Diario de León
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Cruzar las puertas de la Moncloa como su inquilino y no como un simple visitante. Ese ha sido el anhelo de Albert Rivera (Barcelona, 1979), que hace trece años abandonó un despacho de La Caixa y se sumergió de lleno en la vorágine de la política. El catalán ha cambiado mucho durante todo este tiempo y ya no es aquel jovencito que llegó a desnudarse en un cartel electoral para seducir a los votantes.

Este hijo de barcelonés y malagueña, ejemplo del mestizaje para una Cataluña en España que ha defendido desde la primera línea, se dejó la piel en convertir a Ciutadans en el principal partido de la oposición constitucionalista después de seis años iniciales de fracasos y crisis. Solo entonces dio el salto a la arena nacional. Se presentó como un líder que regeneraría la democracia, que combatiría la corrupción de la vieja política como alternativa modernizada al cambio que proponía Podemos. Pero los resultados electorales de 2015 y 2016 quedaron muy lejos de sus expectativas y dejaron al autodefinido partido liberal como tercera opción, lo que le llevó a pactar investiduras tanto con el PSOE como con el PP. Ahora, Cs eligió gobernar con Pablo Casado mirando muy de reojo a Vox. Sin embargo, esa posibilidad de un Gobierno de derechas no es factible tras el resultado electoral. Al revés, una de las opciones de gobierno que sale de los escaños es una hipotética alianza entre PSOE y Ciudadanos. Lo que sí ha conseguido Ciudadanos es ser la alternativa moderada del centro derecha. A Rivera le queda una difícil decisión: influir en el Gobierno o mantenerse en la oposición.

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