El ADN de las tribus leonesas rebeldes a Roma: el legado irrompible de astures y vadinienses
Roma los venció en el 25 aC pero no logró que fueran olvidados. Queda su legado. El origen de los concejos, que explicaría por qué es una institución netamente leonesa, la legendaria defensa de sus derechos y la memoria colectiva de quienes viven en sus tierras y son, quizá, sus descendiente. Es la gran resistencia. Su victoria final

Reconstrucción de cómo era el poblado vadiniense, una de las tribus rebeldes a Roma, en La Peña del Castro, en el pueblo de La Ercina.
Sopla el viento frío en lo alto. Más arriba ya no hay nada. La peña roza el cielo, se funde en él, y en la tierra, las piedras bien apiladas trazan los restos de un castro prerromano, en La Ercina, el lugar donde vivieron los vadinienses antes de que vieran llegar a Roma abriendo el suelo para trazar la vía de la conquista, por donde llegó el final de su historia.
En el año 25 aC, César Augusto cierra las puertas del templo de Jano. El símbolo de que empezaba una era de paz. A Roma le había costado 200 años doblegar a Hispania. Y tal vez no lo consiguió nunca, pues la huella de las tribus rebeldes a Roma sigue viva. Su legado se mantiene en León, tantos siglos después.
A Cayo Julio César Augusto, primer emperador romano, cántabros, astures y vadinienses le obligaron a venir a Hispania en el 26 aC para tomar personalmente las riendas de la contienda. Para César Augusto no era una guerra más. Se jugaba su prestigio militar y político. Y el control estratégico del Mediterráneo occidental, acceso a inmensos recursos minerales —y no sólo al oro— para fabricar armas, la gestión de una gran despensa agrícola y mano de obra esclava. Entre siete y nueve legiones desplazadas a territorio hostil, 54.000 hombres bien pertrechados para doblegar a los indígenas. Su sistema de lucha, basado en el saqueo y la rapiña, en emboscadas y rápidos repliegues, una especie de guerra de guerillas en palabras de Dion Casio, extenuaba a las legiones. Se negaban a pactar, preferían suicidarse antes que caer cautivos, se resistían a ser sometidos por el poderoso Imperio romano y su maquinaria militar. Lo cuenta en el siglo II Floro, Lucio Anneo Floro, historiador romano, cuya obra es fundamental para conocer las Guerras Cántabras.
«En el occidente estaba ya en paz toda Hispania excepto la parte de la Citerior, pegada a los riscos del extremo del Pirineo, acariciados por el océano. Aquí se agitaban dos pueblos muy poderosos, los cántabros y los astures, no sometidos al Imperio». Eso fue lo que obligó a Augusto a abrir en el 29aC las puertas del templo de Jano en señal de guerra total y a viajar en persona hasta la tierra de los rebeldes. Ocupaban ese territorio desde la Edad del Bronce, entre 3.000 y 12.000 años antes del nacimiento de Jesucristo.
En realidad no eran un pueblo, eran tribus, entre 20 y 22, con una organización social y territorial en torno a sus castros, fortificados y autosuficientes. Roma los llamó astures a todos simplemente porque vivían al oeste del río Ástura, el Esla.
