Diario de León

CON MOVILIDAD REDUCIDA (5)

Un paraíso entre cascadas y psicodelia

Ardilla alimentada a escondidas. M. JIMÉNEZ PINTO

Ardilla alimentada a escondidas. M. JIMÉNEZ PINTO

Publicado por
j. a. gonzález (Johnny)
León

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Entramos al parque de Yosemite por Wawona dejando la Sequoia Giant Grizzly al sureste, para dirigirnos directamente a Glaciar Point. Grandes extensiones de coníferas derribadas y fuertemente chamuscadas dan información del pavoroso incendio que debió de tener lugar hace una década. A veces los incendios son provocados para quemar maleza, arbustos o árboles que impiden a los grandes troncos desarrollarse, pero no es el caso. Ahora las termitas, cucarachas, escarabajos y polillas, con sus enzimas digestivas intestinales, procesan la madera de la que se alimentan y elaboran el humus para nutrir el bosque. Algún ciervo rezagado pasta y rumia tranquilo entre los árboles.

Glaciar Point es el hito montañoso idóneo para divisar las gigantescas moles graníticas que el antiguo glaciar dejó al descubierto. A lo lejos, el símbolo del Parque, el Half Dome y a la derecha, las cascadas de Vernal y Nevada, cayendo en el río Merced. Este río recorre todo el valle del Yosemite y en el punto donde estamos hay una caída vertical de más de 2.000 m; menos mal que los muros de piedra, los aseos en madera y las escaleras del anfiteatro para las charlas de los guardabosques nos dan el aplomo necesario para observar el entorno. Esto me hace recordar que el poeta beat, Gary Sneider y el escritor Jim Dodge fueron guardabosques. Incluso Jack Kerouac pasó un verano trabajando en un puesto de vigilancia del Servicio Contra Incendios en los montes del estado de Washington, gracias a los buenos oficios de Gary Sneider. Hubiera sido curioso que nos diera una charla, cualquiera de estos escritores vivos.

Retrocedemos y descendemos al valle de Yosemite dejando la cascada Bridal Veil a nuestra izquierda para, primero a lo largo del río y, después cruzándolo, llegar a Yosemite Village y comer, rodeados de ardillas. M.V. nos tiene prohibido alimentarlas, porque dice que si no buscan alimentos del bosque y entierran el sobrante, en invierno morirán. Pero M.J. y yo pensamos que le queda todo agosto y septiembre para ese cometido y sin que se entere hemos comprado pipas sin salar para aumentar la variedad de su dieta. Lo cierto es que no encontramos ni piñones, ni avellanas ni nueces sin pelar. Este es el punto de partida para acercarse a la triple cascada Yosemite Fall. Cruzando riachuelos rumorosos y puentes de madera que dan acceso a los senderos accesibles, entre ese juego de sombras y luces del follaje del bosque que tiembla lentamente al compás de un ligero viento.

La cascada rompe en la roca granítica, caudalosa y pulverizada originando arroyos que vierten en el río Merced. El sol, que la ilumina desde el oeste, origina cabellos de agua de colores azul — verdoso.

Recuerdo que en la visita de hace cuatro años, una muchacha ciega escuchaba atentamente mientras se dejaba mojar por las gotas de agua esperjadas, en tanto su perro guía, asombrado e inquieto, observaba a una ardilla que, subida a una roca cercana, se comportaba sin ningún tipo de temor, pareciendo burlarse de él.

El lago Mirror es otra de las bellezas del Valle de Yosemite. A las personas con discapacidad se nos permite llevar el coche hasta un punto determinado donde hay un aparcamiento al efecto. A partir de aquí, un sendero adaptado nos deja al borde del lago.

El Mirror (espejo) es un lago pequeño, abarcable, originado por un ensanchamiento del río Merced. Grandes rocas desprendidas de las paredes montañosas lo festonean. En las aguas límpidas y serenas se refleja con total nitidez el Half Dome, como un centinela del Parque.

