Diario de León

La vida entre blancas y negras El ajedrecista que no podía vivir sin tocar

Paul Badura-Skoda | Considerado uno de los más grandes pianistas de nuestro tiempo, Badura-Skoda está de nuevo en León para impartir un curso de interpretación en la Fundación Eutherpe ante un alumnado de maestros

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MIGUEL Á. NEPOMUCENO | texto
León

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El próximo 6 de octubre cumplirá 78 años pero su aspecto no le delata. Una asombrosa vitalidad mantiene a Paul Badura-Skoda en una forma increíble que le permite viajar de manera continuada de una parte a otra del mundo, ofrecer agotadores conciertos, conceder innumerables entrevistas y mantener vivas sus otras pasiones: el ajedrez y la arquitectura. Apóstol incansable de la interpretación con instrumentos para los que originalmente ha sido concebida la música de los siglos XVIII y primeras décadas del XIX,  el mítico pianista austriaco se encuentra estos días en León para ofrecer un nuevo curso de interpretación pianística en la Asociación Eutherpe, donde ya ha estado hace un par de años Discípulo del inimitable Edwin Fischer y ojito derecho de Furtwängler, Karajan y Knappersbuch, Badura-Skoda es una referencia absoluta en compositores como Mozart, Schubert, Beethoven y Haydn, tanto en el pianoforte como en el piano moderno, manteniendo en todos ellos una intensidad expresiva, un fraseo y una claridad que lo convierten en un auténtico paradigma. Maravilloso pedagogo con alumnos en los cinco continentes desde hace varias décadas, el maestro austriaco es un enamorado de León y no duda en regresar a esta ciudad cada vez que se le requiere, bien como docente, o bien como intérprete, un lujo que muchas de las grandes urbes del mundo de la música les gustaría tener con la asiduidad con la que León le atrapa. Gran conversador, ameno e inteligente, Badura Skoda es un hombre del Renacimiento que une a su inmensa cultura en muchos campos del conocimiento sus dos pasiones que cultiva con asiduidad: el ajedrez y la arquitectura, además de un coleccionismo de pianofortes de época, impresionante, entre los que se encuentra uno que perteneció a Beethoven. Su fuerza en el juego de Caissa es del nivel de un maestro, y varios distinguidos grandes maestros internacionales han mordido el polvo, tablero por medio, frente a Badura-Skoda, quien dedica al ajedrez muchas veladas y está al día de las últimas novedades teóricas que se producen en el campo de las aperturas. Innumerables anécdotas a cerca de su pasión por este deporte corren de boca en boca entre los jugadores de ajedrez, y él contribuye diariamente a alimentarlas con su peculiar forma de ser: caballerosa, educada y sobre todo generosa. Su proverbial bonhomía, su amor desmedido por la música y su entrega incondicional a labores humanitarias en varios países convierten a Badura -Skoda en una clase de hombre aparte, que va dejando infinidad de amigos en cada sitio en que recala y aventajados alumnos que nunca olvidarán que han tenido el privilegio de poder estudiar y escuchar a una auténtica leyenda del piano del siglo XX. -Aunque está acostumbrado a contar con un alumnado numeroso, sin embargo el que a sus clases acudan consagrados maestros del teclado como sucedió en la pasada ocasión con el extraordinario pianista burgalés Antonio Baciero y que parece volverá a repetir en ésta, ¿no debe de ser frecuente? -Es realmente significativo que en una ciudad pequeña como León acudan estudiantes de tantos países y de escuelas tan diversas y que además estén presentes en ellas auténticos maestros como es el caso de Antonio Baciero, no deja de ser motivo de orgullo. Eso es un éxito que hay que otorgárselo a la Asociación Pianística Eutherpe y en especial a su presidenta Margarita Morais que siempre está atenta a que el nivel del profesorado se mantenga al máximo. Además, siempre es muy gratificante el ver cómo cada vez los alumnos son más jóvenes y están mejor preparados. -Ésta es la tercera vez que viene a León, ¿cuándo fue la primera? 