Diario de León

Se cumplen dos décadas de la demolición de siete de los nueve pueblos afectados por el pantano más grande de León

Un valle desgarrado por el agua

Los vecinos del nuevo Riaño quieren superar el trauma y salir a flote con el turismo

Las fotografías de Miguel Carracedo son ya patrimonio de Riaño

Las fotografías de Miguel Carracedo son ya patrimonio de Riaño

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A. Gaitero - riaño
León

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El Ayuntamiento de Riaño es uno de esos edificios, llamados de usos múltiples, ciertamente laberínticos. Acoge las oficinas municipales, Correos, el consultorio médico, el centro de acción social, la oficina veterinaria y un telecentro con la biblioteca, recién abiertos, además de los despachos de la Mancomunidad y otros servicios. Hace veinte años era, con el cuartel de la Guardia Civil, el único inmueble que se levantaba sobre el Valcayo. Entre el siete y el 24 de julio de 1987 fue testigo mudo de la destrucción de un valle poblado desde dos mil años atrás, como atestiguan las abundantes estelas vadinienses. Siete de los nueve pueblos afectados por el pantano quedaron reducidos a cascotes. Donde no llegó la piqueta de las palas, fue la dinamita la que reventó las iglesias. «Parecían imágenes de guerra. Fue terrible», comenta, con pocas ganas de recordar, Jesús Álvarez, uno de los «tejadistas» que libraron la batalla final por la supervivencia de Riaño. Fue inútil. Sólo hicieron falta diecisiete días para arrasar siete pueblos con siglos de historia: Riaño, Anciles, Éscaro y La Puerta; Huelde, Salio y Pedrosa del Rey. Burón y Vegacerneja fueron parcialmente indultados por la obra hidráulica más gigante que se ha hecho en León: las aguas del Esla iban a anegar las 2.230 hectáreas del valle para poder almacenar hasta 664 hectómetros de agua. La amenaza de la destrucción planeó sobre el valle durante veintiún largos años. Las obras de la presa fueron lentas: estaban previstas para cuatro años y se prolongaron diez. Entre los 400 obreros que trabajaron para levantar el muro de 101 metros de altura, once cubiertos ahora por el agua, hubo algunos vecinos, como Ricardo Tejerina, de Huelde, el primer pueblo demolido por completo. La última casa cayó el 18 de julio. Ahora regenta un asador y es concejal de Riaño. Ricardo pasa muchas tardes sentado en una peña y contemplando las aguas. «Allí debajo están todos mis antepasados enterrados», señala con tristeza. Allí abajo descansa también Simón Pardo, el vecino que se quitó la vida de un tiro el 11 de julio, mientras se derribaban las casas. La lucha por un «Riaño vivo» se intensificó entre 1984 y 1987, cuando el gobierno socialista de Felipe González tomó la decisión de cerrar la obra de época franquista. El valle se convirtió en un símbolo para el movimiento ecologista y fueron los hijos e hijas de los expropiados los que más resistencia opusieron al cierre de la presa. «El PSOE paralizó proyectos más importantes que Riaño», reprocha Porfirio Díez, alcalde de Burón y presidente de la Mancomunidad de Municipios. El influyente Rodolfo Martín Villa visitó la comarca en 1978 y se marchó con el encargo de agilizar las indemnizaciones pendientes y la promesa de convertir al nuevo Riaño en la capital de la comarca. «Fuimos un poco inconscientes porque llegamos a creer que no iba a pasar nada», reconoce el alcalde, José Alonso, también del PP. En aquel entonces trabajaba como funcionario del Mopu en Sahagún, la zona que más combatió por el pantano. «Imagina lo que oía por allí».

Anegado de pena

Antes que por el agua, el valle quedó anegado por el dolor y la pena. Por entre los escombros deambularon hasta diciembre del 87 -la presa fue sellada definitivamente el día de Nochevieja- los últimos pobladores, los que se resistían a creer, y aún no lo creen, que el pantano nunca existiría. Hubo quien, como Marisa, se quedaron. Primero en el monte, en una chabola-casa que levantó con sus propias manos y restos de su pueblo y luego en una de las viviendas de protección oficial. Se quedó, espeta, «porque me gusta ésto, soy muy rural y, al menos, tengo los aledaños del valle: desde mi casa veo el Yordas y el Gilbo». Le duele recordar. «En el pueblo había dos bandos, los que estaban deseando que aquello acabara para subir aquí y los que queríamos quedar abajo», dice refiriéndose al viejo y al nuevo Riaño. Veinte años después, piensa que «salimos todos perdiendo». Su casa «cayó» el 16 de julio. La víspera le cortaron la luz y supo que llegaba el final. «Nunca sabías por donde tocaría, porque no iban a derecho», relata. A su padre le pagaron un millón de pesetas por todas las propiedades en tres plazos, el último en 1978. «Si todos cobraron como él, no me extraña que no pudieran marchar», se lamenta. Marisa cree que ha merecido la pena quedarse en Riaño e intenta luchar porque el pueblo vaya a mejor. Está ilusionada con la biblioteca, en la que cataloga con mimo los ejemplares que se salvaron de las antiguas escuelas de Riaño. Su abuelo, Dionisio Alcalde, fue el promotor: en 1871 el Ministerio de Fomento concedía una de las colecciones de libros para dotar la biblioteca gracias a su intervención, tal y como figura en la fotocopia de la Gaceta de Madrid.

