Diario de León

CON MOVILIDAD REDUCIDA (2)

la leyenda de billy el niño

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j. a. gonzález (Johnny)
León

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Por la mañana ponemos rumbo a Alburquerque por el Tuquoise Trail, antigua ruta que pasa por Cerrillos y el Madrid de Nuevo México. La carretera se desliza entre montañas redondeadas con escasa vegetación.

Cerrillos es un museo al aire libre y tiene la mina más antigua de América, explotada por los indios Pueblo: la mina de turquesas. En diferentes espacios de la mina y otras construcciones se muestran los antiguos utensilios mineros, así como una amplia variedad de minerales extraídos en la región y un pequeño corral de cabras con un animal exótico, una llama, que pudiera ser una descendiente de otras, traídas por los españoles de Perú como productoras de lana y adaptada a terrenos de dureza contrastada. Algunas casas habitadas son el retiro de gentes inadaptadas de las ciudades que parecen adormiladas esta mañana.

Madrid tenía una vieja mina de carbón que muestran al público, pero no hoy, al estar montando a la entrada un escenario para un festival de Blues que durará tres días.

Varias películas se han rodado aquí, entre ellas «Butch Cassidy y Sundance Kid» y la más conocida «Cerdos salvajes con un par de ruedas». Ésta es una película amable, protagonizada por John Travolta y William H. Macy, que junto a otro par de amigos de mediana edad, forman un club de moteros, The Wild Hogs y deciden agitar su aburrida vida con un viaje hasta el Pacífico, porque dicen: «la mejor forma de conocer América es sobre un par de ruedas y siguiendo la carretera».

En Madrid, Nuevo México, se enfrentan a un club de moteros profesionales, a una comida de chile picante y al reto de golpear el anca de un toro en el campo sin sufrir lesiones. Todo con el telón de fondo de Madrid y los horizontes infinitos de Norteamérica.

Todo el pueblo parece vivir del turismo y de la producción y venta de artesanía. Por otra parte, Madrid se extiende en el fondo de un angosto valle, de modo que la temperatura es diez grados superior a la de Santa fe, por lo que gentes de las zonas altas pasan aquí la mayor parte del año.

Llegamos a Albuquerque a media tarde y lo primero que hicimos fue ir a sacar el certificado de valentía; lo expiden en el museo de las serpientes después de haber hecho el recorrido entre los ofidios. El Rattlesnake Museum es una muestra de todas las serpientes más importantes del mundo, de las que destacaría la cobra anteojos, la serpiente coral y esa serpiente flaca y verde que se desliza por las ramas de los árboles de la selva del Brasil. ¡Si hasta parece que silban cuando te ven!

La plaza vieja de Albuquerque es como una antigua plaza castellana, con sus soportales y sus vigas de madera, y no lejos de ella está la confitería que se ha hecho famosa por fabricar las píldoras azules que se utilizan en la serie de televisión «Breaking Bad», simulando las drogas que inventó el químico protagonista, transformadas en gominolas azules. No hemos visto la serie, pero llevábamos el encargo de sacar fotos del entorno de Albuquerque, donde se rueda. El mismo encargo debían llevar todos los visitantes, pues la confitería rebosaba de clientela que compraba píldoras y pasteles azules. Yo pregunté por petit-suisse de la Mayorquina, pero no tenían.

Los seguidores de la serie dicen que la vida es más Breaking Bad que Walt Disney.

Albuquerque, la ciudad más grande de Nuevo México, está bañada por el río Grande o río Bravo, que dicen los americanos y un conjunto escultórico notable conmemora el paso de Juan de Oñate hacia Santa Fe, concluyendo el Camino Real de Tierra Adentro. En la escultura se pueden ver los hombres de armas, los colonos con sus bueyes y carros de ruedas de madera y los Dragones de la Cuera.

Los Dragones de la Cuera eran una especie de policía que patrullaba el Camino Real y la componían jinetes armados con lanza larga, espada plana, escudo, arcabuz y una cierta capa de cuero duro, impenetrable a las flechas indias. Peleaban en cuadro, como los Tercios, con las lanzas apoyadas en tierra apuntando hacia el exterior del cuadro, lo que asustaba a los caballos atacantes que se negaban a saltar. La espada llevaba una inscripción que decía: «No me saques sin necesidad, no me envaines sin honor».

Albuquerque se encuentra a 1.600 metros de altitud, entre el río Grande y los Montes Sandía, de 3.000 m. En los montes hay una estación de esquí, en su vertiente oriental. En la opuesta, el Sandia Peak Tramway (teleférico), nos lleva desde pie de monte a la parte más alta. Es la primera vez que me subo a un teleférico bamboleante por el fuerte viento y uno siente el miedo y el vértigo de la vida, especialmente cuando la cabina del funicular que sube se encuentra con la otra que baja. La vertiente es escarpada con escasos pinos aferrándose entre grandes rocas y águilas que planean bajo nosotros. En la cima hace frío y el sol se está poniendo por el oeste entre grandes alardes de colores rojizos en sus diferentes gamas.

