Diario de León

«Éramos conscientes de estar haciendo algo nuevo que teníamos que ganarnos»

Josefina Castellví | Dos décadas después de instalar la base Juan Carlos I en la Antártida, una de sus artífices destaca los logros conseguidos para la ciencia española

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|||| Volvería «mañana mismo» a la Antártica, que durante ocho años fue «una segunda residencia». Josefina Castellví (Barcelona, 1935) tiene su nombre labrado en oro en la historia de la ciencia española desde que en 1988 fundara con otros pioneros, biólogos y oceanógrafos como ella del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la primera instalación de España en el continente blanco, la base Juan Carlos I. Fue su jefa durante un lustro. -¿Cómo recuerda aquel primer desembarco en Livingston? -Teníamos un sentimiento de mucha humildad, de encontrarte en una isla desierta, sin posibilidad de ayudas exteriores y con un trabajo enorme que era montar una base. Era un sueño. Lo más grande fue llegar a una isla desierta y a los cuatro meses marcharte dejando una casa establecida. -¿Qué fue lo más duro de aquella empresa pionera? -Hicimos una cosa muy valiente, combinar la labor científica y la tarea logística. La gente va a la Antártida con un equipo logístico y pone unos laboratorios, unas instalaciones, y cuando ya todo funciona van los científicos. Nosotros no nos podíamos permitir ese lujo. -¿Vivieron situaciones peligrosas? -Lo preparábamos todo mucho para que no pasara nada. Ahora la base está muy bien asistida por el «Hespérides» y el «Las Palmas», pero entonces, cuando el barco de apoyo se iba, la única vía de comunicación que teníamos eran unas zodiacs de goma, a merced del hielo, que corta como un cuchillo. -¿Cómo es la convivencia en ese Gran Hermano helado? -Bueno, en Gran Hermano un señor tiene una peritonitis y lo sacan de la casa. Allá estábamos a nuestra suerte. Pero no hubo grandes problemas, quizá porque teníamos muy claro el objetivo. Hacíamos jornadas de 15 ó 16 horas de trabajo porque tus proyectos de investigación tenían que avanzar y que habría días que no podrías salir por el mal tiempo. -Y además iban ustedes marcando presencia española... -Claro. España entró como miembro del Tratado Antártico por haber puesto la base, que teníamos que tener abierta con todos los servicios. La base daba un servicio, el que podía, que solía ser la radio. Y nos integrábamos en los partes meteorológicos, coordinados por Argentina. Cada tres horas, día o noche, pasábamos el parte meteorológico. La responsabilidad era muy grande; teníamos la conciencia de que estábamos haciendo algo nuevo, pero que se tenía que ganar. -¿Qué prioridades se marcaron? -Desde el principio tuvimos dos ideas muy claras. Internacionalizar la base, no hacer una base estrictamente española, cerradita. Cada año hay investigadores alemanes, suecos... igual que nuestros científicos van a otras bases. Y la otra, que el impacto medioambiental de la base fuera el mínimo. -No todas las bases antárticas de otros países hacen lo mismo. -Yo he visitado bases antárticas de todo tipo y las hay que dan vergüenza. En la Antártida la putrefacción no existe, por el frío, y para mucha gente es la excusa para dejarlo todo acumulado, montañas de basura. Y eso al cabo de cinco años ya no hay quien lo deshaga. Nosotros empezamos bien desde el primer día. -¿Volvería? -Claro que volvería, pero hay que poner un límite. La base es muy pequeña y hay lista de espera para investigar. Cuando era jefe de la base dije que no a gente que quería venir a la base, periodistas, pintores, escritores... No, lo siento pero si usted viene me va a quitar un sitio para un científico. Así que no voy a ir yo ahora a quitar el puesto a un científico. Ahora les toca a los jóvenes. -¿Convendría crecer, construir otra base? -La investigación antártica es muy cara, hay que ir con cuidado, dimensionar las cosas. Quizá sería bueno hacer otra en un ecosistema distinto, como la Península Antártica, pero no grande, no tenemos capacidad para ello. Si se hacen grandes bases, para llenarlas te transformas en un hotelero. Algunos países, como Uruguay, hacen grandes bases que se llenan de extranjeros y los investigadores nacionales hacen logística en vez de ciencia.

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