Diario de León

Vidas ejemplares

Sesenta y dos años menos dos horas

Una pareja de ancianos de 86 y 88 años de Sueros de Cepeda fallece con un margen de apenas un par de horas en la residencia de Mensajeros de la Paz tras una larga vida juntos

León

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Las horas no se cuentan en años. Los años se suman en días. A la historia de Antonio el Maragato y Sagrario la de Manuel le sobraron dos horas, después de 62 años. Las dos horas las separan dos llamadas de teléfono: la primera, alrededor de las cinco y media de la tarde; la segunda, antes de las ocho. Dos avisos en el móvil tras una semana que empezó tres días antes, cuando nadie atendía el sonido desbordado del 987 65 61 71. Al final, hubo una voz al otro lado: un sonido que informaba de que estaban bien. Tres días después, el interlocutor advertía de que «andaban regular, sobre todo el yayo, que tenía tos». Nada más. Hasta que el domingo 29 de marzo llegó el primer aviso: Sagrario, dijeron, y no fue necesario escuchar más. Luego, el segundo: Antonio... En dos horas, el matrimonio se fue en silencio en la residencia de Mensajeros de la Paz de La Bañeza, mientras su familia sujetaba el auricular a 300 kilómetros de distancia, sin poder moverse de sus casas.

Pero la historia tiene mucho que contar antes de llegar al final. El relato presenta a Antonio Carrera de la Mata, nacido dentro de una familia numerosa el 19 de marzo de 1934 en San Martín del Agostedo, en los montes que hacen falda al dominio inmenso del Teleno, donde se forjan hombres a los que con apenas diez años les cita la tierra a mirar por las noches a los ojos a los lobos para que no mengüe el rebaño. La prueba la superó antes de que la senda de los arrieros que une La Coruña con el kilómetro cero de España convirtiera al zagal en pescadero. A los 15 años, a Antonio le bautizaron el Maragato en un puesto del barrio madrileño de Méndez Álvaro. En esa tienda aprendió el oficio de ayudante a fuerza de limpiar sardinas y llevar pedidos.

Desde la distancia

En apenas una semana pasaron de informarles de que estaban bien a que tenían tos y murieron

El rastro de las escamas en los dedos se le iba en los veranos en Sueros de Cepeda. Allí se casó su hermana Ana. En esa boda conoció a la vecina, Sagrario Suárez Machado, nacida en el pueblo el 1 de octubre de 1932: una joven guapa, fina y elegante que había adelantado a la vida a los seis años, cuando murió su madre y quedó al cargo de la casa junto a su hermana mayor, Valeriana, mientras su padre Manuel retaba a la tierra para sacarle un jornal a la posguerra. Desde aquel 1950 Antonio no faltó a la cita. Ocho años después, en 1958, formalizaron el noviazgo, se casaron y asentaron el domicilio en casa del suegro.

El retorno sólo fue temporal. Aunque el tiempo le llevó a Antonio diez años de trabajo en el campo, con una pequeña cuadra que uncía vacas, caballos y algún cerdo para que no se perdiera la unidad de medida de subsistencia. En esa etapa, el matrimonio tuvo tres hijos: María Delia, Antonio y Manuel: una familia de cinco personas que en 1968 miró a Madrid.

Sin despedirse

Las cenizas aguardan en el tanatorio de Ponferrada a que la familia pueda trasladarse desde Madrid

El oficio le dio a Antonio de nuevo trabajo como pescadero en el mercado de La Cebada: una plaza emblemática de La Latina. No se quedó mucho. En unos meses, tras ahorrar unas perras se montó por su cuenta en el barrio de La Fortuna de Leganés: un negocio al que, conforme crecían, se alistaron los tres hijos para aupar la enseña maragata hasta que bajaron la trapa de la jubilación en 2004.

La pausa les concedió a Antonio y a Sagrario espacio para fijarse de continuo en Sueros de Cepeda. Compraron una casa y la arreglaron para afianzar el feudo de una familia que se había ensanchado con cinco nietos: David, Noemí, Víctor, Luna e Iván, a los que se sumaría después una generación más con el nacimiento de Paula. Todos descendientes nacidos en Madrid a los que inculcaron que su raíz les convierte en leoneses. Todos miembros de un árbol genealógico en el que grabaron los valores del trabajo, el esfuerzo y la justicia: tres cualidades para que supieran de dónde vienen, como recuerda Iván, cuando mira la hora en el reloj que le regaló su abuelo, al licenciarse en Derecho, con el orgullo de que hubiera escogido una profesión para «ser honrado».

La residencia permanente les escribió un papel sin interrupciones en la vida del pueblo. Antonio aró un huertín a la vera del Tuerto, donde los árboles tejen la pérgola con la que tirar unas varadas al río desde la sombra. En esa terraza armó una caseta para los aperos pintada de rojiblanco, los colores del equipo al que se enganchó cuando aún era el Atlético de Aviación. Plantó tomates, patatas, pimientos, lechugas, repollos, calabacines... Censó media docena de gallinas y se dispuso a ver pasar la vida con la tranquilidad que da acompasarse al ritmo que imponen las cosechas en el calendario.

Una imagen antigua de la pareja. DL

Sagrario se incorporó de forma activa a su segunda etapa de vida en el pueblo, donde medio centenar de vecinos han montado un vídeo en el que animan a la familia con el mensaje de que están «aislados, pero no solos». Se encargó de la iglesia y se alistó en el grupo de asiduas del centro cultural, en el que lo mismo jugaban a las cartas que hacían teatro, formaban una biblioteca o se apuntaban a los viajes para los mayores. La rutina no perdonaba los largos paseos diarios con Antonio dentro de una vida de pareja en la que «pasaban muchos ratos hablando, siempre con respeto y admiración mutua, como amigos, como hermanos», según recuerdan sus nietos «a los yayos».

Con esa misma hermandad, después de que Sagrario se quedara en silla de ruedas, decidieron que ya no podían permanecer solos en Sueros de la Cepeda. Hace apenas dos años, pidieron plaza en la residencia de Mensajeros de la Paz de la Bañeza. Les dieron una habitación para los dos y se integraron en la vida del centro, donde han muerto más de 72 internos desde finales de febrero. Estaban contentos. Los diez días finales ya no cogían el teléfono móvil particular. Lo último que sabe su familia es que las dos urnas con las cenizas les esperan en el tanatorio de Ponferrada para cuando puedan salir de Madrid. En verano quieren homenajear las vidas que unieron a Antonio y Sagrario durante 62 años menos dos horas. No son distancia cuando se llega tan lejos.

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