Diario de León

YO SOY SANTIAGO EL PATILLAS

«Yo di muerte a la persona más peligrosa de León»

Hijo de la jefa de enfermeras de Franco, su futuro se encaminaba hacia una vida ‘respetable’. Pero, como él dice, «yo no estaba hecho para doblegarme a la gente». Con 80 años y retirado de todo, Santiago García del Árbol ‘el Patillas’, cuenta parte de su historia sin ocultar nada, sin hipocresía. «A mí me gusta la gente sana», dice con socarronería

Santiago García del Árbol. FERNANDO OTERO PERANDONES

Santiago García del Árbol. FERNANDO OTERO PERANDONES

León

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«Yo maté al tío más malo de León». Santiago García del Árbol es ‘El Patillas’. «Y aún soy peligroso», añade. Ahora, con 80 años, cuenta parte de la vida que llevó antes de retirarse, un tapiz del mundo de la criminalidad que la gente corriente prefiere mantener en las catacumbas de la realidad pero que se desenvuelve a pesar de que no la miremos.

Pudo haber tenido una vida fácil, pero desde niño eligió caminar por las cunetas de la ley. «Yo no estaba para vivir doblegado», dice nada más comenzar la conversación.

Nadie como él conoce los bajos fondos de la capital. «Llegó un día en el que mi educación me impidió seguir con todo eso. Así que, dejé las putas, dejé la cocaína, lo dejé todo...».

El hombre con el que acabó en los primeros años del milagro español se llamaba Enrique Chamorro —«Entonces, atiende a lo que te hablo. Yo estaba en el Jay-Toky y entonces, a este, al Chamorro, a Enrique Chamorro, que era lo más peligroso que había en León. Traficaba con heroína y con un martillo iba rompiendo los coches de la policía por León»— y por el homicidio le cayeron 15 años de cárcel, una temporada que también cuenta sin dejarse nada en el tintero.

Pero, antes de llegar hasta ese momento, Santiago saltaba de tribulación en tribulación, como el día que se fue de casa, apenas 14 años, aunque con los 80 cumplidos va y viene a través del tiempo — «En la cárcel estuve de puta madre. Si vas a la cárcel a preguntar por mí... Ahora ya no porque están todos jubilados. Me hicieron un sitio que tenía su peligro, cinco celdas de castigados y 20 para los tránsitos, para gente que venía de Madrid de camino a La Coruña»— los recuerdos se pegan unos sobre otros y resulta complicado saber si sucedieron antes o después.

Aún no había terminado 4º de Bachiller cuando se fugó de casa para irse a vivir con unos quinquis. Ese día un cura de los Agustinos le había vuelto a acosar, «me metía la pirula por aquí», dice señalándome el brazo. Así que le dio un puñetazo y le expulsaron del colegio. 

 

Santiago, de niño, con sus padres. DL

Santiago, de niño, con sus padres. DL

Cuando regresó a su casa, ya no había casi camino de vuelta para el Patillas. «...Mujeres he tenido muchas... un negocio, el Jay-Toky, que fue muy famoso porque allí iba toda la gente de dinero de León y mi mujer era el alma mater, Amelia. Hablaba inglés, francés, alemán y español... Ese negocio daba al mes tres o cuatro millones de pesetas. Solo se pagaba la licencia fiscal. Era un puticlub, chicas que estaban allí alternando y enfrente había un hotel y iban a hacer sus cosas y luego a mí me daban lo mío. Y luego compré un club en Ponferrada con un amigo mío que le metieron un tiro, Miguel Ángel Gigante, le metieron un tiro y le mató uno que se llama Domiciano. Lo llamamos el Bogart»...

La madre de Santiago era jefa de enfermeras del Instituto Nacional de Salud y había estado en el equipo de transfusiones de sangre con Franco durante la guerra. Su padre, sindicalista de la UGT, fue encarcelado en la guerra. Tipógrafo y linotipista, le depuraron y, al salir de la cárcel, comenzó a trabajar en Renfe. «Yo me crié en el hospicio porque mi madre iba a trabajar y no tenía donde dejarme. Luego, cuando salía de trabajar me iba a buscar y en Padre Isla me compraba dátiles. A la familia de mi padre les llamaban los calandros, porque mi abuelo, que era consumero en Santa Ana, tenía calandros, unos pájaros que se suicidan cuando les enjaulas. Mi abuelo, por lo visto, lograba mantenerlos con vida»..., dice.

Santiago, en el centro, como jefe de Centuria. DL

Santiago, en el centro, como jefe de Centuria. DL

Santiago ha pasado mucha vida en la cárcel, en la antigua prisión junto al río en cuyos andamios jugaba de niño al salir del colegio. 

