Diario de León

| Crónica | Aroma a tongo y otras polémicas |

«¡Gritos pelaos no, por favor!»

Las llamadas de Marín a Rajoy para que concluya su discurso provocaron el enfado del líder del PP en un debate que discurría sin incidentes ante el pacto de no discutir de ETA

Los periodistas siguen el debate sobre el estado de la nación

Los periodistas siguen el debate sobre el estado de la nación

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Gonzalo Bareño Enrique Clemente - redacción | madrid
León

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Hacía tiempo que no se veía a Mariano Rajoy tan enfadado. El líder de la oposición, famoso por su capacidad de encajarlo todo sin mover un músculo, no pudo ocultar su ira. «He terminado», le dijo abruptamente al presidente del Congreso, Manuel Marín, cuando éste le invitó a ir concluyendo. Pero, paradójicamente, el enfado sirvió de acicate al líder de la oposición, que tuvo en la breve e improvisada dúplica posterior sus momentos mas inspirados en un tarde que, según admiten sus propios correligionarios, no fue la mejor que ha tenido en su brillante trayectoria parlamentaria. Enfrente tuvo Rajoy a un Zapatero que ha dejado ya la espontaneidad propia del debutante para aplicar el manual que hicieran célebre Felipe González y José María Aznar: discurso plúmbeo, estadístico y funcionarial por la mañana y fino ejercicio de desguace del adversario por la tarde. Zapatero no es todavía un killer parlamentario pero está claramente en el camino de serlo. Y eso que el presidente comienza a evidenciar signos del deterioro físico que provoca el poder. Sí. Zapatero ha perdido pelo. Sus entradas son galopantes y su delgadez extrema. Nada extraño para alguien que desayuna cada día con un menú como la tregua de ETA, la definición del Estado, el cambio de aliados parlamentarios o los sustos que le dan Maragall y Carod Rovira. Claro que para delgado, el ministro Rubalcaba, que viste ya trajes dos tallas más grandes que la suya. Se equivocaron quienes pronosticaron un debate plácido. Cierto que en algunos momentos hubo aroma a tongo. Zapatero dedicó apenas un párrafo, al final de su discurso, a hablar sobre el terrorismo. Rajoy le dedicó seis, al principio de su intervención, y no se supo más del proceso de paz. Era obvio que había un pacto de no agresión. Pero si el debate sobre ETA fue excluido y el del Estatuto catalán rebajado respecto a las agrias polémicas anteriores, dos cuestiones entraron con fuerza en la agenda política. La inseguridad ciudadana y la inmigración sirvieron a Zapatero y Rajoy para hacer guantes y tuvieron el efecto de bajar el debate a pie de calle. Es obvio que al ciudadano le llega más que le digan qué se va a hacer con las bandas de delincuentes internacionales que desvali-jan sus pisos que le mareen con que si España es «una e indivisible», una «nación de naciones» o una «agrupación de realidades nacionales». Con todo, Zapatero y Rajoy tuvieron tiempo para rivalizar en cursilería sobre lo que para ellos significa su país. El líder del PP engarzó en su correoso discurso unos extemporáneos párrafos líricos en los que destacaba la definición de España como un «enjambre laborioso», mientras para Zapatero España es «el resultado de los éxitos, de los esfuerzos, de los fracasos, de las diferencias, de las confrontaciones». El debate estaba en esa línea, entre pastoril y estadísitica, con un abuso de cifras por parte del presidente, pero se envenenó por el reparto de tiempos. Los más revoltosos del Partido Popular, con Pujalte y Aragonés a la cabeza, intentaron reventar el discurso de Zapatero. Y, claro, se ganaron la reprimenda de Marín. «Las aclamaciones las entiendo, pero los gritos pelados no, lo siento», les advirtió con fina ironía. Zaplana tuvo entonces su minuto de gloria. Se quejó de las «monsergas» de Marín y le acusó de birlar tiempo a su jefe de filas. El presidente del Congreso, que estaba de frases, sintió la necesidad de decirle a Rajoy que «ahora está en la oposición, lamento decírselo». Y es que al líder del PP todo el mundo se empeñaba ayer en recor-darle cosas obvias, y Zapatero insistió una y otra vez en su militancia en la extinta AP.

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