Diario de León

hechiceras rurales

Brujería en el bernesga

En la provincia de León existen diversas zonas donde la creencia en brujas estuvo especialmente enraizada, y una de ellas -las riberas del curso final del río Bernesga- se encuentra muy cerca de la capital.

grabado de goya

grabado de goya

Publicado por
nicolás bartolomé pérez
León

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En León la creencia en brujas, esto es, en personas -generalmente mujeres- con poderes mágicos y pacto con el demonio, no tuvo la trascendencia social que alcanzó en otras regiones españolas, pero sí es cierto que la cultura rural de nuestra tierra atesora un rico conjunto de tradiciones legendarias que dan fe de un mínimo arraigo de este fenómeno en el pasado. Dentro de la provincia leonesa se localizan diversas zonas donde la brujería estuvo especialmente presente y una de ellas es el tramo final de las riberas del río Bernesga, el que va desde la ciudad de León hasta su desembocadura en el Esla. Las constituciones sinodales dictadas por distintos obispos leoneses entre los siglos XIII y XVI constatan y condenan determinadas prácticas frecuentes en los lugares del obispado legionense que hoy asociamos con la brujería tales como invocar al demonio, la adivinación o el recitado de conjuros con fines curativos.

De 1924 es la información proporcionada por el arqueólogo, historiador y folclorista Julián Sanz publicó, quien con el seudónimo «Juan de Alvear» publicó un artículo en la revista Vida Leonesa titulado «Un lugar de brujería» centrado en Grulleros y en el que informaba de que: «Las brujas de estas tierras de León, tienen como las brujas de otras regiones de España, un lugar fijo de reunión, desde el cual los sábados por la noche, después de embadurnarse el cuerpo con misteriosos ungüentos, parten por los aires cabalgando en escobas para acudir a los renombrados aquelarres que se celebran en Sevilla, y que son los preferidos por las brujas leonesas y asturianas.

No es este lugar, una aldea denominada Grulleros, famoso tan solo por estas citas nocturnas de las brujas de la comarca, sino también por ser punto elegido para su residencia por alguna de ellas, y hasta de algún que otro brujo de asombroso poder maléfico. Es, pues, lógico que los habitantes de Grulleros vivan en constante sobresalto temiendo ser víctimas de las brujas, sus convecinas, que dicho sea de paso, tienen la fatalidad de cargar sobre sí, sin más razón que la arbitraría acusación de aquellas supersticiosas gentes, la culpa de cuantas desgracias ocurren en la aldea. De aquí que no haya en Grulleros, enfermedad que no provenga del mal de ojo, muerte en que las brujas no intervengan, ni golpes que ellas no hayan dado...».

En otros testimonios orales recogidos en esa zona se afirma que, además de en Grulleros, en los pueblos próximos también había muchas brujas, especialmente en Vega de Infanzones, Sotico, Villa de Soto, Vilecha y Torneros, que es el lugar donde al parecer más presencia tenían; precisamente una leyenda muy conocida también en otras tierras narra lo sucedido en la iglesia de Torneros con unas brujas que asistieron un día a misa, y acabado el oficio se quedaron todas en el templo. El cura, pasado un rato, dijo: «¡Qué voy a cerrar la iglesia, salen o no salen!». Pero nadie hizo nada hasta que una de las brujas indicó: «SÍ pero haga el favor, vaya y cierre el misal». El sacerdote cerró el misal, y, según lo hizo, pudieron salieron todas.

Respecto a los poderes de transformación de las brujas, éstas podían convertirse en remolinos, especialmente en las eras, y para evitar que pudieran levantar los balagares, las gavillas o el grano en el tiempo de la trilla se amenazaba a estos pequeños torbellinos con el ramáu y la horca, o simplemente gritando o insultándolos. También se cuenta que las brujas podían pasar por el agujero de una cerradura, e incluso por el hondón de una aguja. Sobre la capacidad de transmutación de las brujas otra narración legendaria de Alija de la Ribera indica como un paisano al ir a la cuadra a echar la hierba al ganado encontraba siempre un adobe en la pesebrera, lo que siempre le extrañaba hasta que un día cogió el adobe y lo tiró, partiéndose un cacho del mismo. Al día siguiente una anciana vecina del lugar apareció sin una parte de su nariz. Y es que era bruja, se convertía en adobe y se metía en la cuadra para espiar y hacer maldades. Otro poder atribuido tradicionalmente a las brujas, y quizá el más característico, es el de hacer daño o causar enfermedades a otras personas. A este respecto las historias recogidas en la zona baja del Bernesga, y contadas como verídicas, atribuyen poderes malignos a diversas ancianas perfectamente identificadas. El modo usual de librarse de su hechizo era amenazarlas de muerte, con lo que su capacidad para hacer el mal se neutralizaba.

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