A pesar de que Albuquerque tiene un Jardín Botánico en el río Grande y un importante Zoológico, temas fuertemente terrenales, también tiene un punto, que puede parecer de un planeta futurista.

El laboratorio de los Álamos, donde se ensambló la primera bomba atómica, se ha trasladado a Albuquerque e integra el Museo de Energía Nuclear, donde se da un repaso al proyecto Manhattan y un paseo por el Estado en los tiempos de la construcción de la Bomba y las diferentes utilidades de la energía nuclear tanto en la guerra como en la medicina.

A la entrada del Museo, una lección de físico-química con la tabla periódica configurando las baldosas del piso. La joya de la exposición, una reproducción de la bomba de Nagasaki, «Fat Man» y por tanto semejante a la que se explosionó de prueba en el desierto de Álamogordo. Eran bombas que «implotaban».

El resto del Museo representaba la energía nuclear aplicada a la medicina, barcos, submarinos, centrales eléctricas y aviones o cohetes que transportaban misiles con cabeza nuclear. No faltaba, por supuesto, una reproducción de la primera pila nuclear construida por Fermi en la universidad de Chicago y la máquina «Enigma» que ayudó a interpretar los lenguajes codificados, que utilizaban los alemanes para comunicarse con sus submarinos desplegados en el Atlántico.

Siguiendo los pasos del Proyecto Manhattan viajamos a Álamogordo, donde probaron la primera bomba atómica del tipo «Fat Man». En las afueras, The White Sands, un desierto de yeso, acoge hoy un parque nacional. Por una pasarela de tablas inspeccionamos un desierto distinto a todo lo imaginable con escasos animales, entre ellos el correcaminos y otros, que se arrastran o reptan. Poca hierba crece en estos andurriales, aunque agarrándose a manchones de arena se destaca el agave amarillo o pita, con múltiples utilizaciones según un cartelito colocado al efecto: Recipientes impermeables, sacos parecidos a los de yute, cuerdas y sogas, sustancias alucinógenas y lo más extraño, tortillas. Uno se imagina que a los huevos batidos se le echan los pétalos del mezcal cuando está en flor, que producirían alucinaciones, aunque parece probado que el mezcal no tiene mezcalina, que es propia del cactus peyote y si los apaches mezcaleros de Cochise lo utilizaban en sus ceremonias era porque lo hacían fermentar y producían alcoholes.

Muy a lo lejos, uno imagina el cráter originado por la bomba que dio origen a la fisión nuclear a gran escala y demostró que en el futuro, el poder estaba en la ciencia, no en los movimientos de grandes contingentes de tropas.

Pero todo esto es pasado y el futuro se juega en Roswell, donde los extraterrestres desembarcaron hace años.

Nuevo México es un estado un poco más pequeño que España, 300.000 km cuadrados, frente a los 440.000 de la península, pero con apenas tres millones de habitantes. Es decir, estamos hablando de un territorio vacío. Ya Vázquez de Coronado lo dijo en 1.541: «He llegado a unas llanuras tan vastas que no he encontrado un límite en ningún lugar que iba, aunque viajé por ellas desde hace más de 300 leguas (2.500 Km.)…sin más marcas de la tierra que si viajáramos por el mar….No había ni una piedra, ni un poco de terreno elevado, ni un árbol, ni un arbusto…» Y un espacio de estas características parece el idóneo para que los marcianos tomen tierra de una u otra forma.

El incidente de Roswell (1.947) en plena Guerra Fría, se recrea en el Museo UFO de esta ciudad, así como otros incidentes que se han producido en esta época: Inglaterra, Argentina, etc…puestos al día por los congresistas que se reúnen periódicamente en el Museo. El incidente se produjo el 4 de julio de 1.947 cuando un OVNI se estrella en un rancho de los alrededores. El 5 de julio, el dueño y el hijo de un vecino, descubrieron un campo lleno de fragmentos, lo comunicaron al sheriff y llevaron un saco y su contenido al sheriff que puso el hecho en conocimiento del Servicio de Inteligencia de una Base Aérea cercana.

Por otra parte, el Sr. Glen Davis, dueño de una ferretería, recibió una llamada de la Base Aérea preguntándole cuantos ataúdes pequeños tenía. También declaró que en el hospital había visto a una enfermera tomando notas al lado de una figura pequeña, inerte y de grandes ojos rasgados. La enfermera fue trasladada inmediatamente a Inglaterra.

