Diario de León

«Aquí no tengo amigos»

No le cuesta reconocer que se dirigía a un burdel cuando lo detuvieron en la autovía Ferrol-As Pontes. «Me pasé el cruce», dijo entonces. En el fondo hay un hombre de 42 años con parálisis cerebral desde los cinco meses que quiere ser un ciudad

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LUIS A. NÚÑEZ | texto RAFAEL ESTÉVEZ | fotos
León

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S on las cuatro de la tarde y José Antonio Navarro se encuentra ya a la sombra del porche del Centro de Atención de Minusválidos Físicos (CAMF) de Ferrol junto a otros internos. Después de la comida aprovecha para salir a la intemperie para disfrutar del aire libre. No habla con nadie. «Aquí no tengo amigos», dice. Es por esto por lo que arde en deseos de abandonar el centro e irse a vivir solo. «Lo estoy mirando», cuenta. Pero no puede hacerlo por su cuenta. Está postrado en una silla de ruedas desde que tiene uso de la razón. A los cinco meses de vida le diagnosticaron una parálisis cerebral que, hoy por hoy, afecta al 95% de su cuerpo. Sus posibilidades motoras se reducen a la cabeza y parcialmente alguna extremidad visiblemente afectada por la atrofia. Pero esto no es suficiente para borrarle una sonrisa de la cara. Y menos cuando se le pregunta por el suceso que lo hizo famoso. Cuando el pasado viernes, día 4, lo interceptó la Policía Local de Narón circulando en su silla motorizada por la AG-64, la autovía que comunica Ferrol y As Pontes. «Me pasé el cruce», dijo entonces a los agentes. En realidad se dirigía a un club de alterne para, confiesa sin rubor alguno, «echar un quiqui». No era la primera vez que realizaba ese recorrido en sus 42 años de edad. La última ocasión fue frustrada, dice, «porque no podía entrar con la silla» en la habitación del burdel. De esto hacía ya tres años y, desde entonces, ha estado pensando mucho en volver. Como cualquier otra persona. José Antonio reivindica su derecho a la sexualidad. Con la particularidad de que necesita que su compañera aporte algo más que él para salvar las dificultades de movilidad. Es por esto por lo que confiesa recurrir al sexo de pago. Pero eso sí, sueña con echarse una novia. Ninguna como las del centro. La gente con la que vive no le interesa, dice. Su imaginación puede ir más allá. Así consigue abstraerse a través de la pintura. Es uno de los pocos becados por la Asociación de Pintores con la Boca y con el Pie, una entidad de ámbito internacional que apoya esta singular forma de arte. Los cuadros de José Antonio campan a sus anchas por toda su habitación, en la segunda planta del CAMF. No recuerda muy bien cómo ni cuándo aprendió a pintar agarrando el pincel con la boca. Pero es muy «perfeccionista». Puede tardar en cubrir un lienzo más de un mes, incluso dos. Y si no le gusta el resultado: «Tapo de blanco y vuelvo a pintar». De origen indio, sus padres lo abandonaron cuando tenía 5 años. Su respuesta a la pregunta de si tiene familia es clara. «Como si no la tuviera», dice. Aprendió a vivir con su ausencia y ya no se inquieta lo más mínimo al hablar de sus progenitores. Lo que sí sabe es que nació en Cartagena. Y que perdió el acento murciano hace ya muchos años. Añoranzas «Estuve en todos los centros así de España», recuerda. Empezó en Valencia y acabó en Ferrol. Pero Córdoba es el lugar que más añora. Para una persona postrada en una silla durante 42 largos años como él, las diapositivas que memoriza en su mente lo son todo. «Pinto paisajes», dice. Es cierto, de una docena de lienzos que hay apilados en su cuarto, todos muestran una playa, una cascada, un bosque... «Todos tienen su encanto», apunta. Aunque forman parte de una naturaleza que, sentencia, «se la están cargando». José Antonio también explica el motivo de sus largos paseos. Es una incógnita saber dónde está en cada momento. «Puede que hoy no venga a comer», es una respuesta habitual si se pregunta por él en el centro de atención en el que habita. El mismo protagonista de esta historia reconoce que le gusta salir hasta donde lo lleve su silla y descubrir nuevos lugares para pintar. Es su catarsis. El último cuadro que pintó fue premonitorio. La escena está aún colgada sobre una repisa en su habitación del CAMF. Sobre la tela se puede ver un paisaje de playa en el que una amazona surca la arena desnuda sobre un caballo. Eso sí, la jinete no tiene cara. Sólo una larga cabellera rubia. Y eso que el artista confiesa que le gustan «morenitas, con rasgos indios». Y, tras pensarlo un poco: «Por ejemplo, brasileñas», dispara. Tal vez lograra encontrar a su media naranja al pie de la barra americana, de no pasarse el cruce correcto y meterse de lleno en la autovía. Las obras para enlazar este punto con el acceso al puerto exterior de Ferrol han cambiado la configuración del lugar lo suficiente como para confundirle. Los diez kilómetros que recorrió a mayores en dirección a As Pontes son otro asunto. Una escapada hacia la libertad que se vio frustrada por la policía local. Con razón no hizo más que criticar a los agentes. «Montaron una -dice- pararon el tráfico y todo». Habla como si se supiera autor de una travesura: «Aún eran las ocho» de la tarde. Lo justo para volver al centro a la hora de la cena. Libertad de movimiento «Se portaron muy bien, podía haber provocado un accidente», alegan desde el CAMF, «incluso llamaron a una ambulancia para traerlo». Lo cierto es que los adultos tienen absoluta libertad de movimiento y los días que hace bueno es fácil verlos en sus sillas circulando por los arcenes del entorno. La gente «tiene todavía el cerebro muy cerrado», dice con seriedad José Antonio a la hora de reclamar su sexualidad. De repente, mira hacia abajo y sonríe: «Eso funciona». Pero tampoco frivoliza al respecto. «No quiero que se piense que soy un salido». Cuando encuentre novia, le gustaría tener un hijo. «Me encantan los enanos. Son limpios y puros. Que hoy en día es muy difícil», reflexiona. Después de enseñar sus cuadros, José Antonio vuelve al porche a disfrutar de un día claro. «Ahora me iré a dar una vuelta», dice. Pero al llegar a la planta baja, cinco internos en silla de ruedas bloquean la salida de una señora, también en silla, de uno de los ascensores. «Oh, oh», acierta a decir el pintor. Un celador acude para disolver el alboroto. «Venga, dejad pasar», dice. Y aparta un par de sillas para abrir un carril. Con una destreza espectacular, José Antonio pone al máximo su silla eléctrica y sortea los obstáculos. «Las cosas aquí no son lo que parecen», concluye antes de despedirse.

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