«Yo tenía mucho poder en la cárcel, ¿sabes? con los presos y con los funcionarios. Yo decía una cosa y el funcionario lo hacía. Mira, por ejemplo, había que sacar a los presos peligrosos al patio una hora. Y un día el funcionario se puso tonto y dice voy a ir a sacar a estos. Le digo: déjalo que ya voy yo. No quiso dejarlo. Pues de un canalón habían hecho un puñal, que yo lo sabía. Que te estoy diciendo que no vayas. ¿Pero por qué no voy a ir? Y luego, cuando salió, ¡Ay, Santi, ay Santi! ¿Qué? ¿No te lo dije?». 

—¿Qué pasó la noche que mataste a Chamorro? 

Enrique Chamorro, delincuente habitual, murió la noche del 1 de noviembre de 1984 tras recibir un disparo de Santiago García del Árbol en un burdel. 

«Estaba jugando la partida en la Farola con Rabadán y con estos y me llamó el encargado del Jay-Toky y me dijo que había allí cuatro quinquis y él. Entonces llegué y como ya lo vi cogí del coche la herramienta ¿sabes? La pistola y le digo ¿Qué pasa? Y me dice es que queremos tomar una cerveza y no tenemos dinero. Le dije que a la puta calle. Enrique, te he avisado. ¿Lo sabes no? Estuvimos presos él y yo. Su padre tenía una peluquería en la avenida de Roma y él ya había estado en la cárcel. Se marcharon todos pero volvió con un tal Aníbal, que eran todos yonquis. Estábamos los empleados y nadie más. Y llega y me dice, mira tengo dinero, dame una cerveza. Te digo que esto está para cerrar, que sí, que no, que la abuela fuma, total, que sacó un cuchillo y yo eché la mano aquí y le pegué un tiro. Cadaveris mortis ¿sabes lo que te hablo? Y nada, eso fue lo que pasó», dice mientras hace el signo de la cruz.

Santiago, en su juventud, con una novia. DL

Santiago, en su juventud, con una novia. DL

Cuenta que cuando iba en el carro con los quinquis, en ocasiones se cruzaba con su madre. «No me conocía, claro, con esos pelos negros».

—¿Nunca pensaste que se estaría volviendo loca?

—No. ¿Cómo iba a volver? Cuando pasó lo del cura maricón llegué a casa y se lo conté y claro, fíjate, ella católica y entonces fue cuando me dijo desnúdate que yo te voy a dar con el cinto. Y me dice, quítate el calzoncillo. Le digo, mira mamá, yo el calzoncillo no me lo quitó porque me da vergüenza. Si quieres pegarme, me pegas, pero yo el calzoncillo no me lo quito. Se desmayó y yo me fui con los quinquilleros.

Al regresar, hizo las oposiciones a la Renfe y entró en la 21 promoción de tracción eléctrica de ferrocarriles.

Estuvo tres meses haciendo la mili en Zaragoza y luego en Valladolid estudiando... «Pasé seis meses de prácticas en León y seis en Asturias para aprender a conducir la 7.400, la 7.500. la 7.600. Luego ya, por toda España. Me mandaron a Lérida. Hacíamos un tren al mes y nos buscábamos la vida con los maquinistas de Francia. Les llevábamos Celtas y traíamos cuchillos, cafeteras, pero a lo que te voy... yo tenía una querida que tenía trabajando de puta allí, en Lérida. Fui a ver al que mandaba, un teniente coronel de la  escala honorífica de Ferrocarriles y le pedimos que nos trasladara. Discutí con él y le tiré un cenicero por la cabeza. Para que no hubiera más rollos, cogí el coche y a mi señora y me vine para León».

—¿Cuándo supiste que no llevarías una vida normal?

—Siempre. Yo no estaba para estar doblegado a esa gente tan hipócrita. ¿Entiendes de lo que te hablo? Y tan, bah, me gustaba más la gente sana.

El negocio de Santiago fue la prostitución. Lo dice sin empacho, sin esconder que iba a buscar a las mujeres a Hispanoamérica. «Teníamos sitios en Granada, en Sevilla, en Huelva, en Navalmoral de la Mata, en Puertollano. Teníamos alrededor de 300 mujeres, claro, había que cambiarlas. Marchábamos a Colombia, a Venezuela, a Cuba... Eso era todo una mafia. Allí no había pesetas, era todo con dólares. Íbamos a verlas y a ver qué era lo que nos interesaba y luego ellos nos las traían aquí». 

—¿No te daban pena?