1397058884 Creo que sobre el año 61 y toqué en el teatro Emperador. Ya en aquella ocasión me encantó la ciudad y en la segunda visita, que tuve algo más de tiempo, la visité con detenimiento, lo que ahora volveré a hacer. -Hasta 1948, usted consideraba los instrumentos originales como algo primitivo sin ningún interés ¿qué le hizo cambiar de parecer y qué diferencias hay entre el fortepiano y el piano actual? -Fue mi maestro Edwin Fischer quien me adentró en este mundo maravilloso del forte piano y he intentado mantenerme fiel a él grabando los conciertos de Bach, Mozart o Hydn en estos instrumentos. Sin embargo, últimamente en las salas de conciertos empleo los otros instrumentos más modernos como el Stenway o Bösendorffer, que producen unas dinámicas mayores. Las diferencias son también notables. En el forte piano el sonido es mucho más delgado y más rico en armónicos y en colores. La dinámica también es la misma sólo que el fortísimo del fortepiano es equivalente al mezzoforte del piano de hoy. El sonido del piano antiguo, además de una mayor limpieza te ofrece la posibilidad de hacer pianísimos tan delicados y controlados que resultan prácticamente imposibles en el piano moderno. -¿Para qué entonces esa necesidad de crear un piano más potente si los resultados parece que no son tan convincentes en algunos aspectos? -El piano moderno se desarrolló en el siglo pasado, con unas ideas determinadas, pero sobre todo para conseguir unos resultados completamente diferentes a las del fortepiano mozartiano, un instrumento con el que se podía interpretar de una forma más que sobrada toda la música escrita a lo largo del XVIII. Pero desde el momento en que la orquesta moderna comienza a incrementar su poderío, es cuando se encontraron con la necesidad de crear otro instrumento que pudiera medirse con ella de igual a igual. Y así surgió el piano moderno y con él las importantes diferencias con el pianoforte o el clavecín. En el caso de este último, el marco está construido de madera mientras que en el piano moderno es ya de hierro o acero. Esto permitió colocar unas cuerdas mucho más gruesas en una caja armónica el doble que la del fortepiano y le otorgó la posibilidad de convertirse en un instrumento con una mecánica mucho más poderosa, perfecta y rica para competir con la orquesta. -¿Entonces habría que decir que, por ejemplo una sonata de Mozart, no se parece en nada cuando se interpreta en un pianoforte que en uno moderno? ¿La verdad sólo la tiene el pianoforte? -En absoluto, lo que sucede es que todo está en función de las obras, los lugares donde se interpreta y la filosofía que se le quiera dar a lo que se interpreta. Por ejemplo, a mi antes no había quien me sacara de las interpretaciones historicistas, sin embargo ahora toco Mozart en las salas con pianos actuales y suena igual de bien, lo único que hay que hacer es resolver algunos problemas técnicos. Sin embargo pienso que el instrumento para interpretar a Mozart, en especial sus sonatas y las obras para piano sólo, es el pianoforte para el que fue concebido. -¿Quiere decir que, por ejemplo, cuando se enfrenta a la sonata K. 310 de Mozart en la que hay un pasaje que suele crear problemas a los jóvenes pianistas porque se requiere tocar los graves con otro peso distinto que en el fortepiano, esa dificultad ¿cómo se resuelve? -Son trucos que suelo emplear en mis clases con el fin de que los alumnos pueden obtener un sonido más ligero, delgado y claro en los graves. Por ejemplo un mismo acorde cuando lo toco sobre un piano moderno, suelo hacerlo tocando unas notas menos para obtener el mismo efecto que obtengo con todas las notas en el fortepiano. Así el Mi llega a producir otros armónicos diferentes al Do por lo que crea más ruido que música al no mezclarse convenientemente. También depende del instrumento y del estado de los macillos, no obstante los macillos dulces, ideales para algunas obras de Debussy no van bien para Mozart. El sonido romántico del piano moderno es un sonido poco claro y mucho más grueso que el del fortepiano y al tener la posibilidad de tocarlo con mucha más fuerza se corre el riesgo de producir emborronamiento en el fraseo al superponerse las notas. Otra diferencia remarcable entre el pianoforte y el piano moderno es que la misma nota dura mucho más tiempo en