Diario de León

Itaparica o la búsqueda de la felicidad

Salí de España con espíritu de turista aprendiz de viajero, y así la ruta debía discurrir alejada de hoteles y en la medida de lo posible de los lugares donde las agencias tienen contratados sus completísimos paquetes que te permiten conocer to

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Pero a pesar de que mis amigos acostumbrados a contratar esos paquetes me consideraban osado y aventurero, yo sabía que eso no era así, que yo no era más que un turista rebelde que con humildad salía dispuesto a cruzarse en los caminos de los verdaderos viajeros, aquellos que cuando les preguntas que de dónde son, te miran unos instantes pensativos buscando una respuesta. Y el viaje tenía que ser en solitario porque es la mejor forma de no estar solo cuando viajas. Si vas con tu pareja o con amigos corres el riesgo de refugiarte en su compañía y no relacionarte con nadie. Cuando estás solo buscas de forma instintiva el calor de los que te rodean. Y así me he ido encontrando con innumerables jóvenes de incontables países que cuando me preguntan por cuánto tiempo estoy viajando, les tengo que decir con timidez que sólo por 5 meses. Cuando no estás habituado a estos encuentros, sorprende descubrir cómo hay tantísimas personas, da igual mujeres que hombres, que se ponen la mochila al hombro y en solitario emprenden un camino habitualmente de un año que en muchas ocasiones se convierte en indefinido. Y entre esos jóvenes o no tan jóvenes a los que nuestra sociedad del «bienestar» aún no ha podido echarles la soga al cuello, o que se la supieron arrancar a tiempo, te encuentras con esos seres que se han convertido en auténticos viajeros. Como David, un malagueño resalaó profesor de filosofía en la universidad, que quizá tras haberse enfrentado demasiadas veces a la pregunta de cuál es el sentido de la vida, un día aterrizó en México con la intención de cruzarse toda América del Sur. Al llegar a Colombia la cuenta del banco ya estaba vacía y con la ayuda de su guitarra, compañera inseparable, y tras un año y siete meses e inolvidables historias en su curtida mochila, llegó hasta Ushuaia, la ciudad más meridional del mundo. Una vez allí sintió que todavía no era hora de volver y llegó hasta la Bahía, donde lleva casi un año alimentado por su guitarra y su salero. Una noche, cuando ya estaba amaneciendo entre caipirinhas e historias fantásticas, le pregunté cuándo pensaba regresar y con la mirada perdida me dijo, «no sé, todavía no he ido al Amazonas¿». Un lugar en el mundo Y encontré a otros viajeros que tras muchas vueltas encuentran un lugar en el que deciden hacer un punto y aparte y echar algunas raíces. Y de los varios que he conocido, con uno de ellos, Wander, tuve la fortuna de hacer amistad y me permitió hacer una visita por su vida. Un buen amigo de España me dijo «tienes que ir a Itaparica y allí buscas a Wander, le dices que vas de mi parte y te atenderá bien, y cuando vuelvas aquí, me cuentas¿». Cuando te asomas a la seductora bahía desde Salvador, la isla de Itaparica aparece imponente casi a tiro de piedra y su sugerente nombre te invita a no demorar demasido el coger el ferry. Con las indicaciones de mi amigo y sobre todo siguiendo el rastro de la intuición que me iba guiando por los lugares más bonitos, llegué hasta el final de la isla y un lugareño al que pregunté me llevó hasta la casa de Wander. Tras casi 15 años en la isla, Wander ha aprendido de las mujeres de Itaparica a salir temprano a mariscar por sus serenos manglares para regresar a casa con ostras, sundinhos, cangarejos, aratus, siris, sururus¿ los sururus son afrodisíacos, eso también lo aprendió Wander de las mariscadoras que conocen todos los secretos de esas criaturas que son su forma de vida. Los hombres son pescadores tradicionales, salen por las noches y llenan sus redes con camarão, vermellos, robalos, tainhas, arraias, carapebas¿ también Wander aprendió de ellos y sale con su barquita alguna noche para ver si su pequeña red se llena con deliciosos manjares para su mesa. Mesa donde por la mañana le esperan deliciosas frutas como el abacaxi, maracujá, manga, cajá, banana, papaia¿ el singular clima de esta parte del mundo permite que la mayoría se puedan encontrar todo el año, incluso varias de ellas las coge directamente de los árboles su jardín, árboles en los que viven exóticos pájaros que por las mañanas le despiertan con improvisados coros; me contaba que prestando atención había llegado a distinguir más de 10 voces distintas¿ Wander tiene sangre brasileña y española, y así pudo conocer desde chico la vida en los dos países, y con el paso del tiempo se dio cuenta de que su existencia se marchitaba cuando habitaba en las grandes ciudades tanto de España como de Brasil. Y tras un largo tiempo de nómada por muchos lugares del mundo, descubrió un día que había un lugar muy cerquita del bullicio y el descontrol humano de Salvador en el que tomado dirección opuesta a los caminos que siguen los turistas, podía sentir que estaba lejísimos de todo aquello que no encajaba en su forma de entender la vida. Y así se hizo su hueco en la isla y empezó a vivir de esa forma sencilla y natural, libre de ataduras irracionales de por vida a un banco, de esclavas dependencias a un trabajo que te devora un tercio de tu vida, de descabellados atascos diarios dentro de un coche que agotan tu paciencia, de una absurda espiral de consumismo que destroza el planeta y somete a una buena parte de mundo, de una vida incongruente que te lleva un día al médico y te dice que tienes estrés¿ Wander tuvo claro cómo quería que fuera el paisaje de su vida, y eligió romper el guión establecido por nuestra sociedad capitalista. Ha aprendido a vivir trabajando dos o tres meses al año y alquilando un par de habitaciones a los turistas, y le escuchaba fascinado mientras el se emocionaba al contarme la belleza de los paseos en barca por los manglares, los cálidos baños con su pareja en las azules y tranquilas aguas de la preciosa playa que ve desde su ventana cada mañana al despertar, las noches plagadas de estrellas con el arrullo de las olas mientras lee un libro, las entrañables comidas compartidas con sus vecinos amigos disfrutando de los exquisitos alimentos que la generosa naturaleza les regala, mientras intentan buscar soluciones a los problemas que tienen en la isla, que no hay ningún sitio perfecto, claro¿ Y miraba a Wander mientras el me iba hablando, casi susurrándome toda la belleza con la que estaba edificando su vida, y pensaba, «mira, ahí tienes a un hombre feliz». El ferry me devolvió a Salvador entre una fina lluvia que hacía aún más melancólico mi regreso a las calles del Pelourinho con su singular vida que te revitaliza y te consume a la vez, y me fui a echar un rato a mi austero pero acogedor catre, y me puse a pensar en mi regreso tratando de imaginar lo que sentiría al llegar de nuevo a casa. Y me di cuenta de que todavía no había ido al Amazonas. Y también pensé que tampoco había estado en Asia, ni en el África negra, ni en Oceanía, ni¿ y me quedé dormido.

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