Nos alojamos a la entrada oeste del Parque, en el mismo hotel que la primera vez, el Buck Meadow. En esta época del año los alojamientos son carísimos y en el interior del Parque prohibitivos y tan solicitados, que las reservas están completas con años de antelación.

Por la mañana tomamos la Hw. 120, también conocida como Tioga Road, para cruzar la parte norte del Parque. En invierno y parte de la primavera se cierra por la nieve, que es lo que nos sucedió en el anterior viaje. Hoy podemos circular, aunque a los laterales hay manchones de nieve y torrenteras se deslizan hacia el valle o terminan en el Lago Tenaya. Al final de la Tioga Road atravesamos el río Toulenne, que nace en el parque y desemboca en el San Joaquín, no lejos de San Francisco. En las praderas, la hierba y las flores se retrasan.

Llegamos a Lee Vining, al otro lado de Sierra Nevada y nos cruzamos con el Pacific Crest Trail, para tomar la HW. 395 hacia el norte hasta un punto donde un cartel señala una carretera de tierra y un pueblo, Bodie, a 13 millas.

Bodie es un antiguo pueblo minero del condado de Mono, declarado Distrito Histórico y del que U-2 sacó algunas fotografías para el álbum ya citado «Joshua Tree».

Bodie (WS) era un gambusino que había participado en la Fiebre del Oro de California y cuando ya escaseaban los beneficios de los placeres auríferos de esta zona del oeste, cruzó Sierra nevada hacia el este y, junto a un compañero, encontró oro y plata aquí, en 1.859 y posteriormente fue bautizado con su nombre. Sin embargo, el final no fue nada feliz. Al año siguiente del hallazgo se quedaron sin alimentos y tuvieron que hacer, en invierno, una salida forzada. La nieve lo cubría todo y seguía cayendo; estaban a 2.500 m. de altura y su compañero consiguió llegar a Monoville, pero él murió congelado.

Las minas se explotaron hasta 1.882, alcanzando su punto álgido en torno al 1.870-75, cuando Bodie llegó a tener 10.000 habitantes.

El pueblo, construido en madera y chapa, se mantiene en su mayoría arruinado y con un grado de restauración que impide el desmoronamiento total. El interior de los edificios muestra las tripas, los utensilios que se usaron en diferentes épocas: mesas, camas, cuberterías de madera, … y en los bares —llegó a tener 55 salones— los barriles de cerveza, vasos, botellas y la típica barra peliculera.

En un edificio de ladrillo restaurado han abierto un museo de minerales de la zona y menaje, relacionado con las minas: picos, balanzas para pesar la plata, grandes almireces para triturar el mineral, recipientes con ácidos para amalgamar la plata, crisoles para separar el oro…En fin, la historia de Bodie a través de fotografías de varias épocas. La maquinaria grande está tirada a lo largo del poblado.

Un handicap importante para la explotación minera fue la ausencia de madera; todos los alrededores están pelados y la máxima altura la alcanzan algunas plantas del tipo de la retama y el piorno. Ello dio como resultado que se proyectara un ferrocarril para el transporte, que era una forma de abastecimiento desde el lago Mono. Funcionó hasta 1917.

Un rebaño de ovejas peina las praderas donde la hierba se retrasa. ¿Serán vascos los pastores?

Hay que decir que siguiendo caminos de tierra llegamos al parquin de discapacitados, donde nos sorprendió un guarda con un sillón de ruedas anchas, de plástico naranja para recorrer mejor las calles polvorientas del pueblo. Cuando dejábamos el sillón de las grandes ruedas los guardas terminaban la jornada y el pueblo iba quedando en silencio.

Llegamos a Lee Vinning cuando ya habían cerrado la oficina de información, pero utilizamos el porche trasero para estudiar el lago Mono, un lago extraño donde los haya. Parece que tiene una edad de casi un millón de años y es el resultado de una explosión volcánica. Otra erupción volcánica de hace apenas 350 años, terminó configurando el estado actual. Una gran piedra obsidiana a la entrada de la oficina acredita este extremo. Para completar la situación, hace años se represó el río Owens que vertía parte de sus aguas aquí para llevarlas hasta los Ángeles. El lago Mono ha alcanzado una alcalinidad altísima.

