Diario de León

Reportaje | f. ramos / a. caballero

Castillas en el aire

La calle aguantó el frío para ver al monarca, que se contagió del ambiente y sólo se explayó en los actos oficiales, como la medalla de oro de la comunidad que la Junta incluyó en plena vindicación leonesa

Don Juan Carlos saluda a los leoneses, que le recibieron enfervorizados a su llegada al Palacio del

Don Juan Carlos saluda a los leoneses, que le recibieron enfervorizados a su llegada al Palacio del

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León

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Fue por dinero. El pueblo entró en las Cortes de San Isidoro avalado por la moneda que le hacía falta a Alfonso IX. Una saca que le proporcionó asiento entre los que, hasta entonces, tiraban de derechos de pernada, bien por nobleza, bien por mitra. León era otra cosa. Muy distinta. Un reino medieval referente. Un faro. Un dechado histórico que, más de un milenio después, visitó el Rey de España para forjar con su efigie y la de la reina el pin del 1.100 aniversario. Una chapa que aprovechó la Junta para, con los dos millones de euros de mecenazgo empleados en la conmemoración, sumar a Castilla a los fastos gracias a la entrega de la medalla de oro de la comunidad en la Colegiata de San Isidoro. «¿Pero qué hace ese aquí?», se extrañaban los paisanos al ver llegar a Juan Vicente Herrera a la puerta del Palacio del Conde Luna.

Había amanecido la ciudad con chispas blancas. Polillas de la nieve robadas a los cerezos de mayo. En la escalinata del mercado del Conde, los mercaderes se acodaban y los clientes se asomaban al mostrador vacío. «Diles que está cerrado, que a mí la Casa Real ya me ha pasado un cheque de 1.500 euros por las pérdidas», bromeaba Emilio, uno de los veteranos de la plaza, mientras un policía le hacía el resumen a las paisanas que llegaban carro en mano: «Hoy come cada uno en su casa y el Rey en la de todos».

No quiso, pese a la invitación de Inma. Doctorada por «más de 25 años» en la plaza -"«el mejor puesto, a la puerta»-" aguantó con el porrón de vino -"«prieto picudo de Valdevimbre, por supuesto»-" y las raspinas de chorizo -"«picante y casero»-" a que el Borbón picara. Se acercaron el alcalde y el presidente de la Junta, que aguardaban a la puerta del palacio, pero les advirtió de que «primero, el rey». «Dale morcilla de Burgos a este», retó Alejo con el índice en dirección a Herrera. «No, aquí la morcilla es de León», zanjó la vendedora, mientras dos señoras, con la permanente intacta, se entretenían con la peineta que el viento coronaba en la cabeza del dirigente burgalés: «Ese tiene que echar laca más fuerte».

Se demoraban los monarcas y nacían las cábalas. «Seguro que coge, pero la reina no, que es vegetariana, sácale una lechuga», animaba una compañera a Inma, a quien uno de los escoltas invitó a retirar porrón y plato. «Mejor luego, a la salida». Entró el Borbón a palacio con saludo instintivo de mano regia, que no contentó al pueblo.

«Mira el coche, no tiene matrícula para que si le pilla el radar no le llegue la multa», bromeaba la paisanada para rascarse el frío. Por porfiar, volvieron el porrón y el chorizo a la aqueda del monarca con la confianza de que al salir hiciera un guiño. Anhelo en balde. A Juan Carlos I sólo se le escapó un gesto con el dedo, al ser convidado, con el que se disculpó para «luego».

La comitiva de coches blindados cruzó la Ancha camino de la Colegiata, en cuya plaza ondeaban las banderas de León. El emblemático Cheva, al pie del cañón y sin tener que pagar tasa, que la convocatoria era oficial, hacía corrillo, mientras dentro Herrera cumplía con la imposición de la medalla a quien más condecoraciones tiene. El acto protocolario dio paso al emotivo. Juan Carlos I entró en el panteón donde se hunden sus raíces y oró en honor a los reyes de León, después de que el Obispo le ilustrara sobre los frescos de la capilla sixtina del románico y los sepulcros que en el siglo XIX tascaron con los dientes los caballos de los franceses. Debió de escalofriar al monarca la evocación porque al volver a la iglesia notó el cambio de temperatura. «Es que se ha instalado calefacción», le informaron; algo que comprobó al agacharse a tocar el suelo.

A la puerta de la basílica se despidió el rey de los canónigos, encasullados y ajenos al frío para hacer buena la sentencia de González de Lama de que «este clima nuestro sólo es bueno para los canónigos y los caballos». Quedaba una estación. En el Auditorio, dos paisanos echaban la mañana de golitos. «Aquí no hay más que gente de Castilla», rezongaban ante el pase de trajes y corbatas, vestidos de corte y cuellos estirados a los que asomaban empresarios, ex presidentes de la Junta, políticos de todo pelo -"corto, medio y con él en la gatera-", aspirantes a candidatos y candidatos a aspirantes, meritorios de alta alcurnia venidos a menos y atracapaneras de erario público y sillón perpetuo en Cortes.

Los discursos estuvieron cada uno en su papel y León en el de todos. El vestíbulo del Auditorio se convirtió en mentidero, mientras los camareros, bandeja en mano, informaban de la oferta: queso de Valdeón cubierto de crema de remolacha, gazpacho de pimiento rojo, polvorón de cecina... y tinto de Ribera del Duero y verdejo de Rueda, que pagaba la Junta.

Los estómagos agradecieron el condumio, mientras un restringido grupo cruzaba al Parador de San Marcos para participar en la comida presidida por los reyes. Una mesa compartida con el alcalde, la presidenta de la Diputación, el presidente de las Cortes, el presidente de la Junta, el procurador del Común y el presidente del Consejo Consultivo. De primero: patatas viajeras con puerro de Sahagún, mosaico de verduras y chorizo de Geras; de segundo: carne de buey, como el monarca, o filete de lenguado, como la Reina; y de postre: suflé de manzana reineta del Bierzo caramelizada; acompañado con Blanco de Rueda y tinto Denominación de Origen Bierzo P-3 Dominio de Tares (2005), al que Doña Sofía calificó como «excelente».

Fuera, la ciudad se espantaba el cierzo de encima; perezosa, como aquella primavera de 1188, en que se escuchó al pueblo rugir por primera vez en el claustro de San Isidoro. Historia que, 1.100 años después del nacimiento del reino, no vale para ser comunidad, pese a ser histórica. Sería por dinero.

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