el piano que en el fortepiano. Eso lo podemos ver en una nota aguda en mezzoforte. En el pianoforte dura unas cinco segundos mientras que en el piano moderno sobrepasa los doce. Eso implica que cuando interpretamos con el instrumento moderno a Mozart, por ejemplo, debemos acortar esa duración utilizando los apagadores. -Sin embargo ha habido intérpretes como Glenn Gould que ha sabido extraer esas sonoridades delgadas con un piano actual. -En efecto y con magníficos resultados. De ahí el que yo continúe tocando las obras de Mozart, Haydn o Bach en las grandes salas o en los estudios de grabación. Es curioso que mi primer registro de las sonatas de Mozart se hizo con un Bössendorfer, excepto para las primeras en las que utilicé un Steinway. Respecto a Glenn Gould al que conocí personalmente, tengo que decir que él nunca entendió a Mozart, sólo con Bach tuvo algo más de éxito al imitar el clavecín con un piano moderno. -¿Y la velocidad? -El carácter de las notas se alteró al aumentar la velocidad, de ahí que hubiera que escribir más notas, y ese es el sentido de la ornamentación. Algo que fue desapareciendo poco a poco siendo Chopin el último compositor que escribió de esta forma. -¿Qué otras diferencias existen entre la digitación de uno y la del otro? -En el fortepiano hay que tocar con menos fuerza en el antebrazo por eso lo importante, al tocar con ese instrumento es la articulación de los dedos ya que de ellos brota la música. Hay un hecho poco conocido y es que después de tocar en el pianoforte que posee una sensibilidad mayor al pasar al piano moderno es mucho más fácil tocar en él porque se controla mucho mejor. -¿Por qué se sigue enseñando en los Conservatorios a Haydn o Mozart de una forma romántica? ­-Por eso, porque son conservatorios y tratan de mantener la tradición. Afortunadamente esa filosofía está cambiando para poder avanzar en la interpretación. Hoy día existen varias escuelas superiores en las que se puede estudiar el fortepiano, una en Ginebra y otra en Bruselas y seguro que cada vez es mayor esta tendencia de estudiar el pianoforte. -¿Qué diferencias esenciales advierte en la manera de tocar cuando usted empezó y ahora? -Esencialmente ninguna. Hace poco el sello Genuin americano sacó al mercado una veintena de cedés con diferentes épocas de mi carrera como pianista y advertí con gran sorpresa para mi que salvo pequeños matices el resto de mis interpretaciones no habían cambiado nada. Tal vez ahora comprenda mejor ciertos pasajes, ciertas frases pero en general no ha sido un cambio perceptible. Tampoco cambió mucho la esencia de los tempos algo muy importante dentro de la escuela vienesa.  No tenía el sentido del ritmo que tengo ahora pero lo demás esta igual. -Usted comenzó al lado de grandes mitos del teclado como su maestro Edwin Fischer y los dos grandes directores míticos que fueron Furtwaängler y Knappersbuch ¿qué recuerda de ellos? -Furtwängler me oyó siendo yo muy joven y enseguida me contrató para tocar con el en Salzburgo. Era un director único que extraía a sus orquestas sonidos también únicos. Sabía encontrar en cada obra la esencia de lo inasequible y hacer con ella poesía. Sus grabaciones todavía lo muestran como un director inalcanzable. Aún recuerdo la «Serenata para 13 instrumentos de viento dirigida por Furtwängler en Berlín. Tenía una limpieza y una pureza extraordinarias. Nunca la olvidaré. Con Knappersbuch la cosa fue algo más lenta. Me observó, me miró con esa mirada profunda y seria diciendo quién es este joven pianista, pero tras escucharme se puso muy contento y me invitó a tocar en su casa. Le gustó mucho, y me llamó para  a tocar con él varias veces los conciertos de Mozart en Viena y Salzburgo. Me produjo mucho dolor su muerte. Pero Paul Badura-Skoda posee otra faceta que también le ha dado fama entre los maestros del juego ciencia. Una faceta, que por menos conocida no deja de ser fascinante para los aficionados a la música y el público en general y es la de ser un fortísimo ajedrecista que ha derrotado a algún que otro maestro de este deporte y pasa largas veladas, durante sus giras de conciertos o de masterclass, jugando con algunos de los ajedrecistas más famosos del