A esta hora el sol pega en la superficie del lago desde el oeste y el agua, casi sólida, estalla en colores que van del verde al naranja, virando poco a poco al color caldera. Las Tobas de ceniza y sales se alzan dando al paisaje un aspecto de otros mundos, de planetas aún no colonizados.

El atardecer se va acercando y nosotros retornamos al otro extremo del Parque, a Buck Meadow.

Sigue haciendo calor y nos prometemos unos buenos días en la costa del Pacífico. Entramos de nuevo en Yosemite Park para salir por Portal Mariposa y enfilar hacia Monterrey. Vamos a echar un vistazo a unos hoteles sobre el río Merced ya fuera del Parque. Tenían un precio igual al nuestro— 200 euros la noche— y no pudimos reservar por estar completo. El paraje es muy hermoso, con el río discurriendo tumultuoso y escuelas de rafting y kayaks que aprovechan la fuerza del agua y el dibujo originado por las rocas del fondo.

Hacemos una visita de cortesía a uno de los cementerios de Colma para dar un saludo a Wyatt Earp y ponemos rumbo a Monterrey. Aunque estamos en la costa el día es frío, con neblinas y brumas en tramos cercanos al mar. En algún lugar he leído que es la forma de proveer de humedad a los ecosistemas costeros que ciertamente resplandecen coloridos, pero a mí me ha destrozado el plan previsto.

En primer lugar tuve que comprar una sudadera de invierno con capucha porque el frío era intenso en cuanto la niebla avanzaba.

Por otra parte, tenía previsto dedicar un día a bajar a Big Sur para cumplir una promesa. En el primer viaje había prometido, si volvía, cenar un día en el Nepenthe a la luz de la luna. El Nepenthe fue primero una cabaña y después un restaurante que regaló Orson Welles a su mujer de entonces, Rita Hayworth. Se sitúa en un risco sobre un acantilado del océano Pacífico. El nombre hace alusión a aquella droga de la que hablaba Homero en la Odisea llamámdola «la bebida del olvido» «quien toma esta bebida no derramará lágrimas por sus mejillas…» Así esperaba encontrarme yo, a la luz de la luna reflejándose sobre el océano, pero el frío y las nubes siguieron manteniendo en suspenso nuestro sueño.

Otra idea fallida. En 1944 llegó a Big Sur Henry Miller y permanece hasta 1967, viviendo retirado en las montañas Santa Lucía, que se desploman abruptamente sobre el océano Pacífico. Había estado varios años en Francia y publicado una parte importante de su obra, por otra parte, prohibida en USA y había recorrido este país para escribir «Pesadilla con aire acondicionado»; como siempre, haciendo amigos. En aquél momento había publicado «Plexus», prohibido en todas partes, excepto en Inglaterra. Él mismo decía a sus posibles lectores que para hacerse con sus libros había de ir a las aduanas.

Big Sur era entonces una zona apenas poblada, sin luz eléctrica y con caminos de tierra, donde recababan artistas, escritores, músicos, artesanos y gentes que necesitaban una cura de silencio o evitar la presión de las ciudades o de las guerras.

En el libro «Las naranjas de Hiroshima Boch (el Bosco), Henry Miller cuenta cómo se ayudan unos a otros, con un espíritu de comunidad, empezando por su vecino, que le construye un pequeño carro con el cual sube a su cabaña los alimentos u otras compras, situándose Miller como mulo de transporte. Algunos días, dice, baja a las aguas termales de Slate´s Hot Springs para sumergirse en bañeras redondas, con el océano de fondo. Estas caldas deben ser The Esalen Institut, que también cita Ken Kessey cuando llega huyendo de la presión policial para meterse en la bañera con el psiquiatra o psicoanalista Fritz Woofner, que trabajaba una nueva terapia para mejor vivir. Este momento lo recoge en el libro «La caja del diablo».