De ellos ya había hablado el geógrafo griego Estrabón. «Todos los montañeses son austeros, beben normalmente agua, duermen en el suelo y dejan que el cabello les llegue muy abajo, como mujeres, pero luchan ciñéndose la frente con una banda. Comen principalmente chivos, y sacrifican a Ares un chivo, cautivos de guerra y caballos. Hacen también hecatombes de cada especie al modo griego como dice Píndaro: de todo sacrifican cien [...]. Realizan también competiciones gimnásticas, de hoplitas e hípicas, con pugilato, carrera, escaramuza y combate en formación. Los montañeses, durante dos tercios del año, se alimentan de bellotas de encina, dejándolas secar, triturándolas y fabricando con ellas un pan que se conserva un tiempo. Conocen también la cerveza. El vino lo beben en raras ocasiones, pero el que tienen lo consumen pronto en festines con los parientes (syngéneia). Usan mantequilla en vez de aceite. Comen sentados en bancos construidos contra el muro y se sientan en orden a la edad (helikía) y el rango (timé). Los manjares se pasan en círculo, y a la hora de la bebida danzan en corro al son de flauta y trompeta, pero también dando saltos y agachándose, y en Bastetania danzan también las mujeres junto con los hombres cogiéndose de las manos […]. Los que viven muy al interior se sirven del trueque de mercancías, o cortan una lasca de plata y la dan. A los condenados a muerte los despeñan y a los parricidas los lapidan más allá de las montañas o de los ríos. Se casan igual que los griegos. A los enfermos, como antiguamente los egipcios, los exponen en los caminos para que los que la han pasado les den consejos sobre su enfermedad» […] Las mujeres trabajan la tierra y, apenas dan a luz, ceden el lecho a sus maridos y los cuidan. A menudo, paren mientras están trabajando, lavan al recién nacido en la corriente de un arroyo cercano y luego lo envuelven». (Estrabón, Geografía, libro III capítulo 7).
El geógrafo describe el temperamento «belicoso» de los rebeldes, su valor y coraje prefiriendo morir antes de caer en manos del enemigo, y relata que, al igual que en otras sociedades bárbaras como los celtas, tracios o escitas, las mujeres demostraban un valor y valentía equiparables al de los hombres, algo que sorprendía a los conquistadores porque no encajaba con el rol de la mujer en Grecia y Roma.
En realidad, los textos de los historiadores clásicos, tamizados por su propia visión, narran algo más que costumbres bárbaras a sus ojos. Dejan constancia de que las tribus tenían una organización propia, con normas concretas, planificación y reglas jurídicas. Era una sociedad bien organizada. Y algo más, sus reuniones tribales servían para cohesionar al grupo y eran deliberativas.
«Es el origen de nuestros concejos». Para Siro Sanz, historiador y estudioso del sistema de concejos en la Montaña leonesa, especializado en la historia local, eclesiástica y social desde la época romana hasta la época moderna, su origen es inequívocamente prerromano. Es, sostiene, la gran herencia que las tribus astures y vadinienses nos han legado. «Desde entonces perdura la organización concejil», sostiene. Y añade algo más: el poder de la propiedad comunal.
«Los romanos aprendieron después de una larga y terrible guerra que el único modo de mantener la paz con este pueblo era la cooperación con sus principales», dice. «De algún modo, la propiedad comunal se conservó en el periodo de la romanización. Durante ese tiempo, los romanos tuvieron que valerse de la fidelidad de los clanes montañeses y de sus ‘princeps’ para garantizar el paso de tropas. Así, se verían impelidos a respetar la propiedad de esos clanes. La pervivencia del mundo vadiniense en los siglos I, II, III y IV es prueba de ello», añade.
