Diario de León

| Crónica | Del románico al gótico |

¿La cigüeña es lusa?

El presidente de la República de Portugal aprovechó el prólogo de la investidura para pasear por la ciudad, visitar San Isidoro y la Catedral y encontrarse con súbditos lusos

Cavaco Silva firmó en el libro de honor de la Universidad, ante Penas

Cavaco Silva firmó en el libro de honor de la Universidad, ante Penas

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F. Ramos / A. Caballero - león
León

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El primer rey de Portugal estuvo en León en el siglo XII y el presidente de la República portuguesa piso sus huellas ayer, ya dentro del segundo milenio: muchos años que han dejado a cada uno donde está. Aníbal Cavaco Silva se paseó por la ciudad para honrar a Alfonso Enriques -quien fuera hijo de Teresa de León y nieto de Alfonso VI-, desde la Colegiata de San Isidoro hasta la Catedral, en un tránsito del románico al gótico que se dispersó en la solana invernal de la sobremesa leonesa; ésa que no calienta pero manca. Será por eso que a la llegada del Jefe de Estado portugués a San Isidoro tan sólo estaba delante de la puerta principal el Obispo de León, Julián López, y el subdelegado de Gobierno, Francisco Álvarez, quienes se aprestaron a saludar a Cavaco Silva, a su mujer, María, y a su hija, Patricia, para dar tiempo al resto de los que luego formarían la cohorte de acompañamiento, que pecaron de impuntualidad, cuando no desertaron por completo de la escena. Con este lienzo, en la primera estación, la catedrática Etelvina Fernández ilustró a los visitantes sobre el tiempo en que Fernando I y Doña Sancha «construyeron la iglesia palatina, a la que unieron el panteón de los reyes», y detalló los componentes de la Puerta del Perdón: habló de «los monstruos protectores del recinto sagrado» y de «los ángeles turiferarios». Pero nadie se dio por aludido, ni en un caso ni en otro. Invitaba el solete a andar y el dirigente luso cruzó el trecho que separa la Colegiata de la Catedral sin encontrar agobios, ni aplausos, ni gritos, sino más bien miradas interrogativas por la amplia comitiva y el traje verde pistacho de la consejera de Cultura, María José Salgueiro. Paseó Cavaco por el templo, iluminado por el foco que mejor color saca a sus vidrieras, firmó en el libro de honor encima del altar mayor, y salió a la plaza de Regla. Allí, en la misma puerta, le reclamó un beso María Orquídea, una pequeña portuguesa que estudia desde hace cuatro años en el colegio San Claudio, al que llegó arrastrada por su madre, María Helena, quien aterrizó en León en busca de trabajo y ahora, después de varios, labora en un geriátrico. «Quiero ser periodista», concedía la niña en medio de la turba de cámaras y micrófonos que pugnaban por captar el mensaje del presidente, a quien un espontáneo interrogó en alto: «¿Rajoy o Zapatero?». Pausa y sonrisa del conservador luso, que si entró a la pregunta de un profesional de su país que quería saber su opinión sobre una posible candidatura conjunta de España y Portugal para el Mundial de fútbol del 2018. «No es una prioridad del gobierno», apuntó, aunque se mostró favorable a la propuesta. El balón fuera paró en el Albéitar, donde, después de una agenda sin tregua, el presidente de la república presidió el encuentro de rectores de las universidades públicas de la comunidad y del centro y norte de Portugal, después de firmar en el libro de honor, intentar sin éxito que le colocarán en la solapa la insignia de la institución académica e intercambiar regalos con Ángel Penas. «Mañana, en el nombramiento como Doctor Honoris Causa estarán presentes los Príncipes de Asturias, ¿verdad?», preguntaba un periodista hispanoluso. «Pues la última vez que vino Cavaco Silva se anunció el nacimiento de la segunda hija», proseguía con el recordatorio el informador. «Anda, pues en el tomate decían no hace mucho que se le notaba un poco de barriguita a Letizia. A ver si va a resultar que el presidente de Portugal estimula la fertilidad», vacilaban los colegas leoneses.

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