Miller primero en Santa Lucía y después en Anderson Creek y Partington Rodge, vive 24 años, enlazando con los escritores Beat, que utilizaban la cabaña del escritor y editor Farlinghet para reunirse en Bixby Canyon. Más tarde fueron huéspedes de honor Joan Baez, Hunter S. Thompson… El condado todo rezuma literatura.

También sería interesante subir a Tassajara Hot Springs, donde desde el 67 existe un monasterio zen que abre sus puertas en primavera y verano.

Bueno, consultando Google hace meses, nos dejó claro que el precio de una noche en el Tassajara es de 1.300 dólares y en este momento no hay plazas libres. No obstante, la idea era subir a cotillear el ambiente tomando una coca cola, pero el clima lo ha desbaratado. Una buena lotería podría subsanar este imprevisto climatológico.

Monterrey es una ciudad hermosa construida en dos alturas, con pequeños jardines en flor donde pueden verse las gotas de rocío de la bruma mañanera y árboles modelados por el viento despliegan sus ramas horizontales como raíces despeinadas. Son como seres humanos enloquecidos mirando al mar.

Paseamos por Cannery Row, hoy reconvertido en comercios de todo tipo y restaurantes, lo que antes era una potente industria conservera de sardinas. Compramos ropa de abrigo y tomamos un poco el sol en la plaza John Steinbeck, hasta que una neblina pegajosa nos vuelve a la realidad costera. En la plaza, un conjunto escultórico recuerda a John Steinbeck con una estatua subida a un montículo y rodeado de los personajes que poblaron sus libros «Cannery Row» y «Dulce jueves».

Aunque a M.V. no le gustan los animales en cautividad vamos al Acuario, uno de los mejores del mundo, considerando que en aquellos gigantescos tanques los animales marinos viven en una cierta libertad. Desde luego, no los tiburones, pero sí las medusas, los pólipos, las morenas,…Yo me centro en el frailecillo que sale al exterior y vuelve con varios pececillos en el pico para alimentar a los pollos o a la madre que se esconde tras una roca del acuario. Y cómo no dedicar unos minutos a las nutrias marinas que evolucionan entre el kelf, los erizos de los que se alimentan y el famoso molusco vegetariano de estas costas, el abulón u oreja de mar.

A M.V. sí le hace ilusión ver las focas desde el acantilado, tumbadas sobre las rocas del fondo. En un islote cercano, con los prismáticos, se divisa un león marino que olfatea el aire con la cabeza levantada.

A lo largo de los acantilados, senderos adaptados discurren y se cortan entre jardines de flores, hierbas y pequeños arbustos con ramas inhiestas.

Por la tarde vamos a Salinas, la patria de Steinbeck, vemos su casa y, cuando nos acercamos al museo, lo están cerrando, si bien, como somos españoles, nos dejan ver Rocinante, la camioneta con la que hizo un recorrido por Estados Unidos con un caniche gigante llamado Charly. Todo ello quedó reflejado en el libro «Mis viajes con Charly».

Salimos para San Francisco, pero antes de llegar paramos en La Honda para ver la cabaña de Ken Kesey.

Kesey dejó la carrera de periodismo y vino desde Oregón en 1.958, con una beca para estudiar escritura creativa en la Universidad de Stanford. Dicen que su llegada causó la expectación de una especie de Jack London venido del norte, con el halo intacto del campeón universitario de lucha libre. En su casa siempre había una alfombra de las que utilizaban los luchadores. En tanto, entró a trabajar en una residencia de veteranos donde se experimentaba con una nueva droga aislada por Albertt Hoffman. Procedía del cornezuelo del centeno, y se le llamó ácido lisérgico (L.S.D.). En Berckey, Timothy Leary trataba de curar la esquizofrenia, pero también la usaba para producir aquellas visiones de colores fuertes que caracterizaron al movimiento hippie que buscaba la paz y la estética psicodélica. El L.S.D. sería el combustible de la contracultura y el movimiento psicodélico.