Los romanos impusieron su ley. Bajaron a las tribus de los castros y los obligaron a vivir en llano. «El romano les ordena bajar de lo alto, de sus castros, y poblar el fondo de los valles», narra Siro Sanz. Destruían así su principal fortaleza. Pero, dice Sanz, Roma concede una gracia a los vencidos: les permite mantener la propiedad sobre los terrenos que eran de la comunidad. El origen de los concejos y de las juntas vecinales de León. Y una explicación de por qué es una institución netamente leonesa y no del resto de la península.
Recurre Sanz a Floro. «Recelando del abrigo de los montes en que se refugiaban, les ordenó que habitasen establemente 'in plano' en la llanura» y que allí residiese el consejo del pueblo (Ibi gentes esse consilium, illud observari caput).
Es esa propiedad comunal «la causa por la cual se originan y organizan las estructuras del gobierno concejil» y de la que, posteriormente, «sus comunes sacaron los recursos necesarios para mantenerse, pagar ciertos impuestos y también numerosos litigios con sus señores», explica Siro Sanz.
«Otra prueba del origen prerromano de la propiedad comunal, base de la organización concejil, conservada durante la romanización y no menos importante, es entender por qué la gran propiedad de la nobleza pasó por aquí como gato sobre brasas: porque los nobles se encontraron con un tipo de propiedad antigua donde la pertenencia al clan, la vecindad, daba el privilegio de la propiedad de las tierras, derechos defendidos por una población que pleitearía siglo tras siglo con la nobleza local». Como si el carácter combativo de aquellas tribus primigenias con las que se tropezó Roma en León se hubiera mantenido en el tiempo en una férrea defensa de una forma de vida y de los derechos conquistados.
Más pegado al terreno, el arqueólogo Jesús de Celis describe una herencia principal que han legado a León aquellas tribus: una forma de ocupación del territorio. De Celis, técnico de Patrimonio Cultural en el ILC, el Instituto Leonés de Cultura, ha dirigido alguna de las campañas de excavaciones arqueológicas en la ciudad astur y luego romana de Lancia, quizá la más importante de los astures, que fue rendida y sometida tras un sitio y cruenta batalla por Publio Carisio, legado del emperador César Augusto, que no la destruye si no que la ocupa para Roma. Lancia y su caída la mencionan Ptolomeo, Plinio el Viejo, Floro, Dion Casio y Orosio y figura en el Itinerario de Antonino, un documento de la Antigua Roma, redactado en el siglo III, en el que aparecen recopiladas las rutas del Imperio romano.
De Celis se agarra a la ciencia. «Eran sociedades ágrafas», avisa. No dejaron nada por escrito. Y de ellos hablaron los vencedores. El conocimiento sobre cántabros, astures y vadinienses lo aporta fundamentalmente la arqueología.
«Conocemos cómo eran sus castros, sus viviendas, su cultura material y los objetos que utilizaban gracias a las excavaciones arqueológicas», explica De Celis. «El resto, lo intuimos», añade. Una especie de aviso de que están abiertos a estudiar todas las posibilidades pero con pruebas constatables.
«Sabemos que era una sociedad organizada social y políticamente, autárquica, que se organizaban en asambleas y celebraban consejos de familia, pero trasponer esto a los concejos es complejo», apunta De Celis.