—¿Pena? pena el dinero que me tenían que dar porque había que recuperar lo que habíamos pagado por ellas. Además, aquí no iban a hacer nada distinto de lo que hacían allí. Bueno, allí era peor.

Imagen del artículo aparecido en el periódico El Caso. DL

Imagen del artículo aparecido en el periódico El Caso. DL

Cuenta que después de matar a Chamorro, se marchó con un tal Pedro Perales al Valentino,  un cabaret suyo. «Me tomé dos botellas de champán, hice el amor con dos putas y me fui al Mr Pib a desayunar».

Al llegar a su casa, dos policías le esperaban en la puerta. «Subí, me duché, bajé y les pregunté: ¿Ustedes que hacen aquí? Pues estamos esperando a que venga el patillas. Les dije, mira, no os rompáis la cabeza porque el Patillas soy yo. Y, nada, llego a la comisaría y me conocían todos. ¿Qué pasa? Ostia la que has liado, vaya la que nos ha quitado. Pero si eso era lo último en persona humana. Les tenía locos a los de la policía. No podían con él. Estaba Mariano Valcarce, el comisario. ¿Qué pasa Santi? Le conté. Llega uno a reirse. No te rías, maricón, que te he visto en el cabaret liado, comiéndole la polla a un travesti.. Y ya llegó Valcarce y dijo, shhhh, se acabó el rollo. Tú, para allá, y de allí, para Villacandao. ¿Sabes de lo que te hablo?»

Santiago entró en la antigua cárcel de León — hoy Centro de Inserción Social— como preso de confianza.

«Cuando llegaban los presos yo les hacía cagar delante de mí para que me dieran lo que llevaban. No todo, la mitad... Yo mandaba en el módulo de tránsitos. El jefe era yo. Había funcionarios pero no había nadie. Yo les hacía la entrada y la salida. Tenía un buen tronco que se llamaba Bolaños, que entró más o menos cuando lo hice yo. Era pastor, fíjate. Con otro se puso a robar a taxistas y entraron en la cárcel. Ese era guardaespaldas mío, claro, hay que buscarse la vida». 

Estuvo dos años en la cárcel y luego cinco en tercer grado. Salía por la mañana a las nueve y regresaba a dormir. « Luego llevé las chapas aquí en León y fui representante de boxeadores. Incluso trabajé con Canal Plus»... 

Imagen de la antigua cárcel de León donde estuvo preso Santiago García del Árbol. JESÚS F. SALVADORES

Imagen de la antigua cárcel de León donde estuvo preso Santiago García del Árbol. JESÚS F. SALVADORES

El Patillas se inició en este mundo con un legionario que había estado en la guerra con Franco. «Ya murió también. Estuvo en la Legión y cuando terminó la guerra se quedó de sargento mandando un campo de concentración, pero como no le gustaba lo dejó. Y a mi me llevaba de putas con 17 años o así. En Bayona, en Francia, hacen una fiesta como los sanfermines de Pamplona. Así que nos fuimos allí a robar carteras y cogí y le metí a uno la mano en el bolsillo y le saqué un paquete de pascualitos, que eran billetes de 500 francos, y cogió el cabrón de él y me hizo que nos fuéramos a Francia, los dos sin hablar francés y cogimos un taxi y le dice, Oye, Petit, ¿Dónde hay una casa de amor? Y resulta que la que regentaba la Casa de amor era de Málaga y tenía discos de Fosforito, yo el flamenco lo bailo bien... Estuvimos ahí y yo pensé este tío me lo quita todo.... Le dije: Madame dónde está mi compañero.... Y entré y ahí estaba él, desnudito, como un niño y todo tatuado. ¿Qué pasa Tito? Se lo dije en caló ¿Dónde se llega la curdó? ¿Me entiendes? Me dice, pues aquí lo tengo, lo tenía en un calcetín. Y luego me vine aquí.

—¿Cuáles son las cosas que no se perdonan en el mundo del hampa?

—La traición. Porque hay un código que se basa en la amistad, en lo que tú necesites. A Pedro el Francés. lo mataron. Lo tiraron al pantano de Sena de Luna. Y ahí estará porque nadie ha dicho nada... Le gustaba mucho llevarse lo de los demás. Llévate lo que quieras, pero no lo tuyo ni lo mío y él metió la gamba. 

—¿Nunca tuviste piedad de ninguna mujer?

— No. Mira una cosa. La única mujer con la que yo he tenido alguna consideración fue mi madre. ¿Sabes? Me tocó, me tocó la fibra...

—¿Cómo te defines?

—Yo soy un hombre culto, cristiano, creyente que no hago daño a nadie...

—¿Y peligroso?

—Sí, aún peligroso. Y guiña un ojo.

 

 

 

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