Diario de León
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M. Iglesias - santiago de compostela
León

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Cincuenta años de actividad pública le contemplan y no se puede entender la historia de finales del siglo pasado y principios del XXI sin conocer la figura y la trayectoria política de Manuel Fraga Iribarne. Ha sido protagonista en dos regímenes políticos; ministro de Gobernación e Información y Turismo en varios gobiernos franquistas; embajador de la dictadura en Londres; fundador del partido político Alianza Popular con la llegada la democracia y líder de varias formaciones decisivas en la Transición; participó como ponente en la elaboración de la Constitución y ha sido presidente autonómico durante 16 años. Su carrera política se completa con un destacado expediente académico. Tras superar con brillantez la licenciatura de Derecho y Ciencias Políticas y Económicas, fue catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional, puesto del que se jubiló hace algunos años. Sin embargo, se resiste a dejar atrás su carrera política de la que no quiere retirarse. Cuando el PP pensaba que su histórico fundador daría paso a su sucesor de cara a los nuevos comicios, sorprendió a todos cuando, en pleno mes de agosto, anunció su decisión de volver a ser candidato a la Xunta de Galicia. Inesperadamente, adelantó la convocatoria electoral del otoño al verano y logró el cierre de filas necesitaba su partido, profundamente dividido por las expectativas sucesorias. Fraga Iribarne estrenó el periodo electoral con una advertencia de que iría a por todas -«ni tengo arrugas ni me arrugo»- y forzó la máquina hasta límites insospechados, con una campaña como cualquier otra, en su más puro estilo populista, de paseos incesantes, ambiciosas correrías por caminos y carreteras acumulando kilómetros, sin renunciar a nada. Tanto él como su partido presentaron este convocatoria como «la última oportunidad» para su líder. A finales de los 80, el PP envió a su presidente fundador a Galicia, como retiro de lujo y punto final de su dilatada trayectoria política. Ganó las elecciones de 1989 y echó de la Xunta a socialistas y galleguistas-centristas que compartían el poder gracias a una moción de censura. En su segunda convocatoria -que volvió a ganar por mayoría absoluta- empezó a hablar de decir adiós a la política y vaticinó la proximidad del final de su carrera. Apenas unos meses más tarde, anunciaba, con la misma energía que se presentaría a la reelección. Muchos años después, sigue en la brecha y en esta campaña luchó sin tregua por volver a sentarse en el sillón de la presidencia de la Xunta. «Seguiré aunque sea arrastrándome», dijo hace algunos años y así fue. En los últimos meses, su naturaleza de pedernal empezó a resentirse, flaqueó en público y se desmayó en pleno debate sobre el estado de la autonomía. Dicen que el cerebro le funciona a mucha mayor velocidad que su boca, de ahí que su discurso resulte, en ocasiones, ininteligible, característica que se ha visto agravada con la edad. Es un obseso del cumplimiento del deber, de los madrugones -desde hace 16 años, es el primero en llegar a las instalaciones de la Xunta en San Caetano, a las ocho de la mañana- y un trabajador incansable.

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