Diario de León

«Por el decoro de la República»

Alegato del diputado por León Féliz Gordón Ordás para investigar el maltrato a los presos de la revolución de octubre

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En las cárceles más importantes de Asturias, León y Palencia estuvieron ingresados durante mucho tiempo, y todavía gotea, presos brutalmente machacados a golpes, unos brutalmente por la Guardia Civil durante la detención, otros dentro de los cuarteles de dicho instituto o de los Guardias de Asalto y bastantes en las comisarías de inspección de vigilancia.

Muchos de ellos, hasta de los no maltratados han tenido que firmar declaraciones que desconocen, las cuales se les presentaron redactadas de antemano sin que se les permitiesen ni leerlas: por pretenderlo algunos recibieron palizas suplementarias.

Tengo un caso documentadísimo: el de José María Suárez Valdegrande, que más adelante recibiré minuciosamente, demostrativo de la invención de declaraciones. Vale ese caso práctico por todas las negativas que se pretende oponerme. En Nieves, en Turón, en Sama, en San Martín del Rey Aurelio, en Trubia, en Pola de Lena, en Laciana, en Sabero, en Pola de Gordón, en Santa Lucía, en Bembibre, en Matarrosa, en Veneros, en Guardo, en Barruelo de Santullán, en Aguilar de Campoo y en otros lugares de las provincias de Asturias, León y Palencia se ha golpeado inhumanamente a los detenidos para arrancarles declaraciones o por el sádico goce de atormentarlos.

Para algunos de estos no ha habido ni siquiera un remanso de paz en las cárceles. Dentro de ellas, al menos dentro de las de Oviedo y Astorga, han seguido sintiendo el contacto del vergajo. Más aún. No sé respeta ya ni el recinto de la cárcel. Un ejemplo: Teófilo Rodríguez, presidente de la Juventud Socialista de Santa Lucía, León, después de estar preso en la cárcel de dicha capital fue extraido de ella el día 7 de noviembre a las 8 de la noche, llevado en un automóvil al cuartel de la Guardia Civil de Santa Lucía apaleado allí a conciencia y devuelto a la cárcel de León la misma noche a las doce. Y han sido siempre, o casi siempre, los simples obreros de la masa -no conozco más casos de intelectuales martirizados que el de Don Javier Bueno, que contaré más adelante, y el maestro de Sabero de León, don Baudilio Riesco, a quien dejaron medio muerto a palos- los que han tenido que soportar tamaño ultraje a su dignidad ciudadana. En ningún código actual está escrita la pena de apaleamiento. Jamás había figurado como medida preventiva contra supuestos delincuentes. Pero la realidad nos dice que después de los últimos sucesos revolucionarios se ha aplicado con una extensión y una intensidad que han de alarmar agudamente a toda conciencia democrática.

Los casos que en apoyo de mis afirmaciones ofrezco a S. E. a continuación lo prueban superabundantemente. Y a este desbordamiento de las pasiones más torpes la República tiene la obligación ineludible de ponerle un pronto y eficaz remedio. Va en ello algo más estimable que su propia existencia: su decoro.

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