Diario de León

«Vengo a ver si he cobrado»

La indefinición de los casi 21.000 afectados por los Ertes y los ceses de negocio, que no saben cuándo recibirán la parte del subsidio y algunos ni siquiera cuánto, marca el confinamiento

Fidel Moral, ayer. FERNANDO OTERO

Fidel Moral, ayer. FERNANDO OTERO

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León

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La puerta está cerrada. El hombre se acerca y, tras tantearla sin lograr que se abra, toca con los nudillos, pone la mano a modo de visera e intenta afinar la vista para mirar dentro. La empleada del banco se acerca y pregunta qué necesita. Las operaciones se limitan a lo esencial y no se permite que entre nadie salvo que sea imprescindible. El cliente duda. «Vengo a ver si he cobrado», concede al final, mientras enumera el código de su cuenta. No ha habido suerte. «Mucha gente no ha cobrado, ni sabe cuándo va a cobrar, pero tienen que comer y tienen familias», lamenta la profesional bancaria.

La consulta, alimentada por los casi 21.000 afectados por Erte en las más de 6.000 empresas que lo han solicitado en León, puebla estos días las colas bancarias. Los implicados están «a ver qué pasa», como le sucede a Daniel Giganto, jefe del departamento de sala del restaurante LAV. Viene de «ver si hay correo», aunque ya sabe que su sector será «el último en abrir». «Va a haber un tiempo muy complicado porque la gente tiene pánico y, cuando se vuelva, será difícil todo el tema de la distancia entre mesas. », aventura el encargado de uno de los establecimientos de primer nivel de la ciudad, quien se mantiene «a expensas de ver cómo funciona esto». «Primero decían que el día 10 de abril, luego que el día 1 de mayo... Hay una gran incertidumbre por la falta de información parte del Gobierno. Yo soy jefe de equipo y tengo a siete personas a mi cargo, que me requieren a mí a la vez información sobre qué es lo que va pasar y, de momento, no sabemos muy bien decirles el qué», explica en mitad de la plaza de Santo Domingo. El mensaje, pese a todo, no es pesimista. «Yo confío en que saldremos adelante. España sin hostelería no es España», remarca.

Sin hostelería, quien quiere un café tiene que optar por uno de los pocos sitios que los ponen para llevar. Con cuatro vasos, armados sobre una bandeja de cartón, viene María del Mar de Lomas por Alfonso V. Su negocio, la ferretería industrial «Hijo de Luis G. Moratiel», ha vuelto a abrir esta semana, aunque la pasada atendieron «por teléfono porque quedaba algún pedido de urgencia», dado que trabajan con «farmacéuticas» a las que suministran «material de protección». Las «existencias» de los equipos familiarizados ya como «Epis» andan «muy justas», reconoce la apoderada de la empresa, quien reseña que «los pedidos están hechos, pero a ver cuándo llegan». A la espera, en la empresa continúan con la venta de «herramientas para empresas como Soltra, Antibióticos o fábricas de aceros inoxidables», aunque «se supone que va a bajar más» y cuentan «con nueve trabajadores». «Ya estamos mirando para hacer un Erte», sentencia.

No entra por el momento Manuela Rocío, que avanza por la acera de Ordoño II con el carrito lleno. Va «una vez a la semana a hacerle la compra» a la persona en cuya casa trabajaba y que ahora, «como sufre del corazón y es colectivo de riesgo», ha decidido que la asista desde fuera. Le manda «la lista de lo que necesita por whatsapp» y ella, después de completar el encargo, le deja «el carrito cargado», pica «al timbre» y se va. «Él lo coge, lo mete en casa en otro carrito que tiene y lo desinfecta todo. Ni nos vemos porque hay que cuidarse», detalla la asistenta del hogar, quien además se lleva «la ropa para planchar». Su trabajo se limita a estas labores, que suma a la atención a «otra casa» en la que tampoco entra «por precaución» para el dueño. En total, trabajaba cinco horas, que ahora sustituye por estas encomiendas, y «este mes pasado» le han «pagado igual en las dos casas». «A ver cuándo termina esto», lanza camino del supermercado.

Por detrás aparece Petre Udrea. Sale de la caseta improvisada entre chapas con la que se protege la obra de adecuación del aparcamiento subterráneo de Ordoño II. Trae, junto a otro compañero, un cristal que arrojan al contenedor de escombros que hay en la calle. Desde su vuelta a la actividad el lunes, hacen «una jornada intensiva: desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde». «El que trae el bocadillo se lo come en cinco minutos y ya está», reseña, antes de describir que viene «andando desde la zona de El Corte Inglés».»Si fuera en Madrid no me atrevería, no bajaría metro, ni en autobús ni nada. Hay que tener cuidado», expone a la vez que se ajusta la mascarilla por debajo de las gafas de protección para unirse al resto de la cuadrilla.

Los observa desde dentro de la portería Fidel Moral. El portero del número 26 de Ordoño II admite que a en su edificio «no hay mucho movimiento», menos aún cuando están «cerradas las oficinas» de seguros, una clínica dental y otros servicios que se intercalan sobre todo en las primeras plantas. «Igual se pasa el día y no veo más que a una sola persona que sale a por el pan», comenta, aunque incide en que mantiene su jornada laboral porque «la calefacción y el agua caliente son de carbono y hay que atizar, no vale dar un botón». «Que dios reparta suerte porque a ver quién levanta esto», se despide debajo del alero de la casa mientras fuera arrecia la lluvia.

A quien le pilla es a Eugenia Labarga. Está «estudiando» y «a su vez trabajaba como temporal y por horas en una academia dando clases de inglés». Ni siquiera tiene el consuelo del Erte. La despidieron «en los primeros días» y no sabe si podrá recuperar el empleo «cuando esto acabe». Se ha tenido que «dar de alta en el paro», pero en el «Sepe» no le ha dicho «ni cuánto, ni cómo, ni de qué manera» le van a pagar. «El Gobierno anunció que los que se quedaban como yo tendrían una prestación. Lo único que me dijeron cuando fui es: ya le calculamos. Pero no sé ni cuánto voy a cobrar hasta que no lo vea en el banco», relata.

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