Caen las estatuas

En una final de régimen siempre aparecen los saqueadores y los iconoclastas. Las imágenes del derribo de la gran estatua de Sadam Husein en la plaza al-Fardus se parecen mucho, plano a plano, a las que registraron las cámaras aquel invierno de 1979 cayó el Sha de Irán, obra del escultor español Juan de Avalos. Los símbolos de piedra o de bronce caen para hacerse añicos. Los iconoclastas de Bagdad van a tener trabajo en los próximos días. El dictador trata de perpetuarse en esa interminable serie de estatuas y retratos, pero nadie puede detener una idea cuya hora ha llegado. El pillaje por un lado, en medio del desorden y el derribo de estatuas por otro. Sadam Husein habló de esos 500 años en los que sería recordado. En seis días de batalla por Bagdad lo ha perdido todo. Quedan otros días, quizá otras resistencias, y queda, sobre todo, el destino de Sadam, sus dos hijos y los cabecillas de un régimen denostado por su crueldad. La caza de Sadam está en marcha desde que se disparó el primer misil de crucero. No quieren los EE.UU. que el ex dictador se les escape como Osama bin Laden. ¿Dónde está? ¿Qué es lo que había previsto para un momento como este?. ¿Le quedará alguna ruta de escape, un lugar en el que ocultarse?. Lo que está claro es que los marines y la CIA van a rastrillar el país para dar con el beduino de Tikrit. O aparece muerto o le esperan los tribunales de desbaazización, que van a tratar de hacer limpieza del pasado para empezar de cero, lo mismo que los tribunales de desnazificación después de la guerra en Alemania. Pero queda, sobre todo, ganar la paz. Dijo el primer ministro vietnamita Fan Van Dong que ganar la paz era más difícil que ganar la guerra. Así ocurre en casi todos los escenarios, desde los Balcanes hasta Afganistán.