Entre medias, el ranchero fue entrevistado por la prensa, a la que contó que estaba recogiendo el ganado cuando vio un objeto grande, circular, brillante, semienterrado y roto. El hecho, también insólito, es que unos días después de la intervención de los agentes del Gobierno, cambia sustancialmente sus declaraciones.

Probablemente quien más ha hecho por el incidente de Roswell fue la serie «Expediente X», que Marta Vaílez y sus hermanas veían de pequeñas.

A la mañana siguiente nos lanzamos en busca de otro espacio real aunque también mítico, recogido ampliamente en el acervo cultural y el folklore de la historia del Salvaje Oeste. Nos dirigimos a Lincoln, donde Billy «El niño» pasó los últimos años de su corta vida; para ello seguimos los libros «El bandido adolescente» de Ramón J. Sénder y «La verdadera historia de Billy The Kid» de Pat Garrett, tratando de captar ese aroma que se respira en el aire de estos pueblos que nos traslada a épocas pretéritas con ciertos momentos épicos.

William H. Bonney, Billy The Kid, era de ascendencia irlandesa y acompañó a su madre desde New York dando tumbos por el oeste hasta el pueblo de Silver City en Nuevo México, donde la mina de plata posibilitaba trabajo y el clima seco del estado era beneficioso para la tuberculosis de su madre. No obstante terminó muriendo, dejando huérfano a Billy con apenas quince años.

La vida era áspera y Billy se defendía jugando a las cartas y con pequeños robos de caballos y ganado a un lado y otro de la frontera, mientras aprendía español y hacía amistades hispanas que mantuvo mientras vivió. A los 19 años entró a trabajar con John Tunstall, un aristócrata ganadero inglés.

Lincoln pueblo y su condado estaban entonces en manos de un trust, conocido popularmente como «La Casa», cuyas cabezas visibles eran Lawrence Murphy y A. Dolan. La Casa acaparaba la mitad de las tierras de Nuevo México, grandes almacenes de productos y útiles de labranza y ganadería y casa de préstamos. Todo el mundo trabajaba para «La Casa». Con esta situación no es de extrañar que la llegada a Lincoln de Tunstall y su socio, el abogado y comerciante McSween, supusieran una competencia para sus negocios sucios y decidieran matarlos.

Tunstall, que siempre trató a Billy con deferencia, fue un referente paterno para él, de modo que cuando fue asesinado por un grupo de sicarios de La Casa, se inició una guerra, conocida como La Guerra del Condado Lincoln, que se desarrolló con todo el fragor de las venganzas.

Se eligió un juez para el caso, que nombró a Billy The Kid y a otra media docena de Reguladores para buscar a los criminales y llevarlos ante el juzgado, pero por diferentes circunstancias, a medida que los controlaban, los mataban. Y ya metidos en faena se llevó por delante a un sheriff y a su ayudante por apoyar a los enemigos de Tunstall.

El Gobernador de estado era Lewis Wallace, el autor de Ben-Hur, que tenía otras cosas mejores en qué pensar, envió al ejército, que nada resolvió y nombró comisario a Pat Garrett.

Pat Garret, anteriormente amigo de Billy, fue ahora su perseguidor implacable, logrando aislarlo en una cabaña solitaria y cogerlo prisionero. Lo dejó custodiado en Lincoln mientras viajaba a Santa fe, pero Billy mató a sus carceleros y se fugó de nuevo.

En Lincoln se conserva el juzgado-prisión, lugar de la fuga, y al lado han habilitado un espacio con asientos donde se representa todos los años la última escapada de Billy El Niño. También se conserva allí el almacén de Tunstall y poco más. El pueblo apenas tiene 200 habitantes.

La siguiente parada nuestra y de Billy es Fort Summer. Allí lo persiguió Pat Garrett sabiendo que iría a encontrarse con Paulita Maxwell, el amor más continuado del pistolero, gunfaither, hasta la casa de un amigo donde se hospedaba. Esperó a que regresara de hacer una compra, para darle muerte sin posibilidad de defenderse. Aquí comienza la leyenda que acompaña al mito: Se dice que en realidad Billy The Kid no murió y vivió en el rancho de los Maxwell, ganaderos ricos de la época. Se dice que Billy era tan certero con el six shooter, porque disparaba con los dos ojos abiertos….Se dice que…

Ramón J. Sénder cuenta que estando en una fiesta hispana en Mora, una de las figuras alegóricas, La Sebastiana, que portaba la guadaña segadora de la vida llevaba colgando del cuello y cintura huesos humanos y una calavera, que lo tenía obnubilado. En un momento determinado se le acercó un viejo que dijo tener más de 90 años y le preguntó si sabía de quién era la calavera y ante su asombro manifestó que era de Billy The Kid, pues él, que era familiar de los Maxwell, lo había desenterrado con sus manos para que fuera libre siempre.

