La sugerencia de la Confederación
Decía Jorge Luis Borges que los suizos «han tomado la extraña decisión de ser razonables». Cuatro pueblos distintos y cuatro culturas diferentes conviven a la perfección y con óptimos resultados en el corazón de la Vieja Europa. Esta situación es muy curiosa: si alguien viaja desde Berna a Lausana por tren, en una hora pasará de una región arraigadamente alemana a otra acendradamente francesa. Y aunque el uso del francés no esté muy extendido en los cantones germánicos, y aunque en Ginebra no se hable una palabra de alemán, todos ellos se entienden. Participan de un gobierno común, el Consejo General, tienen un banco central único y una sola y fuerte moneda. Los suizos han descubierto las excelencias del compromiso y, además de instalarse en una asombrosa democracia directa en la que el pueblo no puede ir por un lado y el gobierno por otro, han conseguido mantener unidas y satisfechas las piezas de su rompecabezas. Como ejemplo, sirvan estas frases que el gran dramaturgo británico George Bernard Shaw incluyó en su obra El héroe y el soldado : -« ¿Es usted, pues, el Emperador de Suiza ?» -« Mi rango es el más alto que se pueda conocer en Suiza. Soy ciudadano libre» . Pero esta situación de tolerancia no se ha conseguido de la noche a la mañana. Detrás queda toda una historia de aislamiento geográfico, ocupación foránea y guerras de religión. Todo les empezó a ir mejor a los suizos cuando decidieron respetarse unos a otros y, sobre todo, instalarse en la neutralidad con respecto a las guerras que sacudían el continente.