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ocho siglos de los amantes de teruel

Con un calendario repleto de más de cien actos se celebra este año el 800 aniversario de esta trágica historia de amor imposible que ha trascendido fronteras y ha dado a conocer a la ciudad de Teruel fuera de España

Momento final de la recreación de la 17 edición de la leyenda de los Amantes de Teruel.

Momento final de la recreación de la 17 edición de la leyenda de los Amantes de Teruel.

Publicado por
amalia gonzález
León

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La ciudad aragonesa dedica toda su programación cultural en 2017 y 2018 a conmemorar esta efeméride del amor entre Diego Martínez de Marcilla e Isabel de Segura. Este «Año de los Amantes» esperan que supondrá un punto de unión en la promoción de esta bella ciudad, resaltando sus virtudes por todo el orbe.

La historia de amor más famosa del medievo español que terminó en un trágico desenlace inspira también, desde hace dos décadas, las multitudinarias fiestas medievales de los Amantes de Teruel con motivo del Día de San Valentín.

Este año y bajo el título «Teruel 2017. 800 años de los Amantes» resume la filosofía del evento, una oportunidad que, según recogen los organizadores capitaneados por el Ayuntamiento turolense, es ideal para potenciar la industria cultural de esta ciudad medieval, donde se concentran los esfuerzos del sector turístico para promocionar a Teruel como la ciudad del amor. El rey Felipe VI de España preside el Comité de Honor del 800 aniversario de los Amantes de Teruel, una especial fecha que cuenta con un programa de más de cien actividades culturales programadas por el Ayuntamiento de la localidad en colaboración con múltiples entidades públicas y privadas. La historia entre Diego e Isabel trata de un amor imposible con final fatal, y es una alegoría del amor en tiempos difíciles. Fueron dos jóvenes enamorados, ya que amantes, en el sentido actual, nunca lo llegaron a ser.

Cuenta la leyenda que Diego Martínez de Marcilla fue rechazado por la familia de su amada, Isabel de Segura, por ser pobre. El joven, para lograr convencerlos de su valía, se marchó en busca de fortuna para ofrecérsela a su amada y se compromete a volver en cinco años para tomar la mano de Isabel.

Diego participa incluso en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), para convertirse en un caballero, aquella decisiva victoria de los ejércitos cristianos frente a las tropas musulmanas que, pese a ser más numerosos, resultaron vencidos, con la que comenzó el declive del poder almohade y marcó el final de la Reconquista. Fue muy célebre esta gesta, capitaneada por el rey Alfonso VIII, junto a los reyes de Aragón, Navarra y Portugal, que tuvo lugar en la localidad de Santa Elena (Jaén, Andalucía, al sur de España).

Transcurridos los cinco años y sin dar noticias, según la leyenda, Diego regresa en 1217 justo el día de la boda y acudió a la alcoba de Isabel, recién casada, pidiéndole: «Bésame, que me muero», a lo que ésta se negó por estar ya casada. Una negativa inesperada ante la que Diego cae muerto allí mismo.

Ella, aterrorizada, despierta al marido para contarle la tragedia, y referirle que el joven había fallecido por negarse ella a darle un beso, a lo que aquel, sorprendentemente, le contesta: «¡Oh, malvada! ¿Y por qué no lo has besado?», a lo que ella replica: «No quiera Dios que yo falte a mi marido».

«Ciertamente —dijo él—, eres digna de alabanzas», pero preocupado por si le acusaban a él de esa increíble muerte, se levantó e hizo que trasladaran el cadáver fuera de la casa, a la Iglesia de San Pedro. Isabel, impactada por lo ocurrido, sale corriendo donde yace el cadáver de su amado, a quien besa, de tal forma, que ella también cae muerta y el marido, muy impresionado por la historia, lo cuenta a todos y acuerdan enterrarlos juntos.

Las momias fueron halladas en el siglo XVI bajo un altar de la iglesia de San Pedro, dando pie a la leyenda más perdurable que alimenta la idea de que ambos murieron al no conseguir cumplidos sus deseos en vida, como amor no consumado.

Esta triste historia —parecida y muy literaria como las de Tristán e Isolda o Romeo y Julieta— resulta sorprendente, así como que en pleno siglo XIII el viudo de Isabel, don Pedro y las autoridades eclesiásticas, decidieran enterrar juntos a la esposa y a su verdadero amor, en suelo sagrado.

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