orbe. Estudia y analiza las últimas novedades teóricas que diariamente aparecen sobre el juego y su fama y carisma entre los profesionales del tablero es notoria. Anécdotas de un ajedrecista De él se cuentan numerosas anécdotas que a veces resultan difíciles de creer si no fuera por que quien esto escribe ha vivido algunas de ellas muy de cerca y compartido las excelencias de su juego, estilístico y valiente, las frías noches de aquel diciembre del 2003, cuando dejó en León jirones de su saber, de su bonhomía y de su arte. Durante una de aquellas veladas delante del tablero se me ocurrió preguntarle por algunos de sus famosos rivales que compartieron con él trebejos y reloj. «Uno de los que mejor recuerdo tengo, me dijo, fue mi buen amigo David Oistrak, con quien toqué muchas veces sonatas de Mozart en Moscú. Era un gran jugador que derrotaba a los campeones rusos e incluso llegó a jugar un match con Prokofieff, que tenía un alto nivel de juego habiendo derrotado en simultáneas a varios campeones del mundo entre los que se encontraban Alekhine, y Capablanca, por no mencionar los numerosos empates que hizo en esta modalidad frente a Lasker, Botvinnik, Smyslov, todos ellos campeones del mundo». La vida de Paul Badura-Skoda trascurre entre blancas y negras: las casillas del tablero de ajedrez y las marfileñas teclas de los infinitos pianos con los que deleita a los públicos más heterogéneos. Algunos maestros con los que ha jugado y con los que ha convivido días enteros han contado a este cronista que cuando le visitaban en sus habitaciones de los hoteles, estas no parecían dormitorios de un pianista. Por ninguna parte se veían partituras ni nada que hiciera alusión a que la persona que allí habitaba era uno de los cinco mejores pianistas del mundo. Sin embargo aquel espacio donde el maestro pasaba muchas horas de su vida se parecía más al cuarto de un ajedrecista que el de un pianista de fama universal. Aquí y allá se podían ver libros y revistas de ajedrez y sobre la mesita de noche, siempre abierto, se encontraba un tablero portátil donde Paul analizaba horas tras hora algunas de las partidas que en ese momento los campeones estuvieran jugando en este o aquel torneo, o colocaba los trebejos en una posición determinada y de inmediato se sumergía en profundos análisis de alguna variante de la Defensa Siciliana, que tanto gusta practicar. En León, al concluir cada día sus clases magistrales en Eutherpe, rápidamente me hacía una seña para que fuera colocando las piezas ya que una larga batalla iba a comenzar. Y una y otra vez se empecinaba en jugar la misma variante de la Siciliana para intentar refutar una línea que no acababa de encontrarle el tranquillo y para eso, decía, nada mejor que ponerla en practica con un maestro. Mientras juega, Paul apenas habla. Sólo sonríe y susurra algo en alemán, o español, mueve la cabeza dubitativamente y toma la pieza con resolución para depositarla en el escaque elegido. Espera pacientemente la respuesta de su rival y se sume de nuevo en profundos cálculos que generalmente concluyen con una acertada valoración de la posición, para bien o para mal. Partida en Colombia Hay muchas anécdotas que definen de forma diáfana cómo es este gran maestro del piano cuando se dedica a jugar al ajedrez. Cuenta un fuerte jugador colombiano que a su paso por Bogotá, Badura Skoda sorprendió a un grupo de amigos tras un agotador concierto la noche anterior. «A las once de la mañana, después de tres horas de ensayo, se sometió con un rigor asombroso a un programa de televisión de casi cuatro horas, y pasadas las cuatro de la tarde, sin tiempo para cambiarse de ropa, asistió a un almuerzo con los platos más exquisitos y bárbaros de la cocina criolla, y no sólo comió con un buen apetito de músico, sino que se dejó seducir por los vinos abundantes. Al final, cuando sus anfitriones suponían que estaba al borde del desmayo, preguntó si era posible encontrar a alguien que le hiciera el favor de jugar con él una partida de ajedrez. Rápidamente se llamó a De Grieff una de las estrellas mayores del mundo- y éste no se hizo repetir dos veces la solicitud. Cuando el pianista supo el tamaño de su adversario, pidió que