Diario de León

«Las sanciones a Irak deben ser levantadas cuanto antes»Dominique de Villepin (ministro de Exteriores francés)

Con el palacio a cuestas

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No se sabe qué ha hecho más daño a la hacienda de Sadam, si los bombardeos o la ira de la población, orquestada en latrocinio sistemático, de esos que arrancan grifos, interruptores de la luz, molduras de escayola o alicatado sanitario. Porque con todo lo que no pudieron las bombas, arrasaron ayer decenas de bagdadíes, que en cosa de poco más de dos horas, y en masa, saquearon el principal palacio presidencial, el denominado Palacio de Huéspedes, así como el vecino Museo del Triunfo del Líder, vulgo museo Sadam Huseín. Fue visto y no visto. De repente, una vez que se restableció el tráfico en Kardat Maryam y otros barrios adyacentes tras el peinado de los marines, decenas de ciudadanos acudieron en furgonetas y camiones a saquear el palacio. No era tanto el botín como el símbolo: la masa de desheredados descontentos o simplemente hastiados arrambló con todo cuanto pudo, desde gigantescas arañas de cristal de Bohemia a losetas de mármol de Carrara, muebles de estilo inidentificable, pero en cualquier caso hortera; sanitarios -incluido algún que otro bidé decorado con cenefas de flores-, espejos, teteras o tapetitos. No quedó nada. La voracidad de la población se consumió en dos horas, como un fuego avivado por la inquina. Y todo ello libre e impunemente. Eso sí, los saqueadores saludaban cortesmente a los extranjeros, hacían explícitos gestos sobre el merecido fin de Sadam -el más común, el degüello- o regalaban un bolígrafo de color verde, así como ramilletes de rosas del jardín. El palacio presidencial, el mayor de todos cuantos disponía Sadam en Bagdad, quedó reducido a una carcasa. «El castillo de Sadam», como reza un bajorrelieve situado a la entrada del edificio, era un delirio megalómano que ayer recibió su merecido: como un desfile de hormigas, cientos de varones -las mujeres esperaban en los coches, con la prole- se arremangaron para portear, vencidos por el peso, los saldos que había perdonado la guerra. El cercano Museo Sadam Huseín sufrió parecido envite una hora más tarde. A la hora de la sobremesa, sólo un grupo de rezagados astillaba para el desguace los últimos restos del culto a la personalidad del presidente. Ni una sola de las ocho salas que albergaban las piezas de mecano sobre las que sustentó la construcción de su liderazgo sobrevivió al saqueo. Sólo unos pocos cuadros -fantasías oníricas surrealistas, a mayor gloria, obviamente, de Sadam-; mensajes y dibujos de escolares dedicados al presidente y horripilantes flores de plástico sobrevivieron al pillaje. En ninguno de los dos sitios se percibía la presencia de agentes del orden, dado que la policía hace días que hizo dejación de responsabilidades y que los ''marines'' no están para menesteres de orden público. Es más, ayer se produjo una manifestación espontánea de varias decenas de bagdadíes ante la sede de las tropas americanas, en el Hotel Palestina, en demanda del restablecimiento de los servicios de luz y agua y un cuerpo de policía. Pero la ausencia de vigilancia resultaba este sábado especialmente sangrante en el Museo de Irak, o Museo Arqueológico, un preciado patrimonio de la humanidad amenazado por la impunidad reinante. Aunque el establecimiento había guardado casi todas las piezas en cámaras, en el sótano, semanas antes de la guerra, el saqueo de sus oficinas y los huecos tipo butrón instrumentados en un tragaluz o los conductos del aire acondicionado no presagiaban nada bueno. Por lo demás, buena parte de la mitad occidental del Tigris mostraban las huellas frescas de la última batalla, el viernes. Cerrados hasta la mañana de ayer, los barrios de Mansur, Yarmuk y Kindi, así como el puente de Al Jumhuriya, junto al Ministerio de Exteriores, exhibían decenas de vehículos calcinados, miles de casquillos de bala esparcidos por los cruces e intersecciones y barricadas aún humeantes.

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