Nosotros preguntamos al encargado del museo de Billy El Niño, en Fort Summer si aún existía el bar La Arquita, donde trabajaba la amiga de Billy, Paulita Maxwell y nos contestó que su bisabuela le contaba — él tendría en torno a los 80— que había conocido a varias mujeres que decían haberse acostado con Billy. Lo que sí parece cierto es que a los 21 años había matado a 21 personas blancas. El resto de las razas no contaban.

De Billy sólo se conservaba una fotografía, pero el año pasado se descubrió otra con los Reguladores jugando al cricket. Se ha pagado por ella varios millones de dólares.

Viajamos hacia el sur, cerca de Silver City para entrar en otro estado, en tiempos violento, y que sigue guardando la memoria del Far West, Arizona. Nos dirigimos a Tombstone (lápida), nombre que anticipa muchas cosas y donde tuvo lugar el famoso tiroteo de O.K. Corral.

El paisaje ha cambiado ligeramente. Aparecen algunos árboles frondosos y de tanto en tanto, algunos cactus saguaro salpican las mesetas asfixiadas por el sol. En una vaguada cercana se encuentra Patagonia, un pueblo pequeño donde hace unos meses murió Jim Harrison el autor de «Leyendas de Pasión» y amigo de Gary Sneider y Ken Kesey, defensores todos de lo salvaje y del biorregionalismo.

En 1.880, el condado Cochise al que pertenecían los dos enclaves tenía una población compuesta de mineros de las minas cercanas a Tombstone y ganaderos, que no le hacían ascos a un buen robo a los transportes de la plata o de los suministros que abastecían a los poblados de la zona. El dinero de sus trabajos lo gastaban en Tombstone, donde en esas fechas eran representantes de la ley Wyatt Earp y sus hermanos.

Wyatt Earp había sido ayudante de Bat Masterton, el famoso sheriff de Dodge City, Kansas, después de deambular por decenas de oficios. Como era alto y corpulento resolvía los problemas sin recurrir al revólver. Cuando vino a Arizona traía la idea de hacerse ganadero, pero sus hermanos lo reclutaron como defensor de la ley. También vino con él Doc Holliday, un dentista tuberculosos que había dejado el sillón de la clínica por el tapete de la mesa de juego; buen tirador, había ayudado también a Masterton en Dogde.

Frente a la ley, los ganaderos y cowboys, que pretendían ser el poder en Tombstone, en especial los Clanton y los McLaury, que habían incorporado en sus filas a Johnny Ringo, célebre pistolero fraguado en las guerras ganaderas del condado de Mason, Texas.

Después de que Morgan Earp fuera asesinado por la espalda, el resto de los contendientes se dieron cita el 23 de octubre de 1881 en O.K. Corral, a las afueras de Tombstone. El resultado, tantas veces llevado al cine, Clanton y dos McLaury muertos y el hermano de Wyatt Earp lisiado. Posteriormente comenzó una persecución de venganza contra el resto de la banda, en la conocida como «La Cabalgada Earp». El Salvaje Oeste iniciaba su crepúsculo al tiempo que morían sus héroes y la última Frontera se trasladaba a tierras de Alaska.

Billy El Niño había muerto a 500 km. unos meses antes, el 15 de julio.

Johnny Ringo con los Clanton y los McLaury están enterrados en Tombstone.

Doc Holliday se fue a Colorado buscando un clima más adecuado a su tuberculosis, si bien la bebida y el láudano terminaron matándolo en Glenwood Spring, Colorado. Nosotros visitamos este pueblo de las Montañas Rocosas en el primer viaje que hicimos a Estados unidos.

Wyatt Earp participó en la Fiebre del Oro de Alaska, moviéndose en el Klondike. Murió en Los Ángeles y está enterrado en el cementerio de Colma, cerca de San Francisco, que visitamos en este viaje. Con el desarrollo del Silicon Valley, el pueblo y el cementerio han crecido monstruosamente. Después de deambular un tiempo como almas desorientadas, unos operarios nos señalaron la tumba. Wyatt Earp está enterrado junto a su mujer, hermano e hija.

La gente de Tombstone viste los avíos del Far West y en la calle Mayor uno se puede subir a diligencias o a caballos de alquiler. También se celebran los característicos duelos a muerte. A las 14,30 asistimos al tiroteo en O.K. Corral, que conmemora aquél otro de hace 135 años, a la misma hora.

Los actores han sido escogidos para que su empaque coincida con la corpulencia de los personajes representados, destacando la planta de Wyatt Earp y la verborrea de Doc Holliday.

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