Recreación digital del poblado vadiniense de La Peña del Castro, en La Ercina. Se contempla la fortificación, las viviendas y la vida cotidiana, con pastores, recolectores y los vecinos en el interior del poblado prerromano.
Los arqueólogos han encontrado alguna evidencia de que existía una especie de propiedad privada ya en los castros, tal como defiende Siro Sanz.
«De alguna manera, el grupo corrige, ejerce una coerción social para mantener una sociedad igualitaria», explica Jesús de Celis.
«Nos aproximamos a ellos y su cultura, tenemos una idea fiel de cómo vivían, tenemos constancia de sus topónimos, del nombre que daban al lugar en el que vivían o les rodeaba, de sus dioses», narra. Y añade apuntes sobre que no eran un pueblo sino tribus, que no todos guerrearon porque hubo clanes que pactaron con los romanos e incluso, como los brigecinos, que traicionaron a los astures.
Tenían una agricultura muy avanzada. Quizá otra de las herencias que han dejado. Lo ha constatado el equipo de Eduardo González, desde 2013 realizando trabajos de exploración en la montaña. Los vadinienses del castro de La Ercina, que vivían ya allí entre el año mil y el 900 aC según los estudios de González, tenían arados de metal y su producción era muy diversificada. Los arqueólogos del poblado de La Peña del Castro creen que utilizaban los valles colindantes como zona de cultivo, lo que encajaría con la tesis de Siro Sanz de que tenían terrenos comunales y que esa organización es la que les permitió conservar Roma cuando fueron bajados de las montañas. Ese hecho es para este investigador el origen prerromano de los concejos.
Otro dato arqueológico clave: en las fases más antiguas del castro había zonas públicas en las que se realizaban tareas a la vista de todos. Siro Sanz considera que esto apuntala sus tesis.
Lo desmiente radicalmente Laureano Rubio, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de León y profesor emérito. No tiene ninguna duda de que el origen de los concejos es medieval, consecuencia de la repoblación de los reyes de León, que otorgaron fueros y privilegios y concedieron tierras a los colonos a cambio de su asentamiento. Rubio argumenta para ello, además de todos lo estudios que ha realizado, el recurso a la toponimia. «Ahí está Bercianos del Real Camino o Galleguillos del Campos», cita.
«Los concejos, las juntas vecinales son, sin duda, de lo más significativo del Reino de León», zanja.
«Es la democracia pura y dura, la verdadera democracia que se mantiene en las comunidades rurales leonesas desde época medieval», dice. «La existencia y pervivencia de la organización concejil ha tenido para León importantes consecuencias, como la conservación de una ingente cantidad de terreno comunal, sobre todo montes y pastos, y de enseñas y símbolos de gran sugerencia que servían y sirven aún de seña de identidad», añade. Pero no concede ni una sola gracia a la teoría de que el origen sea previo al de los poderosos reyes medievales de León.
El investigador Siro Sanz recurre sin embargo a las lápidas vadinienses para desmontar el origen exclusivamente medieval. Lo hace, por ejemplo, con una lápida de Pedrosa del Rey, en la que reza «cives vadiniensis.pr. eorum conviventtum» y que Sanz atribuye a un «procurador de sus vecinos».
Siro Sanz cita además el pasaje de las crónicas alfonsinas o Crónica de Alfonso III en la que Pelayo es elegido «caudillo por los astures reunidos en concilio», levantado sobre su escudo y coronado como rey. Antes del Reino de León.
El origen prerromano de los concejos lo defiende también Diego Asensio, doctor en Arte y Comunicación. «El pueblo constituía un peso específico a la hora de la gobernación de sus gentes y su legado nos ha sido transmitido y preservado hasta la actualidad en forma de importantísima joya de las instituciones jurídicas: los concejos. Este vetusto órgano, cuyas raíces quizá se hundan en el sistema prerromano del Consejo de Ancianos que regulaba la vida de los castros, ha servido en León, durante siglos, para la eficaz organización de los pueblos del Reino que, hasta nuestros días, siguen ejerciendo su particular sistema de autogobierno», aporta.
Lo entronca además Diego Asensio con la tradición de los filandones. «La dialéctica de las gentes leonesas para distraer el crudo invierno de León en aquellos filandones, donde todos tenían palabra y todos debían prestar oído, está íntimamente relacionado con el concejo», dice este investigador, escritor y gestor cultural.
