Diario de León
L. DE LA MATA

L. DE LA MATA

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León

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La silicosis es una enfermedad tan arraigada en los leoneses del Norte como lo está la mina. Las toses del abuelo picador, las fatigas del vecino,... Hablar de silicosis es hablar de algo familiar y asumido, para nada de una dolencia a silenciar. Sin embargo, no es fácil conseguir que los afectados den la cara públicamente para explicar sus síntomas y sus sentimientos. La inmensa mayoría se muestra reacia a que su nombre (mucho menos su rostro) aparezca en forma de testimonio. Respetando el anonimato, el caso de G.T.T. resume perfectamente la historia de otros tantos afectados. Hace siete años que le diagnosticaron la enfermedad, en plena juventud. Llevaba catorce años de picador en un pozo del grupo Uminsa cuando le dijeron que tenía silicosis, de segundo grado; y se retiró con un 55% de la pensión. «Fueron catorce años, pero picábamos mucho. Estuve en la mina como si hubieran sido veinte años, si contamos una jornada normal de siete horas». Intentó otros trabajos después, pero la fatiga le atenazaba al primer esfuerzo. Eso y el miedo al catarro. «Procuro no enfriarme, una tos o una gripe se me agarran al pecho y lo paso fatal. En condiciones normales estoy bien, pero hay que tener mucho cuidado con esas cosas». G. apunta que no todas las minas son iguales. «En la que yo estaba la silicosis picaba mucho. Éramos unos sesenta, y alrededor de diez tenemos la enfermedad». ¿Sus primeros síntomas? «Empecé con un catarro. Luego ya nada es igual a cuando estabas sano». Reconoce que «se está mejor fuera de la mina que dentro, te oxigenas y respiras mejor», pero sabe que la enfermedad puede evolucionar aún después de haber abandonado el tajo. Y no contempla el pozo con rencor. «Yo había tenido otros trabajos antes, pero la mina me enganchó. Si pudiera volver, sería picador de nuevo». Sabe que no existe tratamiento para su enfermedad, y reconoce que muchos mineros quizá no quieren hacerse el reconocimiento porque no tienen cotizado tiempo como para tener una pensión suficiente. «Pero al fin y al cabo la revisión médica siempre va en beneficio del trabajador ¿no?». En cualquier caso la silicosis es un riesgo más que se asume cuando se trabaja en la mina, uno de tantos. «Lo sabes, que te puede pasar, pero cuando estás dentro no piensas en ello. Tengo otro hermano que lleva picando tantos años como yo y no tiene nada. Pero la mina y la silicosis van unidas, por suerte o por desgracia. Allí abajo ya te cuesta respirar de por sí, aunque no tengas nada». G.T.T. cree que la silicosis ha disminuido porque «antes había más mineros y las condiciones eran peores». Pero hace veinte años, cuando él empezó, tampoco las medidas de prevención se aplicaban en todos los casos. «No sé cómo será ahora. En mi pozo sí había medidas». ¿Las respetaban? «Unas veces sí y otras no. La verdad es que nosotros no picábamos con agua, picábamos a polvo. Mira que si con tanta humedad en vez de silicosis cogemos reúma... ¿La mascarilla? La poníamos a veces, cuando hacíamos chimeneas». A la hora de valorar si la desaparición de los chamizos ha mejorado las condiciones de los trabajadores, saca a relucir la filosofía minera. «Mejorar mejora, pero no dejas de bajar al agujero. Allí hay que entrar, y la naturaleza nunca sabes lo que te puede deparar. En la mina hay riesgo de silicosis, de hundimientos,... Cuando bajas de enfrentas a todo ello. Sabes lo que hay hasta allí. Del frente para adelante, nuca se sabe lo que hay».

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