Despoblación y especulación

Riaño contaba con 1.649 habitantes en 1970, en plena construcción de la presa; en 1987, cuando el valle ya tenía los días contados, quedaban 914 personas en el padrón municipal. Y siete años más tarde, 571. El goteo de la despoblación parecía frenarse en el año 2000, al alcanzar los 627 habitantes, pero lo cierto es que el último padrón arroja cifras menos esperanzadoras: 551 residentes, de los que poco más de la mitad viven allí durante el invierno. «Riaño es un pueblo pequeño, pero no está tan muerto: hay cuatro hostales y dos casas rurales, cuatro sucursales bancarias y se va a abrir la quinta, además de otros negocios», dice el dueño del restaurante y hotel Presa, Javier, que ha pasado media vida «abajo» y la otra media «arriba». Además -agrega- «se han construido doscientas viviendas en cinco años y se ha vendido todo», pese al descenso de habitantes. Sonia ve una explicación clara: «Se especula con el terreno por la expectativa de la estación de esquí. Me estoy haciendo una casa y me ha costado el metro a 25.000 pesetas (141 euros)», subraya lamentando la escasa vitalidad turística de la comarca después del pantano. «Se fue todo para Potes», concluye.

Daños colaterales

Riaño era el vértice leonés de un triángulo sobre la cordillera cantábrica que se cerraba con Potes y Cangas de Onís. Con el pantano, la localidad leonesa quedó descolgada, con toda su comarca. Lo dice el alcalde de Prioro, Francisco Escanciano: «Estábamos a 18 kilómetros de Riaño y ahora estamos a diez más y no nos hacen una desviación para bordear el antiguo pueblo de Pedrosa y salir debajo de la ermita porque no supera el impacto ambiental. Tiene gracia, después de haber hecho el pantano sin ningún tipo de estudio de impacto». Para colmo, su municipio soporta la línea de alta que transporta la energía que se produce en la presa a Velilla del Río Carrión. La idea de que el pantano se hizo para garantizar el agua a las hidroeléctricas de Iberdrola en el Esla, más para regar planea dos décadas después. Los regantes del sur lo ven de otra forma: «Los primeros en beneficiarse fueron los palentinos y vallisoletanos con el trasvase del Carrión, que no estaba previsto y luego el Páramo Bajo, que tampoco estaba previsto», rebate Matías Llorente. Entre los «primeros» regantes están los riañeses que marcharon del pueblo hacia Tierra de Campos. En Cascón de la Nava reconocen que «el boom de la colonización del pueblo, se dio con la llegada de los colonos provenientes del embalse de Riaño». El socialista Jaime González defiende lo acertado de la decisión final, pese al trauma causado. «Es un mito que Riaño no riega nada, riega muchísimo y ha evitado la construcción de los embalses de Omaña, en León y Vidrieros, en Palencia», concluye. No piensa lo mismo, Jesús Álvarez, uno de los heridos por los antidisturbios, de los que llegó a haber hasta trescientos efectivos. «Nunca pensé que un gobierno socialista iba a cerrar la presa, no se tomaron en serio las alternativas y se actuó como si en vez de un país democrático, fuéramos China». No se quedó. Fue a la ciudad a buscar trabajo. «Me siento extraño cuando voy. Las monañas están truncadas por la mitad, el valle ha desaparecido». El desarraigo es «el mayor daño» del pantano para este hombre que añora la vida en la «capital de la montaña»: «No necesitábamos ir a ningún sitio porque todos iban allí; éramos el centro del valle, habíamos restaurado el salón de los mozos y se hacía teatro en invierno, durante las nevadas; había cabalgata de Reyes... en fin, veníamos a León por obligación», concluye. La tradición teatral ha sido recuperada por un grupo de nuevos y antiguos residentes. Buscan local.

Pueblo nuevo, memoria vieja

Cuando se marcharon los primeros vecinos, no había proyecto de hacer un pueblo. Riaño es un caso insólito en la historia de los embalses leoneses también por este hecho. Fue la Diputación provincial la que promovió el nuevo Riaño, tímidamente en los setenta y de manera decidida a partir de 1984, con Alberto Pérez Ruiz de presidente. Aquel año el pintor Miguel Carracedo supo que se acercaba el final y retrató, una a una, todas las casas de Riaño y los pueblos que iban a ser sumergidos. «Me gasté medio sueldo en las fotos; hoy hubiera pedido un préstamo para hacer más», explica, mientras acaba sus murales en la estación de autobuses. Una pequeña muestra de sus fotos se exhibe en el museo etnográfico de Riaño, como parte de la memoria del valle junto a trajes típicos del XIX, aperos de labranza y ganaderos, los últimos bolos del pueblo, las lápidas vadinienses y los utensilios de las mantequerías artesanales. Ana Díez Valbuena, la encargada del museo, muestra su casa. Tenía trece años cuando la derrumbaron, el 9 de julio.

PUEBLOS ANEGADOS POR EL PANTANO DE RIAÑO EN 1987

Riaño, Anciles, Escaro, La Puerta, Salio, Huelde y Pedrosa del Rey. PUEBLOS PARCIALMENTE AFECTADOS Burón y Vegacerneja. 2 «Hubo gente que salió bien, pero la inmensa mayoría salió con una mano delante y otra detrás» JOSÉ ALONSO, alcalde de Riaño

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