Diario de León
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A rgelès-sur-Mer es una localidad costera de cerca de diez mil habitantes que multiplica su población por 12 en la temporada estival. Muchas de las personas empadronadas en el municipio superan los 60 años. Son jubilados atraídos por el sol y la tranquilidad de esta zona del sur francés. Los viñedos y terrenos agrícolas que décadas atrás ocupaban todo el municipio han sido sustituidos a partir de los años 60 por apartamentos, complejos turísticos y cámpings, ya que Argelès es considerada la capital europea del cámping. La región a la que pertenece este enclave costero, llamada Langedoc-Roussillon, es la segunda con la tasa de paro más alta del país galo. El trabajo suele ser estacional y mientras que en el verano faltan manos para el sector servicios, en invierno sobran. Otra mirada a España Jóvenes y mayores, miran hacia España, están convencidos que ahora se vive mejor en el país vecino. «Hay más trabajo y oportunidades porque las ayudas europeas han desarrollado el país. Sin embargo, los franceses hemos perdido poder adquisitivo», afirma Pierre, dueño de un establecimiento de recuerdos. Sus clientes son pensionistas procedentes de Alemania, los Países Bajos, Inglaterra y, sobre todo, de París. Los mismos que los de Pascal, la farmacéutica del pueblo. Y son, precisamente, los venidos de París los que se confiesan votantes de los partidos conservadores, ya que su principal preocupación es la inseguridad. Pascal tiene dos hijos pequeños y las carencias en el sistema educativo, y no la inseguridad, son su gran demanda a la clase política: « No es una cuestión de autoritarismo, sino de responsabilizar a la gente desde la base. Es una cuestión de educación». Algunos de los ciudadanos de esta localidad no sólo miran hacia España con cierta envidia, sino más bien con vergüenza. Hasta medio millón de personas cruzaron la frontera durante la retirada de 1939 huyendo del franquismo. Unas 200.000 fueron hacinadas por las autoridades francesas en las playas de Argelès-sur-Mer. Lo que comenzó siendo temporal y campo de refugiados se convirtió en un infierno y en un campo de concentración. Muchos murieron y los que resistieron proporcionaron la mano de obra necesaria para atender los campos de cultivo. Hoy todavía son muchos los españoles e hijos de españoles que permanecen en la localidad, empezando por su alcalde, Pierre Aylagas.

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