lo dejaran sólo en su habitación. Sus amigos pensaron con muy buen sentido que iba a descansar dos horas. Sin embargo, poco después lo llamaron de la empresa de televisión para arreglar las cuentas del programa, y él se negó a ocuparse de un asunto tan trivial. Ahora no puedo dijo. Era cierto. Cuando Boris De Greiff llegó a recogerlo, lo encontró estudiando en un tablero magnético que lleva siempre en su maleta. Las piezas estaban colocadas en la posición final de la última partida inconclusa de la semifinal que jugaron en enero de ese año, el alemán Robert Hubner y el disidente soviético Víctor Korchnoi. Esto le dio a Boris De Greiff una idea inquietante de la categoría de su adversario. Sobre la mesa había un libro de ajedrez en inglés y otro en alemán. Ambos muy especializados. Y había además muchos recortes de la sección de ajedrez del Times de Londres y del New York Times . La larga noche empezó a las ocho. Por una cortesía pura con sus anfitriones, Badura Skoda tocó en el piano, sin un punto de inspiración, la tercera partita de Juan Sebastián Bach. Estaba en estado de tensión que no había padecido la noche anterior en el concierto, ni esa mañana, ante las cámaras. Solo cuando se sentaron frente al tablero pareció sumergirse en una ciénaga de serenidad. Boris De Greiff contó que en la Olimpiada mundial de Leipzig, en 1960, no se había usado un timbre como señal de partida, sino el aria para la cuerda de sol de la suite para orquesta número 3, de Bach. A Badura Skoda le pareció bien que se usara en aquel momento, y el dueño de casa, que es el más compulsivo fanático de Bach y del sonido electrónico en Colombia, puso el disco a un volumen prudente. Boris De Greiff, jugando con las blancas, abrió con el peón de rey. Badura Skoda le replicó con la defensa siciliana. En ese instante terminó el aria para la cuerda de sol, y siguió una gavota. Los testigos tuvieron la impresión real de que a Badura-Skoda se le pusieron los pelos de punta, dijo, con su buena educación exquisita. Entonces quitaron el disco, desconectaron el teléfono y el timbre de la puerta, y encerraron los perros amordazados en el dormitorio. Los dueños de casa y la esposa de Boris de Greiff se encerraron con una botella de whisky en el comedor vecino, y la casa y el barrio, y la ciudad entera quedaron sumergidos en un silencio sobrenatural. La guerra duró seis horas. Badura Skoda se concentró hasta el punto de que sólo dijo tres veces la misma palabra en alemán después de tres de sus propias jugadas. Boris de Greiff entendió que decía:. Y en efecto, lo dijo siempre después de las tres jugadas que determinaron su derrota. No levantó la vista del tablero un sólo instante, y sólo movió la mano para jugar, dice Boris. Músicos que aman el ajedrez Jugaron cuatro partidas. Badura Skoda perdió tres, y la cuarta quedó en tablas. No quedó satisfecho, por supuesto. A las tres de la madrugada se empeñó en analizar las partidas, hasta que Boris de Greiff le ayudó a establecer cuales fueron sus errores decisivos. Luego, cuando le acompañó al hotel, le pidió que subiera al cuarto para explicarle el sistema especial de notación del redactor de ajedrez del Times, y siguió hablando de ajedrez hasta que la ciudad amaneció en las ventanas. A todos los testigos de esa noche irrecuperable les quedó la impresión de que Badura Skoda -que es uno de los pianistas más notables de nuestro tiempo- es en realidad un ajedrecista que sólo toca el piano para vivir». Algunas veces durante un receso entre las partidas le comentaba si se había dado cuenta de la cantidad de músicos de primera fila que juegan y jugaron al ajedrez y viceversa. «Que ahora recuerde, apuntó, el gran maestro ruso Marc Taimanov es un enorme pianista que jugó contra Fischer un torneo de candidatos por el campeonato del mundo, Oistrak como te dije, Prokofieff, que tenía una fuerza excepcional», y en España, le recordé a Miquel Farré. Y así iban desfilando por nuestros recuerdos la larga lista de músicos que amaban el ajedrez y de ajedrecistas que tocaban para vivir. Porque «el ajedrez, como el amor, como la música, decía Tarrasch, hace felices a los hombres».

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