Diario de León

Curas polacos para repoblar parroquias segovianas

Ante la falta de vocaciones, la diócesis ha optado por cubrir las bajas de las localidades de Sepúlveda, Sacramenia, Campo de San Pedro y Santo Tomé del Puerto con párrocos procedentes de Polonia

MIRIAM CHACÓN

MIRIAM CHACÓN

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PACO ALCÁNTARA | texto
León

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Apenas 170 sacerdotes conforman la plantilla de la diócesis de Segovia. Ante la falta de vocaciones, cuatro vacantes en zonas rurales de esa provincia castellana las han cubierto religiosos polacos. Algunos proceden de Sudamérica y no dudan en afirmar que cambiaron «los bautizos por los entierros». Y todos reconocen que les ha costado asimilar las tradiciones locales; aseguran que se sorprendieron ante la ausencia de pobreza; admiten que el gran problema de estos pueblos segovianos es el de la despoblación y el envejecimiento de sus feligreses, y muestran una total integración en la comunidad donde ejercen su magisterio cristiano. Éstas son sus historias. El próximo martes Slawomir Harasimowicz presidirá todos los actos religiosos de la romería que, en honor de San Frutos, se celebrará en torno a la ermita situada en pleno corazón de las Hoces del Duratón. Este sacerdote polaco ya se ha acostumbrado a que en estas tierras esteparias las procesiones se prolonguen durante horas, «aquí nunca hay prisa por acabar, en Villar de Sobrepeña el desfile aún dura más que el de San Frutos, hasta dos horas y media», comenta sin asombro. «El primer año no entendía el interés de los romeros por bailar delante de la imagen santo y menos que se produjeran continuas paradas durante el recorrido», detalla el cura, tras dos años como párroco de Sepúlveda y de otros seis pequeños pueblos de esta comarca segoviana. «Allí en Polonia se viven las fiestas religiosas de otra manera, con mucha más espiritualidad, en silencio», asevera don Slawek, léase, donsuavek , todo junto, diminutivo como le conocen sus feligreses. Grandes contrastes El también polaco Casimiro Kazimierz aún se está acostumbrando a este tipo de tradiciones locales. Lleva en España ocho meses y ejerce desde hace tres como párroco en Sacramenia. Aún mantiene fresca en la memoria su primera romería. «Fue en Lastras de Cuéllar. Se celebraba a la virgen del Salserón. La procesión hasta la ermita duró cuatro horas y atrás llevaban un coche con vino y refrescos para reponer fuerzas», comenta sin dar crédito a lo que vivió ese día. Más increíble fue lo que le pasó en Cozuelos, durante la festividad del Corpus Christi. «Yo iba muy serio con el Sacramento en las manos y la gente alrededor mío cantaba, bailaba y daba gritos al Santísimo. En Polonia no es así, las ceremonias conllevan recogimiento», remacha sin perder la sonrisa y con un suave acento porteño adquirido en Argentina, donde vivió los últimos 15 años. «Allí realizaba más bautismos y muchos menos entierros. Aquí sólo tengo cinco niños pendientes de hacer la Primera Comunión. Vengo a una zona donde hay mucha gente mayor y sé que voy a enterrar a la mayoría de mis actuales feligreses. Quiero hacerlo. Estos viejitos merecen una atención espiritual, esa es una de las razones por las que he decidido quedarme», reflexiona en voz alta Casimiro arrastrando las eses y sin ningún tipo de arrepentimiento por este gran cambio, «aunque en Argentina la gente es muy alegre y abierta, quizá sea bueno que yo pueda transmitir a mis nuevos vecinos este espíritu». Destino casual El padre Casimiro confiesa que la elección por Segovia se debió a la casualidad. «Desde Argentina envié más de 50 cartas a obispos españoles solicitando venir, y el primero que me respondió fue el de esta provincia, don Luis Gutiérrez. El 8 de marzo llegué». Su primer destino le llevó a Lastras de Cuéllar, donde apenas permaneció muy pocos meses y comprobó que las diferencias con Argentina no sólo se circunscribían a las romerías. «Allí las iglesias tienen techos de chapa, aquí son monumentos bellísimos. Allí los coches se mueven atados con alambres, aquí todo es opulencia. Cuando visité el colegio de este pueblo jamás había contemplado en Argentina ninguno con tanto material escolar como el de Sacramenia». Su paisano de Sepúlveda también sintió este tremendo cambio cuando recaló en tierras segoviana, «aquí no se ven pobres, entendiendo por este apelativo a quien no tiene dinero para comprar comida con la que alimentarse hasta final de mes», asevera Slawek, quien ya ha incardinado su vida en esta Diócesis, después de diez años de residencia en España, «de esta situación de abundancia la gente no es consciente y se quejan mucho. La mayoría no saben lo que es vivir realmente mal y no valoran su situación». Adam Pirozek permanecerá como párroco en la localidad segoviana de Campo de San Pedro hasta septiembre del próximo año. Entonces, este misionero polaco de la Congregación del Verbo Divino regresará a la misión boliviana donde ha ejercido sus labores pastorales durante los últimos 22 años. «Hace dos años que resido aquí y me he sentido como en casa, además, existen muchas similitudes entre Bolivia y Castilla», señala en un perfecto español, desvelando alguna coincidencia: «El santo más venerado por las tribus aimaras es San Isidro. La religiosidad popular es muy semejante. En Segovia bailan jotas en las procesiones y en el altiplano la morenada o la cueca ». Adam recaló en Segovia para curarse del mal de altura, y gracias a la recomendación de varios voluntarios de esta provincia con los que coincidió en la misión junto al lago Titicaca donde este misionero ejercía su apostolado con las comunidades indígenas. «En estos pueblos he aprendido a amar a los ancianos, disponen de una enorme sabiduría andante», revela mientras cuenta lo mucho que ha asimilado de las enseñanzas de sus feligreses. «Como éste es un mundo muy rápido, no nos detenemos a escucharles». El cuarto sacerdote polaco que ejerce su magisterio aquí es Marcos Duda, responsable de la parroquia de Santo Tomé del Puerto. Como el resto de sus compatriotas padece los mismos problemas. Y ahora, todos ellos atienden a la comunidad polaca de Segovia: el sábado que les corresponde dar misa a sus paisanos sí pueden celebrar en su idioma. No es poco placer para ellos.

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