Diario de León

El envío de tropas separa al Gobierno y al pueblo polaco

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Enrique Müller - BERLÍN.
León

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La misión que aprobó el presidente de Polonia, Aleksander Kwanieswski, antes de que estallara la guerra en el Golfo Pérsico era tan delicada que ni siquiera fue sometida al Parlamento para su aprobación. El mandatario, para evitar problemas con la población y con el polaco más ilustre del país, el papa Juan Pablo II, tuvo, sin embargo, la idea de justificar el envío de doscientos miembros de la unidad especial del ejército, GROM, a Irak como una fuerza de apoyo logístico. La decisión de combatir al lado de los marines estadounidenses fue una clara apuesta política para demostrar la solidaridad del Ejecutivo polaco con Washington, después de darles la espalda a París y Berlín durante la batalla diplomática que precedió a la invasión bélica. Y esta apuesta no es gratuita. El Gobierno no esconde su interés de que el Pentágono se decida por Polonia para instalar las bases militares que desea sacar de Alemania, y cree que la Administración Bush incluirá a firmas nacionales en la tarea de reconstruir Irak tras la caída de Sadam Huseín. Pero la heroica misión de los soldados polacos que luchan, codo a codo, con las fuerzas anglo-americanas encontró un enemigo interior inesperado: la Iglesia y el Papa, considerado por una abrumadora mayoría de polacos como la máxima autoridad moral del país. Desde que estalló el conflicto, la Iglesia repite sin cesar el mensaje del Vaticano, que condenó la intervención militar aun antes de que se llevara a a efecto.

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