la mano o un beso siempre con la sonrisa que le caracteriza y el pedido ‘recen por mí’. Uno de estos barrios es ‘la Villa 15 o ciudad oculta’ donde nos encontrábamos y compartíamos la fiesta de Nuestra Señora del Carmen el 16 de julio cada año y seguido de la fiesta había bailes típicos de las distintas culturas a la vez que se compartía algunas comidas y el infaltable mate, donde él tomaba parte».

Las Agustinas Misioneras tiene su colegio, Madre del Buen Consejo, desde 1970 en el barrio de Mataderos, en la periferia de Buenos Aires. Y los días 27 de cada mes iba Bergoglio al santuario de San Pantaleón, en ese mismo barrio. «Acudía a las 6.30 de la mañana, a unas dos horas de donde él vivía, en un medio de transporte colectivo. Ahí me encontraba con frecuencia con él y caminábamos dos cuadras hasta el santuario. Allí permanecía una, dos o tres horas, confesaba y se encontraba con los peregrinos llegados para pedir o agradecer el regalo de la salud».

Ahora, ya desde la distancia, María Ester se considera una afortunada por haber conocido a un hombre como Bergoglio: «Su testimonio como Pastor, su forma de llegar a la gente, su trato amable y sencillo me llena de gozo y gratitud».

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