Diario de León

SERIO HUMOR DE EDUARDO AGUIRRE:

Cervantes, enigma del humor

No pierde de vista Aguirre que «el humor cervantino nos revela quién fue Cervantes pero también quiénes somos nosotros». Recuerda con otros autores curiosos que lo divertido no es antónimo de lo serio sino de lo aburrido ni lo sencillo sinónimo de lo fácil

Una de las ilustraciones del trabajo de Eduardo Aguirre, ‘Cervantes, enigma del humor’.

Una de las ilustraciones del trabajo de Eduardo Aguirre, ‘Cervantes, enigma del humor’.

Publicado por
margarita r. merino de Lindsay
León

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De «brillante faena» en suspense —cuenta en su prólogo el afable profesor Víctor Fuentes— «salta al ruedo» de los estudios cervantinos el «espontáneo, pero ducho capeador» (y culto) periodista Eduardo Aguirre apoyado en su revelación onírica y la fórmula «amor, humor y dolor» para tratar de descubrir la que provocó las carcajadas del joven que observó Felipe III. Las ilustraciones de Ricardo Ranz dan pistas de la risa ambulante, sus amagos de lágrimas y la explosión de su revés.

Aguirre escudriña los entresijos latientes de los gags en las páginas humanistas de su enigma con inteligencia. Y arrima su sardina, escritor cumplido, a la fuente fresca de la pasión cervantina para buscar claves que le duren en la esencia de esas tan sostenidas del Gran Manco. Así ha venido sin miedo a revolver un territorio acotado. Nos muestra, peripecia y misterio, la libertad del gozo creador que alimenta Don Quijote mientras hace fusión de éste con el propio saber. Recrea la ambiciosa mirada que concierta un determinado modo de entender la realidad don Miguel al trasladarla a la ficción donde siempre acercaba entretenimiento honesto pese a las aparentes extravagancias de su propósito. Y vislumbra Aguirre que fue el creador el primero en celebrar —carcajada y pena— las andanzas de su prodigio en su invención.

Viene CERVANTES, enigma del humor a servir en plenitud a la faena cervantina al entenderlo como filosofía integradora de tolerancia existencial aparejada en salvación de las asperezas de la realidad que le tocó vivir al autor y sus criaturas: vulnerables en un entorno que pudo haberse quedado en literatura de estrambote-eco de la crueldad aledaña o espeluznado sarcasmo en respuesta-zarpazo de ida y vuelta como en la picaresca. Pero Aguirre ve una risa inspirada en la piedad de Cervantes inasequible al desaliento en su obra inmortal.

Aguirre trasciende la visión de un humor tratado a lo jíbaro y lo reúne con la obra en que se inserta haciéndolo gestor del logro cervantino, sin separarlo de la faceta, preferida por la casi totalidad de los cervantistas, de seriedad demediada. En compañía de escritores que sobre Don Quijote reflexionaron propone una cosmovisión admirable: el combinado de paso del tiempo —que pone todo en su sitio— comprensión, humildad, agradecimiento, asunción de derrotas y equivocaciones: «Lo que es esencial lo comprendemos a destiempo» (pg. 23), compasión, perdón de los actos de la juventud y su soberbia (ejemplar la autocrítica de su pregunta a Rigoli). Y desgrana las siete matrioskas cervantinas: risa, dolor, amor sin resentimiento, perdón, aceptación de la naturaleza humana, expiación, y regreso al reír (139). ¿El círculo de la perfecta compasión?

Aguirre entiende la mirada cervantina empapada de su cualidad única que por su calidad humana la distingue de la otra «fama» que alcanzaron los magnificados autores de su tiempo entre los que el alcalaíno por más pobre, más preso de sus circunstancias, más ausente en la presentación a cargo de mecenas a las vanidades de la atención pública, más castigado por sus allegados, más sujeto a avatares que le dejaron minusválido del cuerpo pero nunca de un alma crecida en sus apartamientos, más extranjero del estar, no figuró.

¿Se refiere Aguirre a que tuviera El Manco de Lepanto un contrarreformista discurso intencionado codificado en distintos niveles de comicidad? Creo que de eso se trata, y en consciente, cuando ya en el Prólogo del Tomo I, declara: «procurad (…) que leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.» Fue don Miguel astuto comunicador, hábil estratega de la captatio benevolentia , lúcido de su capacidad y de que —por la responsabilidad aparejada a su talento del que nunca dudó—, tendría —ya emplazado en el tranco de ser viejo— que lanzar un mensaje encapsulado de reunión conciliadora de todas sus pasiones en lo más positivo a su posteridad. Y redimirse con placer de la postergación y del silencio vividos.

Aclara, a veces en exploración sonámbula, Aguirre, el combinado que hila la fórmula del dolor trascendido (si hay crueldad en la ficción novelesca vendrá «un golpe de timón» de ternura). Y recomiendo releer el preferido: en boca de Sancho aprovecha Cervantes para hacer elogio de los brutos nobles, alabanza de aldea y desprecio de corte (102). Allí se nos invita a sumarnos a su amor y compasión regeneradoras: el lector se transformará en los secretos de la vía cervantina espiritual y extraordinaria. Aguirre, al seguir la construcción del profundo humor del alcalaíno universal, lo ve inspirado por la calidad íntima del ser humano que éste fue cuando intuye que su genio era parte de su bondad y que acaso el éxito de su sobrevivencia en los azares de Argel se debiera a la cordialidad de su trato. Sugiere que el hombre Miguel de Cervantes Saavedra elegiría el comportarse así al suponer que «no sólo fue intrépido sino abnegado» (135) y de «desánimo alegre» (84).

No pierde de vista Aguirre que «el humor cervantino nos revela quién fue Cervantes pero también quiénes somos nosotros» (34). Recuerda con otros autores curiosos que lo divertido no es antónimo de lo serio sino de lo aburrido ni lo sencillo sinónimo de lo fácil; cómo el desengaño puede transformarse en humor timonel contra daños y aflicciones y que hay enorme distancia entre buena escritura y arte verdadero. En su discurso encontramos una postura ética que no se incluye en las fragmentaciones amorales de fin de siglo ni en la autocomplacencia del milenio y la cultura selfie . Es útil advertencia para Avellanedas y para los usufructuarios del trabajo ajeno sin citarlo jamás, tomar nota: «Nadie pinta como Van Gogh por robarle el amarillo.» (120)

Eduardo Aguirre se posiciona ante El Bien y el milagro resultante de practicarlo desde cualquier óptica y condición como la más creadora de las realizaciones humanas. Porque la compasión tiene el premio saludable de que nos prolonga risueños en la consolación y el genio en paz.

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