Diario de León

El último bebé del Valle de Valdeón

El de Sheila Sánchez es el único nacimiento que ha habido en el pueblo de Caín en la última década. La vida en este bonito rincón de Picos de Europa, a dos horas en coche de la ciudad, transcurre a un ritmo muy distinto

Sheila con su madre, en Caín.

Sheila con su madre, en Caín.

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Hacía más de una década que no nacía un bebé en Caín. El lugar, enclavado en pleno parque nacional de Picos de Europa, es uno de los más bonitos de la provincia y también de los más deshabitados. Pocos son los que se atreven a vivir aquí de forma continua. En Valdeón hay médico, farmacia y escuela. Alguna tienda ofrece productos de primera necesidad y las vistas son inigualables, pero poco más. El hospital más cercano está a una hora y media en coche, en Arriondas, y que hay que cruzar a Asturias. La otra opción es desplazarse hasta León, hacia el otro lado y media hora más lejos.

La escasez de servicios no lo pone fácil. Esta zona de la provincia, como otras tantas, es una muestra más de la ‘España vacía’ de la que tanto se habla en los últimos años. Nada nuevo.

Sheila es el único bebé que hay en toda la zona. RAMIRO

Sheila Sánchez es el único bebé que hay en la zona. Acaba de cumplir ocho meses y vive en Caín, el último pueblo del valle, junto a sus padres y a su familia paterna. La madre de Sheila, Karen del Río, dejó Bilbao hace cinco años para empezar una nueva vida cerca de Cistierna, en el pueblo de su padre. El paso de la ciudad al pueblo le gustó y cambió Cistierna por Caín tres años más tarde para trabajar en el albergue. Hasta aquí llegan a diario turistas de muchas partes de España, atraídos por el marco incomparable que ofrecen estas montañas. De hecho, el turismo es el motor fundamental de este valle, el único habitado dentro de un parque nacional en toda España. En Caín están acostumbrados a ver gente de fuera, pero encontrarse a bebés es algo excepcional, un soplo de aire fresco.

El centro de atención

Sheila es la atracción de los vecinos. «Cuando estamos más de un día sin salir, son ellos los que vienen a casa para verla», relata su madre. Antes de que naciera Sheila, el 22 de enero de este año, sólo había un niño en Caín, que ahora tiene siete años, aunque no nació aquí. Junto a otro pequeño de once, son los tres que hay en el pueblo, pero no fueron suficientes para mantener abierto el colegio, que cerró sus puertas hace siete años. Ahora tienen que ir a Posada de Valdeón para recibir sus clases, pero cuando empiecen Secundaria el camino diario se alargará hasta Riaño, a una hora en coche. Sheila no tiene edad para ir al colegio, así que su madre se encarga de ella hasta que, quizás, abran una guardería en la zona, que ya ha registrado cuatro solicitudes. De momento, su vida transcurre tranquila, sin sobresaltos y al ritmo natural que marca el paso del tiempo.

Aquí los niños viven rodeados de lo que para otros es algo excepcional: animales y naturaleza en estado puro. Sin embargo, lo que parece una suerte se convierte a veces en un camino complicado. «Aquí se vive muy bien, pero no es fácil con una niña pequeña», apunta Karen. A las revisiones médicas de la pequeña van a Riaño y, por suerte, hasta ahora no ha precisado otro tipo de atención médica. El Hospital de León está a algo más de dos horas en coche. Tampoco cuando nació lo hizo con urgencia y su madre llegó sin prisa a León para dar a luz.

Vida sencilla

Su marido y padre de Sheila es de Caín y se dedica a la ganadería. Además del turismo, este es el otro sector del que viven los lugareños. La vida diaria aquí es sencilla, una oda a la calma y un regreso al verdadero origen de las cosas. A partir de mediados de noviembre y hasta finales de enero, el sol sólo se ve dos horas al día, camuflado el resto de la jornada entre las montañas que dan cobijo a este pequeño paraíso. La estación más fría del año provoca mucha humedad y en las casas hace frío.

La casa donde vive Sheila con sus padres. RAMIRO

A diario, el bar es el punto de encuentro de los vecinos. En Caín hay dos: un bar y un hostal que abren durante todo el invierno. Antes de empezar a trabajar, los empleados del parque nacional que trabajan en la zona se acercan hasta aquí a tomar café, pues no hay otra opción más cerca. Y por la tarde son algunos vecinos del pueblo los que se toman aquí un respiro antes de regresar a casa para descansar. Poco más hay que hacer. Aquí el ocio lo ofrece la naturaleza y el silencio y la vida lenta son una religión.

Algunos de los productos básicos los encuentran en el pueblo, pero los padres de Sheila suelen ir a Arriondas a hacer la compra. «Solemos ir una o dos veces al mes», explica Karen.

La climatología aquí marca mucho el ritmo de vida en invierno. Cuando la nieve hace acto de presencia en los pueblos cercanos hay que echar un poco más el freno. El invierno pasado, las nevadas que cayeron a partir de enero dejaron a los alumnos del colegio más de un mes sin ir a clase. Lo que es un trayecto normal para la mayoría de los pequeños se convierte aquí en una pequeña odisea en invierno. Cuando llega el frío toca llenar la despensa «porque nunca sabes cuándo vas a poder volver a salir», señalan.

Karen aprovecha para hacer un llamamiento a las instituciones y pedirles que se pongan manos a la obra para luchar contra la despoblación y la consiguiente escasez de servicios o viceversa. «Para que haya más niños en los pueblos esto tiene que cambiar, pero es una realidad que tienen que entender las instituciones. Sin niños, esto se queda vacío», argumenta. Los casos como el de Sheila son pocos y, mientras, la ‘España vacía’ sigue avanzando.

Sheila con su abuela paterna. RAMIRO

FOTOS: RAMIRO

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