Diario de León

Despertar amargo junto a Atocha

YO ESTABA allí. A menos de 500 metros. Entre sueños aún escuché un ruido seco que asocié casi automáticamente a la caida de uno de esos contenedores para escombros tan habituales en una ciudad permanentemente en obras como Madrid. <

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León

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Pero no, poco después comenzaron a sonar sirenas de ambulancias, de bomberos y de policía. Era temprano, pero ya oía la tele. Algo no iba bien. En el salón toda la familia se abarrotó frente al televisor y yo pregunto con la mirada. «Ha sido aquí al lado», es lo que obtengo como respuesta. Las imágenes de la estación de Atocha, cercana al domicilio donde estoy, esbozan una catástrofe cuyas dimensiones están aún por definir. Tras intentar, que no conseguir, asumir los hechos, hay que continuar con el viaje de regreso a Picos y planificamos la salida bordeando el centro de la ciudad para sortear atascos y no entorpecer el ir y venir de los servicios de urgencia. Todo el mundo camina por la calle con caras largas, muchos de ellos con un transistor pegado a la oreja. Sin problemas, salimos a la carretera de La Coruña y continuamos un viaje en el que las cifras de víctimas se suceden en las emisoras más deprisa que los kilómetros recorridos. Varios controles de la Guardia Civil, donde los agentes no empuñan linternas sino escopetas, escenifican en silencio el dispositivo policial. Todo el mundo colabora. Entre noticia y noticia al volante, por fin consigo noticias de mi prima Eva, usuaria habitual de estos trenes para ir a trabajar al hospital. Subió el tren anterior al del atentado y está  trabajando sin respiro para atender a los que no tuvieron tanta suerte. Ella estaba diez minutos antes en un tren igual en el mismo sitio...

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