Diario de León
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ALBERTO DOMINGO | texto
León

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|||| Sólo un pueblo creativo, capaz de modelar centenares de años de historia de alfarería, podía recuperar de forma tan plástica la tradición de los mayos y, como se aprecia en los últimos años, exportarla desde Valdejamuz hasta la Valdería. Es el chispazo creativo jiminiego el que logró que el mayo -palabra que en esta comarca del suroccidente leonés remite al monigote relleno de paja, símbolo de la fertilidad- volviera al pueblo, pero no en forma de tosco muñeco colgado de un alto mástil, sino recordando tradiciones, rindiendo homenaje a personas conocidas y exaltando el trabajo en el entorno rural. Porfirio Gordón, cronista oficial del municipio de Santa Elena de Jamuz, explica que uno de los primeros barrios de Jiménez en resucitar, en su nueva forma de arte popular, la tradición de los mayos es el de La Ermita, en la entrada al pueblo según se llega de La Bañeza. Gordón sitúa en 1987 o 1988 el regreso del mayo y señala que, en principio, el número de escenas en los que se han convertido hoy los mayos de Jiménez de Jamuz rondaría los dos o tres. Años más tarde, la intervención municipal supondría el impulso definitivo a una iniciativa que parte de la base y, en opinión del cronista, es la intervención municipal la que lleva a las otras dos localidades del municipio, Santa Elena y Villanueva, a sumarse a la manifestación. Unos cánones flexibles Es en los últimos años cuando estos dos pueblos dan el salto cualitativo en sus escenas -«instigados», según Gordón, por la municipalidad-, mientras se van fijando los cánones del nuevo arte. El ayuntamiento recoge las normas que debe cumplir todo buen mayo, según van apareciendo en la revista Jamuz , que edita la Asociación Cultural Jiminiega. Gordón se convierte, junto con otros miembros de la agrupación, en uno de los teóricos del mayo. Las normas evitan que se pierda la altura que siempre tuvo el monigote, que se evite el uso de maniquíes y caretas e incluso la mecanización de las figuras. Sin embargo, Gordón reconoce «cierta flexibilidad en la normativa. Hay que entender que en Santa Elena y en Villanueva no hay barro». Es esta flexibilidad normativa la que permite que el mayo Pesando la uva , ganador de este año, haya sido elegido como el mejor, ya que, si bien parte de la escena está elevada, un carro que forma parte de ella está en el suelo. Además, éste no lo han elaborado los creadores de la escena. Sin embargo, la cuidada elaboración y la plasticidad del conjunto suplieron el defecto, al menos en opinión del jurado. Aprender el arte del mayo lleva su tiempo. En las primeras ocasiones, los barrios primerizos deben «prepararlo con bastante antelación», asevera Gordón. Luego, con los años, se aprende el oficio y «los que participan año tras año lo tiene listo en una semana: disponen de diferentes elementos, como la plataforma, y con varias mujeres que se junten para coser los vestidos...» La participación La tradición no sólo estimula el ingenio y la creatividad de las gentes. También es una forma de que los vecinos se relacionen, explica Gordón, y sumen esfuerzos en la consecución de un objetivo. Con nocturnidad, después de cenar en grupo, en Jiménez montan el mayo, secreto bien guardado, la noche del 30 de abril al 1 de mayo, y cada vez son más los que se acercan hasta el pueblo y hasta Villanueva y Santa Elena para contemplar las distintas creaciones, además de poder visitar otros lugares como el Alfar-Museo y el castillo y la iglesia de Villanueva. Los vecinos de la calle de la Armonía, en La Bañeza, también se apuntaron a esta costumbre, y Castrocalbón entregó premios el año pasado a los mejores del municipio, aunque la idea se fraguó, hay que decirlo, en el valle del Jamuz.

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