Diario de León
Publicado por
Enrique Vázquez
León

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Al espectáculo atroz del éxodo masivo de personas intentando entrar en países europeos en un escenario caótico, inmanejable y cruel le conviene bien el hallazgo verbal de Ralf Dahrendorf según el cual «hay situaciones en las que la Comisión suscita más compasión que respeto». Aunque escrito hace unos quince años por este excomisario europeo devenido inglés por gusto y lord, para más señas y, por tanto, merecedor de algunas precauciones sobre sus niveles de europeísmo militante, lo dicho se acomoda a lo que sucede en el centro y el sureste de Europa que, salvo que la ceguera se haya convertido en el deporte nacional subvencionado por la alta burocracia de la UE, es lo más grave que le ha sucedido al proyecto europeo por lo menos desde que los franceses rechazaron una vez la Constitución europea, en mayo de 2005.

Pero eso fue manejable y se arregló con más pedagogía y ciertos cambios menores. Lo de ahora es lo que a Ortega y Gasset le gustaba llamar «su majestad la vida», tiene el valor inmenso de lo espontáneo y la añadida complejidad de gestión de lo sobrevenido. En ausencia de resolver la pregunta de resonancia leninista del famoso «¿qué hacer?», la capital que lideraba el esfuerzo de coordinación, adaptación y dosis de pedagogía democrática, es decir, Berlín, claudicó en la noche del domingo al lunes y el martes hizo lo que los manuales recomiendan: pedir una cumbre de la UE sobre el particular.

Esto es el remedio al alcance de cualquier fortuna, la socialización del problema, que ya está costando a la canciller Merkel, una súbita bajada de los altares a los que había sido subida por la admirada opinión europea, que aplaudió lo que parecía ser una política generosa y de integración de los pobres inmigrantes por la ‘nueva Alemania’. Todo indica que la política adoptada por el Gobierno de coalición cristiano-demócrata-socialdemócrata, con el vicecanciller Sigmar Gabriel también muy motivado y activo, se ha topado con la tercera pata del banco ejecutivo: la CSU (Unión Social Cristiana, un nombre que obliga).

Se supuso que con el Maastricht redefinido y activas las cuatro viejas herramientas (pasaporte común, libertad de desplazamiento, moneda única y elección de un parlamento europeo) el invento estaba blindado y era inatacable. Ha bastado, en cambio, que unos cientos de miles de refugiados, casi todos musulmanes huyendo del terror imperante en sus países, se presentaran más o menos juntos para demostrar que el invento es frágil, cada Estado ve la cuestión según su ubicación geográfica y sus tradiciones culturales (para decirlo cortésmente) y hace, o intenta hacer, su política, en ausencia de otra consensuada y común. La flamante UE está sometida a la dura prueba de la virtud y pasa su primera gran crisis histórica, de supervivencia en la práctica. ¡Que resistente y manejable era el criticado Estado-nación!

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