Diario de León

avelino de la fuente

el torero que se ‘arimaba’

el primer matador leonés tomó la alternativa de manos de paquirri y aunque un toro «casi me lleva los huevos» acabó de empresario con funeraria y gimnasio

marciano pérez

marciano pérez

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emilio gancedo
León

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La tropilla de arrapiezos curiosos se acercaba a la plaza de Astorga: uno de ellos pagaba la entrada, echaba una soga desde arriba y ya subían todos los demás agarrados a la maroma como pequeños asaltantes de un castillo de tendidos de sol y sombra. Uno de los componentes de aquella banda atraída por la novedad tauromáquica en un tiempo de ocios escasos era Avelino de la Fuente, cepedano de La Carrera. «Yo no sé de dónde me vino la afición, la afición te coge de pequeño y oye, ¡es que ya no te suelta!», y es cuanto puede decir sobre el misterio de esa pulsión imbatible que le ha latido muy dentro desde que alcanza a recordar.

Su casa era la habitual de pequeños labradores de praos y fabas , y aquellas vacas de flequillo pardo y calma bíblica no solían tener el humor necesario como para entrar al trapo. En realidad fue en Valladolid donde la fiesta le atrapó con toda su aura de festejo y drama. Después de haber acabado la escuela a los catorce años, se colocó de pinche de albañil comarcano pero al poco estaba en la ciudad castellana trabajando para Agromán, y en la Azucarera, y en varios otros sitios. Allí empezó a frecuentar tentaderos y a alternar capeas, y aprendió de chavales tan bravíos como El Niño de Oro. «Ibas al tentadero y esperabas a que te dejaran… y claro, cuando podías entrar el animal ya estaba avisado y te pegaba unos revolcones…». También lo empezaron a llevar a los pueblos, a las plazas delimitadas por un redondel de carros. ¿A las vaquillas, Avelino? «¡Qué vaquillas! ¡Si a veces metían bichos de 500 kilos!». Su aplomo y audacia hicieron que encontrase apoderado en Arsenio Álvarez, «un hombre que me dio muchos festejos», muchas novilladas sin picadores, y que el salmantino Giraldés lo pasease por toda aquella torera provincia.

De la Fuente compaginaba pases y costalazos con el baile en el andamio hasta que un día llegaron dos periodistas venezolanos en busca de novilleros para el Nuevo Circo de Caracas. El destino se abrió paso en forma de la amistad que unía a Paco Camino, de cuya mano venían aquellos informadores especializados, con el señor Giraldés, así que Avelino fue uno de los elegidos. El telón americano se abrió ante él: fue por tres novilladas y acabó residiendo cinco años. Pasó a México por mediación de ‘don Pablo’, el gran empresario cervecero leonés, que incluso lo llevó en helicóptero a Acapulco, y en Durango tomó la alternativa con El Queretano y Curro Leal.

Pero la llamada familiar era demasiado grande y acabó regresando a la península. En la Feria de León tomó su segunda alternativa («porque los toreros españoles tienen que tomarla aquí, no les vale con haberlo hecho en América», explica, didáctico) con Paquirri y Manzanares, tres orejas y salida a hombros, y así se cumplió su gran sueño juvenil, pues el primero era el diestro al que más había admirado. Toreó por toda España, se prestó a corridas benéficas (para Asprona o para el colegio de niños deficientes de Veguellina, en la que se recaudaron 800.000 pesetas), se llevó no pocos revolcones («un toro casi me lleva los huevos, pero la peor vez fue cuando al entrar a matar me clavé el estoque en la rodilla») y atesora anécdotas como aquella vez en Valencia de Don Juan, cuando a Domingo Padiño le entró pánico al pisar la arena y a la vista del primer astado saltó el burladero raspándose entero, y de ahí, a la enfermería. «Su hermano era el director de TVE y había llevado un autobús lleno de artistas para verlo. La vergüenza fue tanta que marcharon todos a escape». ¿Y la crisis de los toros? Avelino no ahorra críticas contra el propio sector: «Somos los primeros culpables. No paramos de ponernos trabas a nosotros mismos». Inquieto a más no poder, se diversificó en empresario de funeraria, restaurante y gimasio, y si le pedimos que se defina, lo hace, solícito: «Yo no era muy bueno pero siempre cumplía. Porque me arimaba mucho».

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