En 1962 Ken Kesey publicó «Alguien voló sobre el nido del cuco», que tuvo un éxito instantáneo y fue llevado al teatro, nada menos que por Kirk Douglas y al cine en la década siguiente por el gran Milos Forman, película que ganó dos Oscar.

Kesey vivía en unas casas de la universidad que fueron derribadas para construir pisos y compró esta cabaña que estamos viendo de grandes ventanales. Un riachuelo discurre por delante y un puente de madera comunica la casa con la carretera. Gigantes coníferas conforman un bosque que se extiende en todas direcciones y envuelve el lugar. Uno tiende a pensar: «aquí también escribía yo». Tom Wolfe cuenta en «Ponche de ácido lisérgico» que en los árboles habían colgado altavoces que emitían música a todo volumen y era la banda sonora de una fiesta que tenían con un grupo de Ángeles del infierno, en tanto la policía, que ya vigilaba a la «familia» Kesey, se mantenían fuera sin poder intervenir.

Kesey fue al estreno de «Alguien voló sobre el nido del cuco» a Nueva York y vio que estaban con los preparativos de la Exposición Universal que se celebraría el año siguiente, 1964, de modo que decidió asistir con su «familia». Regresó a La Honda y compró un autobús escolar International Harvester del 39 para realizar el viaje.

El autobús, de nombre Further, (Más Allá) fue pintado por dentro y por fuera con los colores chillones surgidos de las sesiones psicodélicas, con el derivado del cornezuelo de centeno y un grupo autodenominado The Merry Pranksters (Los alegres bromistas), formado por Ken Kesey, su fiel escudero Ken Babbs, Carolyn Adams, llamada Montañesa y otra decena de personas, incluido Neil Cassady, el compañero de Kerouac, al volante, se embarcaron en un viaje hasta Nueva York, gravado en el documental «Magic Trip».

De regreso a California las Acid Test (pruebas del ácido) se siguen celebrando e incorporan actuaciones musicales donde se dan a conocer los grupos de la psicodelia, como Jefferson Airplain y Grateful Dead, el conjunto de Jerry García, el nieto de aquel abuelo gallego, Manuel, de Sada (La Coruña), que había emigrado a Estados Unidos en 1918.

Acusado y perseguido por posesión de hachís, el L.S.D. aún no era ilegal, Kesey huyó a México, en donde se le unió el resto de la comuna. Tuvo una hija con Carolyn Adams, Sunshine Kesey, y cansado de México regresó a San Francisco, donde el movimiento contracultural estaba en marcha y pasó cinco meses en prisión, de donde salió con una especie de libertad condicional para irse a vivir a un rancho en Oregón.

Es la época de las óperas Rock, Hair o la erótica Oh! Calcuta solicitando la libertad sexual, la lucha contra la Guerra de Vietnam y del Verano del Amor en el 67 con el concierto de Monterey donde actuaron los grandes de la psicodelia: Grateful Dead, Jimmy Hendrix, The Mamas and The Papas, Janis Joplin,… y del L.P. de Beatles «Sargent Peper and Hearts Club Band».

Algunos consideran el movimiento hippie como el enlace natural con la Beat generation, opinión que no estoy seguro de compartir, pues si bien ambos participan de la filosofía zen, nosotros hemos visto carteles en hoteles de la Ruta 66 dando la bienvenida para agregar a continuación: Hippies abstenerse/Utilizar puerta trasera (firmado Beatriks). Pero sí es seguro que mira a aquél movimiento de principios del siglo XX, en el que un grupo de jóvenes pacifistas y contrarios a la propiedad privada, fundaron la primera comuna en Monte Veritá (Ascona-Suiza). Por allí pasaron escritores: Herman Hesse, Eric Marie Remarque; psiquiatras: Jung, Bross; pintores: Paul Klee…cte y Gustav Graeser, que trataba de pagar en los mesones con poemas propios…Y nosotros, que visitamos Monte Veritá en uno de nuestros primeros viajes a Suiza, con el lago Ascona a sus pies.

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