Y relaciona el papel de la mujer en estas tribus prerromanas con el poder que desarrollaron las infantas y las reinas por derecho propio de León. Otro legado. Porque, aunque cántabros, astures y vadinienses era una sociedad patriarcal, narra Estrabón que entre los astures el hombre dotaba a la mujer, las hijas heredaban y eran las encargadas de buscar y concertar los matrimonios de sus hermanos, lo que indicaría su importancia dentro del poblado, además de que eran las encargadas de las tareas del campo, sobre todo de la recolección e, incluso, combatían junto a los hombres si era necesario para la protección del castro. Describe Estrabón también sus vestimentas: «Las mujeres llevan sayos y vestidos con adorno floral» frente a los hombres, que llevaban «el pelo largo como las mujeres». Y cuenta que «durante la bebida bailan en rueda acompañados por flauta y corneta o también haciendo saltos y genuflexiones» y que «todos llevan generalmente capas negras y duermen sobre pajas envueltos en ellas».
Los romanos usaron bien la fiereza de las tribus para su ejército. Los astures, famosos por su caballería, con sus asturcones, un animal totémico que los identificaba como clan, fueron reclutados como tropas auxiliares una vez dominados por Roma. Así consta en el Muro de Adriano, la frontera más legendaria del Imperio romano que se extendía a lo largo de casi 120 kilómetros en el norte de Inglaterra y separaba a Roma de los bárbaros britanos, donde hay constancia de dos alas de caballería astur. O en Bonn, en una estela funeraria dedicada a Pintaius, ciudadano astur, un soldado veterano y de confianza portaestandarte de una cohorte romana.
La arqueología no sólo descubre a las tribus sublevadas al Imperio romano, también a los propios romanos. Así se ha comprobado que se vieron obligados a levantar fortificaciones, campamentos de conquista en los puertos de montaña incluso en cordales que rozan los 2.000 metros de altitud.
Pero faltan muchas piezas para completar el puzle, como asegura Jesús de Celis. La mayor dificultad es la ausencia de enterramientos cántabros y astures. «No sabemos qué hacían con sus muertos», dice De Celis. Y con ello, también falta ADN para poder cotejarlo.
«Es la propiedad comunal de los clanes, ‘gentilitates’ (grupos tribales) la causa por la que se originan y organizan las estructuras del gobierno del concilium», enfatiza el historiador Siro Sanz. Y añade, citando a Joaquín González Echegaray, que «algunas formas de propiedad colectiva, como los prados del concejo (los prados comunales que pertenecían a los vecinos) y los prados del toro son reliquias de un sistema primitivo».
En lo que no difieren Siro Sanz y Laureano Rubio es en los peligros que acechan a las juntas vecinales.
«La última expresión del pasado concejil sufre hoy en día la fuerza violenta de los actuales señores feudales, como la administración de montes, confederaciones que restringen nuestros derechos sobre los ríos y el riego, la Red Natura 2000 etc, solapados en la ignorancia de los que gobiernan en instituciones que se ocupan de nuestros montes, fuentes y ríos y que justifican todo tipo de desmanes por el bien común de sus bolsillo», dice Siro Sanz. Para Laureano Rubio son, junto con la despoblación, los partidos políticos el gran peligro, al haberse incrustado en las juntas vecinales. Denuncia que debería obligarse a los alcaldes pedáneos a convocar concejos — «cosa que han dejado de hacer»— y propone otra forma de reconocer el derecho de vecindad y tener, pues, voz y voto en las asambleas concejiles: «Que sea vecino quien pague IBI», reta. Para que perviva «ese tronco más que milenario del concejo de vecinos del que brotamos los leoneses», en palabras de Siro Sanz.
En el año 25 aC, César Augusto cerró las puertas de templo de Jano. Cántabros, astures y vadinienses habían sido derrotados, aunque las revueltas se extenderían aún hasta el 19 aC. Pero en el año 2025 siguen sin ser olvidados. «Se mantiene intacta la curiosidad por conocer quiénes eran, por profundizar en su historia», reflexiona el arqueólogo Jesús de Celis. «Y eso sí que es claramente una herencia que nos han dejado», añade.
Sobre un territorio en ruinas, incendiado y teñido de sangre y resistencia se impuso Roma. Pero no acabó con ellos, con las tribus rebeldes. Su legado se mantiene vivo. En su identidad. En la legendaria defensa de sus derechos. Y en la memoria colectiva de quienes viven en sus tierras. Quién sabe si descendientes directos. Y esa es quizá su gran vitoria. La victoria final.

El lugar de los vadinienses

La casa de la tribu
Las casas de la tribu

Los terrenos comunales

La vida vadiniense dentro

Lo que se conserva

Las vistas del poblado

Lo que quedó tras la conquista

Una vida fortificada

La vida como fue en el castro

Una vida ancestral a la vista
